El pecado en contra del Espíritu Santo

Es bueno saber que Dios siempre ha querido nuestro bienestar, pero nosotros con nuestras terquedades, nos soltamos de sus manos para tomar caminos diferentes y contrarios a la voluntad latente del Padre, para la salvación de nuestras almas. El problema ha sido, creo, el hecho que siempre andamos buscando aquello que nos recompense externamente y más sin embargo, nos cuesta comprender que lo importante no es la ropa que nos ponemos, porque de nada sirve un lindo vestido o el mejor pantalón, si nunca nos bañamos. Como dice aquel viejo refrán: “Aunque la mona se vista de seda, mona se queda”.

Hay ciertas cosas a las que debemos de poner atención para que realmente podamos sembrar una buena semilla para producir los frutos deseados. Primero, tenemos que entender que es Dios el que nos da sus dones, no somos nosotros los que por arte de magia los sacamos de la manga. Segundo, debemos de darnos cuenta que es su Espíritu el que nos conduce por medio de esos dones y tercero, comprender que un día tendremos que retornar esos dones, al momento de entregar la vida. (Lc 26: 46. Sal 31:6)

Por otro lado, bien sabemos que al dejarnos conducir por ese Espíritu de amor con fidelidad, significa que nuestra voluntad está volcada a contribuir con el amor eterno con el que el Padre nos ama. Pero eso siempre ha sido nuestro talón de Aquiles; aun así seamos renovados en el Espíritu Santo o solamente seamos de los que venimos a calentar bancas, debemos de mantenernos fiel a la fidelidad con la misma benignidad que el Señor la tiene con nosotros.

Jesús mismo le fue fiel a su padre y a su misión. Ya anteriormente dijimos como él, dejándose conducir por el Espíritu de amor, emprendió su misión en medio de un mundo que parecía complaciente ante las calamidades ocurridas específicamente hablando de Palestina, en donde Jesús se desenvolvió. Pero no por ello él dejó por un lado su misión, siendo fiel hasta la muerte. Es que tenemos que escudriñar las Escrituras y darnos cuenta que Jesús siendo el Verbo, alcanzó la condición de hombre carnal (en griego sarx = carne que se pudre). Filipenses en capítulo 2 versos del 6 al 8, nos habla al respecto: “Él compartía la naturaleza divina, 6 y no consideraba indebida la igualdad con Dios, 6 sin embargo se redujo a nada (del griego ekénosen = vaciarse), tomando la condición de siervo, 7 y se hizo semejante a los hombres (a esto le llamamos Kénosis es decir estar anonadado). Y encontrándose en la condición humana, se rebajó a sí mismo8 haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.” 8 Es decir, él en su condición humana, se aferró siempre a su fidelidad con Dios, aunque esto le presentara momentos duros en los que carnalmente hubiere perdido el control y por ende, darse la vuelta y proseguir su camino en sentido contrario a su misión.

En su catequesis “Jesús, verdadero Dios, verdadero hombre”, el Papa Juan Pablo II nos habla que: “Jesucristo verdadero Dios y verdadero Hombre: es el misterio central de nuestra fe y es también la verdad-clave de nuestras catequesis cristológicas,” además agrega: “Jesús tiene pues un cuerpo sometido al cansancio, al sufrimiento, un cuerpo mortal. Un cuerpo que al final sufre las torturas del martirio mediante la flagelación, la coronación de espinas y, por último, la crucifixión”

En nuestro caso se puede decir que somos un tanto al revezado. Empezamos por la carne y terminamos por el Espíritu y luego volvemos a la carne. Las consecuencias del vivir la kénosis, en nuestra propia vida se tornan difíciles pues no nos gusta experimentar dolor o sufrimiento y ello nos lleva a actuar contrario a lo que es nuestra misión.

Cuando nos desviamos de nuestra misión, nos encontramos con un mundo lleno de “mejórales” para calmar nuestros dolores y ansiedades y por ende caemos en pecados que dañan no solamente a nuestro propio espíritu, sino que también dañan a los que nos rodean. Es que si no queremos experimentar ningún tipo de desierto, ni mucho menos queremos experimentar la soledad del Getsemaní, entonces nunca llegaremos a la cruz y, si logramos llegar a pesar de todo, lo haremos como uno de los dos malhechores crucificados al lado del Señor.

