El amor de Dios en medio de su pueblo: Primera parte

La esclavitud

Dios ha creado el universo y todo lo que existe dentro y fuera de él. En medio de su magnífica creación, se dio cuenta que algo hacía falta, que todo lo maravilloso que hizo no estaba completo sin la presencia de un ser que fuera semejante a él. Así lo fue. Creo de la nada al hombre y del hombre a la mujer. Entonces se dijo así mismo: “El universo es ahora completo, pues he creado al que será el heredero del Reino”; y la Biblia nos cuenta en Génesis 1: 26-31 que vivían muy felices dentro del plan perfecto de Dios para sus vidas. Nada les faltaba y nada les sobraba. Todo era pulcro y radiante. Podía convivir con otros seres, las bestias terrestres, las aves del cielo y las criaturas del mar. ¿Qué les faltaba? ¡Nada! Y más sin embargo, el hombre hecho imagen y semejanza de Dios en su Espíritu, fue creado con cuerpo material y esa carne se encargó de llevarlo de la libertad al libertinaje. No se conformó el hombre con tener lo suficiente (que era todo), quería más y entre más tenía más poder obtenía.

Tristemente eso es lo que vivimos nosotros mismos. Somos creaturas hechas por las manos de Dios y en nuestro interior está la gracia del Espíritu de amor que nos brinda libertad y por supuesto, por otro lado está nuestra humanidad (la carne) nos aleja de esa libertad y nos conduce por el camino del libertinaje. Dios nos creo, con libre albedrío

Luego que el hombre (y la mujer también), con pleno conocimiento de las consecuencias, tomó la determinación de comer de ese fruto prohibido, adquirió la responsabilidad de las consecuencias de su acción. Aquí no analizaremos si fue una manzana o una pera, pero nos concentraremos solamente en el acto que separó al hombre del amor de Dios.

Cuando él comió, descubrió que no solamente existe la luz, pero que también existe la oscuridad y las tinieblas. En su aceptación de aquel fruto, descubrió su propia desnudez y su pequeñez ante la grandeza de su creador. ¿Qué fue lo que lo llevó a descubrir todo aquello? No es que Dios lo tuviera oculto y que no quisiera que él fuera descubriendo todos los aspectos de la creación, pero más bien fue su propia naturaleza que lo indujo a la curiosidad y en ella se dejó caer y al reaccionar supo en su corazón que había traicionado a Dios y que con su acto abusó del amor tan grande que el Padre había depositado en él.

En ese momento, al verse descubierto, entendió a plenitud que su tiempo estaba contado, que pasó de un ser inmortal a uno mortal (Sir 18: 8-9) que su vida terminaría que lo que viviera le costaría. Ya nada sería gratuito; con sacrificio se alimentaría y con el sudor de su frente se mantendría. Claro que lo único que permaneció gratuito fue el amor incondicional de Dios para él y si no hubiese sido así, Dios Padre lo hubiera exterminado desde el principio. No fue así. A través del tiempo demostró una y otra vez que su amor es por siempre; perdonando nuestras faltas, sanando nuestras heridas y llevándonos sobre sus hombros cuando cansados del camino nos debilitamos.

Es maravilloso ver como el Padre no sé aparta de nuestro lado aun así nosotros nos alejemos de él. Siempre hemos escuchado ese dicho: “Bendito sea Dios pues encontré a Jesús”. Es que Jesús nunca estuvo perdido. El mismo hombre es quien se ha separado de él y cuando todo le va mal entonces el culpable es Dios.

La realidad de todo es que somos nosotros los que nos apartamos de él con nuestras actitudes y como resultado de ello, nos hacemos esclavos del pecado. Ahora qué, no por eso Dios se aleja de nuestras vidas, al contrario, él siempre está en la búsqueda y a la espera de sus hijos descarriados. Esto está bien claro en la parábola del hijo pródigo. Somos cada uno de nosotros esos hijos que tomamos la decisión de irnos al lodo y más sin embargo en medio de ese mugrero, Dios escucha nuestros ruegos y suplicas.

Dios nos da la oportunidad de conocer la vida, para que veamos lo que mejor nos conviene. Ser libres nos permite escoger entre estar encadenados al libertinaje del pecado o al conocimiento de la Verdad que nos hace libres (Jn 8: 34) Ahora bien, tenemos que discernir sobre esa Verdad de la que habla Jesús. Realmente la Verdad es su amor infinito y si conocemos y vivimos en ese amor entonces seremos verdaderamente libres para perdonar, para aceptar a los demás tal y como son y sobre todo para que nuestras vidas sean consagradas totalmente al Señor en las buenas y en las malas.

