María, el Tabernáculo Santo

Queridos hermanos de mi corazón: Que el amor y la paz de Cristo Jesús nuestro único y verdadero Señor y Salvador esté siempre con ustedes y que nuestra Madre María, los cubra con su manto santo, todos los días de sus vidas.

La Biblia nos habla sobre esa mujer que desobedeciendo el mandato de Dios de no comer de aquel fruto prohibido, se dejó engañar por la serpiente (Gen 3: 1-13). De la misma forma la Escritura nos habla sobre la otra mujer que le daría la vida al Salvador del mundo y de cómo Dios en su gran sabiduría se usó de ella, para ser la portadora del amor que derramaría en nuestra vida (Lc 1: 26-38)

Dios no eligió a María por su belleza, su porte o porque fuera “buena”. ¡No! Él la escogió porque vio en ella la profundidad del mismo amor que brotaba como esa cascada que se desprende del manantial nacido en lo íntimo de su corazón.

Hoy de la misma forma nos ve Dios y a cada uno de nosotros nos hace el mismo llamado de acuerdo a lo que dejamos brotar en nuestros corazones. No podemos atender el llamado del Señor a nuestras vidas, si verdaderamente no vivimos de acuerdo a ese amor que purifica los corazones y en ello vivimos a plenitud la belleza de la humildad.

Nuestro interior es ese mismo Templo de Dios en donde habita la presencia del Espíritu de Dios (1 Cor 3: 16) Pero, ¿cómo estará nuestro templo? Será que el interior del mismo se asemeja en mucho al interior de María Inmaculada y que verdaderamente nos dejamos conducir por la humildad y la entrega consagrada que no solamente ama a Dios, sino que también ama a todos aquellos que le han ofendido o maltratado; que los han humillado y denigrado; que los han hecho sentir basura. Es acaso que lo que siempre buscamos es hacer de Dios nuestro servidor, a quien castigamos con no seguirle si él no cumple lo que le pedimos.

María, al escuchar las palabras de anuncio del ángel, se sintió conmovida hasta el corazón y como ella no buscaba más que agradar a Dios en medio de su caridad y atención a los demás, sin preocuparse de lo que a ella le faltara, dando hasta lo que no tenía, a los que eran más pobres que ella. ¿Por qué lo hacía? ¿Por qué no trabajaba para aportar a su hogar que era pobre? Simple y sencillamente porque amaba a Dios y creía en él al ver su rostro en medio de todos aquellos que estaban enfermos y que nadie los atendía, que veía su rostro en los niños desamparados, en los ancianos que eran botados como basura, en los perseguidos, en los marginados por su enfermedad, en los marginados por su orientación sexual, en los que por no poder pagar el denario al César, eran encarcelados y castigados, en los esclavos que ansiaban su libertad. A ella nunca le importó no comer con tal que otros comieran; ella se despojaba de su comodidad para que otros tuvieran comodidad, y por ello su recompensa fue el de ser escogida por el Señor para ser la Madre de aquel que vendría a salvar al mundo de la muerte del pecado.

La sociedad en la que María se envolvía era una que experimentaba opresión de un sistema de esclavitud, en la que el poder del César era lo absoluto y aunque por el mismo sistema romano, el pueblo judío tenía ciertas libertades como la de poder adorar al Dios verdadero por medio du sus sacerdotes, levitas y maestros de la ley, estos daban la espalda al pueblo con tal de tener un hueso del imperio y con sus acciones se apartaban de todas aquellas enseñanzas del Antiguo Testamento: “Amarás a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo” Dt 6, 4; Lev 19: 10

Es por ello que María pasaría a ser la mujer consagrada, la llena de gracia, la verdadera Madre del Dios vivo. Por su entrega, por su apertura a las necesidades de los demás y sobre todo por confiar plenamente en el anuncio recibido en su corazón, al no llenarse de vanagloria y salir gritando al mundo entero: “¡Mírenme, Dios me ha elegido para ser su madre! Por el contrario “todo se lo guardaba en su corazón” Lc 2: 19

En el instante en el que creyó en el mensaje, doblando rodilla e inclinándose hasta tocar el suelo dijo aquellas palabras que deberían de resonar en lo más íntimo de nuestro ser: “Yo soy la esclava del Señor, que se haga en mi tu voluntad” Lc 1: 38.

¿Estaremos nosotros dispuestos a humillarnos ante la presencia del Dios todo poderoso para aceptar hacer su gran voluntad en nuestras vidas? El problema es que no entendemos completamente su voluntad. ¿Qué significado tiene para nosotros esa palabra? Para María, la llena de gracias, hacer su voluntad significaba que estaba dispuesta a desapartarse de todo lo material para el bienestar de los demás y sobre todo, haciéndolo todo por amor. Eso es lo que no comprendemos, amar como Dios ama, es decir dar nuestras vidas por los otros no como un mero héroe sino más bien, reconociendo que en el amor se encuentra la verdadera alegría la misma que nos llevara a la vida eterna, el mismo lugar en donde se encuentra María el Tabernáculo Santo.

Dios te bendiga abundantemente

En el amor de Jesús

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