Lo curioso es que siempre somos como Pedro que viendo el semblante entristecido del Señor, le dice: “Señor, estoy dispuesto a ir contigo a la prisión y a la muerte”. Al escucharlo, Jesús le responde en una manera tierna, viéndolo directamente a los ojos: “Hay Pedrito, no sabes lo que estás diciendo. Esta misma noche, antes que cante el gallo me habrás negado tres veces”. Sería interesante averiguar cuántas veces nos ha cantado ya el gallo.

Recordemos que el mundo está lleno de mucha falsa felicidad y que nosotros somos parte de ese mundo, pero que no pertenecemos a él. Esto causa algo de problemas pues, en nuestra ansia de ser felices, de alguna manera nos vemos envueltos en actividades que ofenden no sólo a Dios, sino que a nuestro propio ser y a la vez, ofenden a nuestro semejantes y sobre todo y lo más crítico de todo, es que, ofendemos al Espíritu que Dios ha soplado sobre nuestras vidas el día de nuestro bautismo y si no corregimos la falta, entonces aunque vivamos una vida llena de euforia espiritual, quién sabe si entraremos a la tierra prometida.

Esto afecta nuestra intimidad con Dios y, en alguna manera nos va alejando de su amor que es al final de cuentas lo que es importante en nuestras vidas. Recordemos que el pecado que en apariencia es bueno mientras lo cometemos siempre nos cobra un precio y que el mismo tomándonos de la mano, nos lleva por los senderos de la muerte siendo esa la realidad que para muchos al darse cuenta para donde van, es demasiado tarde para corregir. Es como aquel hombre que iba con esposas en sus manos, acompañado por dos oficiales de la policía. En el camino lo encuentran unos viejos amigos que le preguntan: “¿Para dónde vas? A lo que responde: “¡No voy, me llevan!

Eso sí que es triste, “no voy, me llevan”. Para muchos que se dicen renovados en el Espíritu, su hipocresía los conduce hacía la muerte eterna. Van como programados por el pecado, encadenados, sin futuro, porque no viven el presente de acuerdo a la misión que les fue encomendada por el Padre. Es por eso que ante cualquier calamidad caen rotundamente y luego se preguntan: “¿Por qué a mí? Si yo aplaudo en el grupo y me golpeo el pecho ante el Santísimo”

Claro, en el grupo aplaudimos con enjundia, pero en la casa, en el trabajo o en la misma calle, actuamos con bajeza, golpeando y maldiciendo y sobre todo, blasfemando en contra del Espíritu Santo. Para muchos es fácil venir a derramar lágrimas ante una asamblea de oración y hay hermanos predicadores que poseen el carisma de la oración profunda que hace llorar a la gente y más sin embargo, lo mismo les da orar al Dios vivo en las asambleas que ir inmediatamente después a un centro espiritista para hablar con los muertos.

“En verdad les digo: se les perdonará todo a los hombres, ya sean pecados o blasfemias contra Dios, por muchos que sean. En cambio el que calumnie al Espíritu Santo, no tendrá jamás perdón, pues se queda con un pecado que nunca lo dejará” Mc 3: 28

Pensemos por un instante en todo cuanto hicimos antes de ser renovados en el Espíritu Santo y todo cuanto hemos hecho desde ese instante. Pongámoslo todo en la balanza y descubramos que es lo que ha tenido más peso: la vida anterior o la que vivimos hoy día. Solamente cuando ponemos nuestra vida en la balanza, es como sabremos cuanto hemos ofendido a Dios.

¿Cuántas veces Dios ha querido que nos dejemos conducir por su Espíritu de amor? “¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos como la gallina reúne a sus polluelos debajo de sus alas, y tú no has querido!” Lc 13: 34. Y más sin embargo como los israelitas, resistimos al Espíritu, es como si alguien viniera y nos dijera que si le damos un billete de $5.00, él nos lo cambiará por uno de $100.00; ¿qué pasa? Si no confiamos en aquel personaje, nunca le daremos nuestro billete porque es de $5.00 y nos ha costado el sudor de la frente tenerlo. Nos resistimos a dárselo porque el dinero nos conduce y no pensamos que en realidad podríamos hacernos riquillos con cien en la mano que con los cinco que no quisimos dar. Lo mismo sucede cuando viene el Espíritu de amor a cambiar nuestras vidas cochambrosas, por una vida pura, sino confiamos en él, siempre seguiremos enlodados por el pecado.