No podemos ir por la vida simplemente quejándonos de todo aquello que nos ocurre por consecuencias del mismo abandono o separación de esa Verdad. No debemos por ningún motivo dejarnos dominar por las cadenas que venimos cargando por los años que hemos vivido separados de su amor.

“En verdad, en verdad les digo: el que vive en el pecado es esclavo del pecado. Pero el esclavo no se quedará en la casa para siempre; el hijo, en cambio, permanece para siempre. Por tanto, si el Hijo los hace libres, ustedes serán realmente libres”. Jn 8: 34-36

Veamos lo que esto nos dice: “Pero el esclavo no se quedará en la casa para siempre” El pecado no tiene y nunca ha tenido dominio sobre la creación de Dios. El problema ha sido que la misma creación (hablo del hombre), ha creído que el pecado es parte de su existir y que no hay nada en esta vida que se pueda hacer para salir o mejor dicho para romper con esa cadena que adquirimos desde el día de nuestro nacimiento (lo que conocemos como el pecado original.) Eso nos lleva no solamente a mentalizarnos psicológicamente a ello, pero también nos lleva a convivir con ese pensamiento. Si bien es cierto que por naturaleza el hombre (y la mujer también) es pecador, también es cierto que podemos salir de esa condenación si creemos en su amor. Es por eso que Jesús habla de que el esclavo no se quedaría en esa oscuridad, más bien, él saldría a la luz de una verdadera libertad.

En el siguiente párrafo: “el hijo, en cambio, permanece para siempre”, nos dice que no importa cuán esclavos del pecado hemos sido, que el amor eterno del padre nuca se separará de nosotros. Eso es fácil de comprender y no necesitamos ser expertos o exégetas para comprender que él, siempre nos acompaña como un verdadero y fiel esposo que se adhiere a la promesa hecha en el día de la boda: “en lo bueno y en lo malo; en la salud y en la enfermedad y en la abundancia y en la pobreza”; promesas que muchos de nosotros tomamos mientras estamos bien y que cuando las cosas comienzan a hacerse agrias, nos hacen pensar dos veces si seguir o no con el compromiso hacia nuestras parejas. Dios en su Hijo Jesús ha prometido nunca abandonarnos y de verás que eso es grande de su parte pues nosotros nos comportamos como esposas infieles que aunque lo tenemos todo con él buscamos las cosas de afuera, prostituyéndonos por las calles del pecado. Aun así él permanece siempre fiel en su amor y sobre todo nunca pierde la esperanza y la fe de que un día regresaremos de nuevo al hogar de donde un día salimos. “Se levantó, pues, y se fue donde su padre. Estaba aún lejos, cuando su padre lo vio y sintió compasión; corrió a echarse a su cuello y lo besó”. Lc 15: 20

Que tremendo es todo esto. Ahora reflexionemos en el último párrafo: “Por tanto, si el Hijo los hace libres, ustedes serán realmente libres” Si verdaderamente creemos en sus promesas, entonces debemos de creer que si él nos dice que permanecemos en él, entonces no importa que tan hundidos estemos en el fango, que él tiene el poder para sacarnos de ese lugar. Debemos de ser inteligentes como Pedro que un día se atrevió a caminar sobre el agua y en el momento en el que dudó, clamó con fervor al Señor “¡Jesús ayúdame!” y sin más Jesús atendió (Mt 14: 30-31)

¿Cómo podemos decir que creemos en él cuando nos dejamos hundir por nuestras tinieblas? Si se nos preguntara en este momento si creemos en Dios, estoy seguro que la gran mayoría responderíamos que sí; y si la pregunta fuera si creemos que él nos ama, nuevamente la respuesta sería abrumadora: “¡Claro que sí!” Pero la pregunta que se nos hace más difícil responder es la que nos pregunta: “¿Amas tu a Dios?” Por supuesto que la respuesta va a ser de la boca para fuera por tanto que nuestras acciones son completamente diferentes de lo que decimos.