Por otro lado debemos de reconocer que ese Espíritu que el Padre bueno nos ha dado el día de nuestro bautismo, es transformado en una llama ardiente que purifica el interior y que quiere arder para la eternidad y, ¿qué hacemos nosotros? Pues convertirnos en bomberos voluntarios, es decir, vamos todo el tiempo con la manguera lista, siempre dispuestos para apagar ese fuego. Es como aquel cántico que dice: “Manda el fuego Señor, manda el fuego y bautízame con tu poder” y cuando él lo envía y comienza a quemarnos, decimos: “Manda la lluvia…” Es que el Espíritu quema porque está chamuscando todo aquello que existió en nuestro pasado, para que el día menos pensado, ya limpios ya de todo pecado, seamos levantados en gloria para la vida eterna.

El Apóstol Pablo, hacía este ruego a los tesalonicenses: “¡No apaguen el (fuego del) Espíritu! Ellos fueron una comunidad que vivía una renovación espiritual y más sin embargo, aunque aplaudían y lloriqueaban hasta salírseles las candelas de colores, se trataban mal entre los hermanos, criticándose unos a otros, jalándose las greñas y discutiendo si el líder actual era el correcto o no, siempre manguereando el fuego derramado por Dios . Es por ello que Pablo interviene y les recuerda que el Espíritu de Dios es muy contrario a todas esas actitudes oscuras y ajenas a las realidades de amor y mansedumbre que el Señor pidió de sus seguidores.

Cada instante en el que pecamos, es como si le diéramos la espalda a Dios mismo. Es como si después de haber dado todo lo que teníamos por nuestros hijos, llegado el momento, ellos no respondieran a nuestros sacrificios de amor y emprendiendo sus propios caminos se alejaran de nosotros, sin poner atención a todas aquellas palabras de sabiduría y de tantos concejos que les dimos, para caminar rectos en la vida. Claro esto a parte de los besos y abrazos que siempre recibieron de nosotros. Es triste ver que aun así les dimos todo el calor de nuestro corazón, ellos simplemente lo apagan con sus actitudes rebeldes y caprichosas, alejándose a cada momento de nuestras vidas. ¿No sufrimos y entristecemos por ello? Ahora pensemos por un momento, ¿no es lo mismo que hacemos nosotros con el Padre que ha dado su propia vida en Jesús por el mismo amor que nos tiene?

“No entristezcan al Espíritu santo de Dios; éste es el sello con el que ustedes fueron marcados y por el que serán reconocidos en el día de la salvación” Efe 4: 30 (Is 63: 45). Es lo que Pablo ruega constantemente, porque eso es lo que hacemos cuando pecamos y nos resistimos al Espíritu. Cuando vivimos llenos de odios y rencores, llenos de iras y arrebatos, de enojos, gritos y ofensas contra el prójimo. Porque todo cuanto hicimos por aquellos indefensos, lo hicimos con Dios. (Mt 25: 45)

No podemos seguir blasfemando contra el Espíritu Santo, no debemos seguir pecando en su contra pues cuanto más lo hagamos, más nos alejamos del amor inmaculado de Dios en nuestras vidas. Nuestras vidas tienen que tener dirección. Un profesional de tiro con arco, está en constante práctica, siempre tratando de darle al centro de la marca; de la misma manera nuestra debe de ser la práctica que apunte no a una marca en la vida, sino que nuestro apunte debe de ser dirigido hacia Shalom, la vida eterna.

¿A qué le apuntamos?

Pablo concluye con lo siguiente: “Más bien sean buenos y comprensivos unos con otros, perdonándose mutuamente como Dios los perdonó en Cristo.” Efe 4:32


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El Espíritu de Dios está sobre mí: ¿Qué significa esto?

En el evangelio de San Lucas, capítulo 4 versos 14 al 19 nos dice: “Jesús volvió a Galilea con el poder del Espíritu. Llegó a Nazaret, donde se había criado, y el sábado fue a la sinagoga, como era su costumbre. Se puso de pie para hacer la lectura, y le pasaron el libro del profeta Isaías. Jesús desenrolló el libro y encontró el pasaje donde estaba escrito: El Espíritu del Señor está sobre mí. Él me ha ungido para llevar buenas noticias a los pobres, para anunciar la libertad a los cautivos y a los ciegos que pronto van a ver, para poner en libertad a los oprimidos y proclamar el año de gracia del Señor”.

En este pasaje nos damos cuenta de la unción espiritual que Jesús obtuvo el día de su bautismo. Hay varias cosas que vamos a analizar en este párrafo, pero antes que nada debemos de escudriñar un poco más el mismo hecho del bautismo. Ya hemos discutido en varias ocasiones el sentido general del mismo en Jesús, pero en esta ocasión debemos de analizarlo desde el punto de vista de nuestro propio bautismo.

Dijimos que cuando a nosotros nos llevan a la pila bautismal, son nuestros padres y padrinos los responsables de que nuestras vidas estén encarriladas a una vida recta en el mismo amor de Dios. ¿Pero qué ha pasado? Nuestras vidas tomaron rumbos diferentes, en los que algunos fuimos desviados por las circunstancias que nos rodeaban. Algunos, llevados por el dolor o la tristeza, cayeron en las garras de la tentación del odio y del rencor, de las ansias de venganza y por lo tanto sintiéndose abandonados, cayeron en depresión y apatía espiritual.

Jesús mismo en su humanidad, experimentó una sensación de entusiasmo al escuchar aquellas palabras que bajaban del cielo: “Tú eres mi Hijo, hoy te he dado a la vida”. Lc 3: 22 Pero al igual que nuestros familiares, después de la fiesta, viene la cruda. Jesús fue llevado por ese Espíritu recibido, al desierto de su vida. Fue ese instante de 40 días y 40 noches en las que se le revelaría el destino en el que sería atravesado, el cual él mismo había escogido. Recordemos que el Señor antes de su bautismo, fue preparado para su sacrificio por su misma Madre. Ella le dio el conocimiento de todo aquello que lo llevaría a dar la vida por la humanidad. Lc 2: 40. Lc 2: 52

El desierto de Jesús, representa en nosotros, todo aquello que va sucediendo en nuestras propias vidas. Cuánto dolor no hemos experimentado, sintiéndonos sedientos de una mejor vida, hambrientos de amor. A cuántos nos hizo falta un abraso o un beso; quizá nunca escuchamos aquella frase anhelada en el corazón: “Te amo”. Posiblemente lo que experimentamos fue violencia, abandono, y por lo mismo hoy día sufrimos aun las consecuencias de aquel desierto por el que fuimos conducidos después de haber sido bautizados.

Veamos a nuestro alrededor y nos daremos cuenta que aun llevamos con nosotros, aunque muy escondido dentro de nuestro corazón, aquellas desconfianzas, aquellos miedos de sentirnos nuevamente abandonados en la soledad. Es por ello que algunas mujeres sufren violencias de parte de sus compañeros de vida, porque tienen miedo de estar solas, de que nadie las alimente o les de techo, poniendo las mismas cantaletas de, “qué pasará con mis hijos sin su padre”, como escusas para no salir adelante como verdadera hija de Dios.

Cuántos hombres usan el alcohol como excusa para no recordar su pasado, en el que quizá fueron violados, maltratados o abandonados por aquel padre que supuestamente debía de haber estado allí para cuidar de ellos.

Las tentaciones por las que Jesús fue pasado en su desierto, son las mismas que nos persiguen hoy día en los nuestros. Hay que recordar que al igual que nosotros, Jesús tuvo puesta la vestidura de la misma humanidad, experimentando las mismas necesidades que nosotros. En el Gaudium et Spes 22 párrafo 3, nos dice: «El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre. Trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de los nuestros, semejante en todo a nosotros, excepto en el pecado».

El Papa Juan Pablo II afirmaba en su catequesis “Jesús verdadero Dios, verdadero hombre” en la sección “semejante en todo a nosotros, menos en el pecado”, en el numeral 3 nos explica la humanidad del Señor: “Él experimentaba verdaderamente los sentimientos humanos: la alegría, la tristeza, la indignación, la admiración, el amor. Leemos, por ejemplo (nos dice el Santo Padre), que Jesús “se sintió inundado de gozo en el Espíritu Santo” (Lc 10: 21); que lloró sobre Jerusalén: “Al ver la ciudad, lloró sobre ella, diciendo: ¡Si al menos en este día conocieras lo que hace a la paz tuya!” (Lc 9; 41-42); lloró también después de la muerte de su amigo Lázaro: “Viéndola llorar Jesús (a María), y que lloraban también los judíos que venían con ella, se conmovió hondamente y se turbó, y dijo ¿Dónde le habéis puesto? Dijéronle Señor, ven y ve. Lloró Jesús…”” (Jn 11: 33-35).