Cómo pretendemos decir que somos libres porque Jesús nos ha dado la verdadera libertad cuando no vivimos de acuerdo a esa libertad que decimos tener. Es qué vivir libres en Jesús es abrirnos al perdón y la reconciliación. Veamos cómo es que al vivir con odios y rencores, con iras y desprecios, que son enfermedades interiores, nos llevan a enfermedades físicas. La verdad es que las dos están unidas una con la otra. Un día una hermana que cayó enferma de cáncer y ya a punto de morir, se abrió a la reconciliación y al momento en que perdonó, sanó de su cáncer. No es una historia que me estoy inventando en este momento. Para llegar a esa sanidad, ella tuvo que vivir su propio Egipto; al principio se comportó como el Faraón con terquedad y rebeldía. Le decían que debía de perdonar a aquella persona que le había dañado y que eso le daría el descanso que tanto estaba ansiando. Luego de las plagas que iban una a una acabando con su vida, llegó a encontrarse con ella misma en la oscuridad de su alma y al llegar el momento culmen, al instante de su muerte, se dio cuenta que había vivido por años encadenada al peor de los pecados y que estaba encadenada y entonces pasó de ser Faraón a ser hija de Dios. Fue entonces que aceptó que Dios le quitará esas cadenas y ahora después que le dijeron que solamente le restaban unos días de vida, ella vive anunciando el poder de Dios.

Eso es lo que nosotros debemos de vivir a cada instante en nuestras propias vidas. ¿Cómo no creer en su amor? ¿Cómo no rendirnos a él? El es nuestro refugio y nuestra fortaleza. El siempre está con nosotros, es nuestra Roca y Salvación. Porque él es grande y la razón de todo nuestro ser. No podemos ir proclamando que él es el Señor libertador si no vivimos un verdadero señorío en nuestras vidas. Es fácil ver lo que viene de la carne y para la carne todo es fácil, pero si decimos que amamos a Dios, entonces los poderes de la carne no tienen dominio sobre nuestras vidas.

Nos dice Juan 8: 47: “El que es de Dios escucha las palabras de Dios; ustedes no las escuchan por qué no son de Dios” Cuando nos dejamos conducir por la carne y sus muchos pecados, y aun así nos atrevemos a decir que no nos preocupamos pues Dios de todas maneras nos ama, entonces estamos simplemente diciendo que nuestro dios es el Cochino pues a él si le gustan todas aquellas acciones que nos separan del amor del Padre.

¿De quién somos hijos? ¿Cuáles son nuestras actitudes y acciones hacia la vida y hacia los demás? Por supuesto que esto no es fácil. Todo tiene un esfuerzo y sacrificio, pero cuando ese esfuerzo y sacrificio se hace en pos de la libertad en Cristo, entonces todo lo demás viene por añadidura.

Reconocer que somos esclavos del pecado, es el primer paso hacia nuestra libertad. No pretendamos pedir nuestra libertad, cuando no estamos dispuestos a reconocer que hemos fallado a su amor. Recordemos nuevamente al hijo prodigo: “Finalmente recapacitó y se dijo: "¡Cuántos asalariados de mi padre tienen pan de sobra, mientras yo aquí me muero de hambre! Tengo que hacer algo: volveré donde mi padre y le diré: Padre, he pecado contra Dios y contra ti. Ya no merezco ser llamado hijo tuyo. Trátame como a uno de tus asalariados”

Eso es, debemos de recapacitar y ver nuestras realidades; preguntarnos cómo está nuestra vida y ver lo que hemos hecho con ella. ¿En dónde nos encontramos en este momento? ¿Qué necesitamos hacer o decir para devolvernos al Padre? Cada uno de nosotros sabemos la respuesta correcta a estas preguntas.

Nuevamente, podemos pensar que todo es difícil pues el hecho de cambiar nuestras rutinas significa que nuestros placeres dejarán de tomar control sobre nosotros y más aun cuando hemos vivido años esclavizados a esa cadena del pecado (cualquiera que este sea en nuestras vidas) Pero debemos reconocer que cuanto más pensemos en lo difícil que es, entonces será así. La realidad es que todo esto es fácil si nos dejamos conducir por el mismo amor de Dios. Jesús dijo: “Carguen con mi yugo y aprendan de mi, que soy paciente y humilde de corazón, y sus almas encontrarán descanso. Pues mi yugo es suave y mi carga liviana”. Mt 11: 29-30

Por supuesto que encontraremos baches en el camino, que la lucha será fuerte pues el enemigo no querrá que nos apartemos del pecado. Aun en nuestro propio hogar habrá conflictos que nos tratarán de separar nuevamente de su libertad, para volver al libertinaje. No permitamos que esas luchas nos hagan caer nuevamente en las garras de esa esclavitud de la que un día salimos; dejémonos conducir por el Señor que es a final de cuentas, el verdadero camino, verdad y vida. Jn 14: 6

La próxima semana hablaremos de la “Liberación.” Puedes leer estos otros dos blogs que te pueden ayudar en tu proceso cuaresmal: Cuaresma parte uno y Cuaresma parte 2

Bendiciones

René Alvarado

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