Siendo Jesús el hombre verdadero, aun sabiendo su destino, se dejó conducir a ese desierto y fortalecido por la presencia de ese Espíritu de amor, logró vencer aquellas tentaciones que el enemigo sutilmente le proponía. Pero después de vencer aquellas tentaciones, Jesús no dijo: “Que chulo, ahora ya todo va a ser de color de hormiga”. Qué bueno hubiese sido para el Señor que ya nada más le atormentara. No fue así. Con el mismo valor con el que venció en el desierto, toma la decisión de agarrar al toro por los cuernos y se presenta en la ciudad en donde creció. Es allí en donde da principio a su ministerio, anunciando al mundo entero a lo que ha venido.

¿Fue eso fácil para Jesús? Mmm. Alguno podremos decir que sí porque era Dios mismo, pero otros dirán que no porque saben lo que esto significa en carne propia. Miremos el valor del Señor al entrar en aquella Sinagoga y atreverse a tomar el rollo de Isaías y leer en el capítulo 61 y verso 1 y terminar diciendo: “Hoy se cumplen estas palabras proféticas y a ustedes les llegan noticias de ello” Lc 4: 21 La gente dice la Escritura que se le quedaban viendo admirados de la forma en la que hablaba y mientras unos lo alababan, otros criticaban. Al final nos relata el texto, que lo sacaron de la Sinagoga y llevándolo a un cerro (como prediciendo el lugar en donde sería crucificado), lo querían apedrear, pero que él, pasando en medio de ellos se fue.

Bien, ahora expliquemos la lectura que leímos al principio. Hay tres aspectos importantes en los que Jesús basaría su ministerio. Primero dice el verso 18: “El me ha ungido para llevar buenas noticias a los pobres” En las clases pasadas hemos estado hablando sobre los principios de la enseñanza social católica, teniendo como primer principio, la “dignidad de la persona”. Jesús vino en búsqueda de aquellos que siendo marginados por la sociedad, son abusados y pisoteados, devolviéndole la dignidad, para que en medio de su pobreza, ellos pudieran conocer que Dios los amaba y no solamente de palabra, de la boca para afuera, sino que, dándose así mismo, partiéndose en la Cruz del Calvario, demostrándoles que sí, que verdaderamente hay esperanza en su amor.

No solamente a los pobres por no tener dinero, pero también a aquellos que sufren por ser mujer o por ser niño, por aquellos que por su decisión de ser diferentes a los otros, son abusados, maltratados o abandonados. Cuando Jesús caminaba en medio de aquellas poblaciones, se daba cuenta de las necesidades de las gentes. A cuántos no sanó; miremos como ejemplo a aquel hombre que llevaba ya treinta y ocho años junto a la piscina de Betesda. Me imagino que a este hombre lo llevaban sus familiares y lo dejaban allí tirado y abandonado. ¿Por qué no se quedaban para ayudarle a meterse cuando el ángel movía las aguas? Porque quizá habían cosas “más importantes” que hacer que perder el tiempo en espera de un “ángel” para darle solución al problema que les aquejaba. Quizá le decían: “Tu invalidez no es nuestra, por lo tanto es tu problema”. Jesús se dio cuenta de ello porque sabía a lo que había venido y sin meterlo en el agua, lo sanó, devolviéndole su dignidad.

En el segundo punto nos dice la Escritura: “…para anunciar la libertad a los cautivos”. Cuántos de nosotros no vivíamos encadenados a aquel vicio, a aquella violencia doméstica; cautivos a esos celos incontrolados que han llevado a muchos a la violencia, culminando con el asesinato; a aquella alimentación desordenada, sufriendo de bulimia u obesidad; aquellos que viven apresados en el homosexualismo y el lesbianismo; por aquellas mujeres encadenadas a la prostitución y al aborto; por aquellos niños que sufren las cadenas de padres alcohólicos y drogadictos, convirtiéndose ellos mismos en la misma estampa de sus padres. Jesús vino por todos ellos y por nosotros también.

El Señor no se aparta de ellos, siempre está allí, no para criticar del porque son o no son, más bien, para ir más profundo en su interior y devolver a cada uno, la verdadera libertad a la que todos hemos sido llamados a experimentar. Veamos como ejemplo al otro paralítico, aquel que bajaron por el techo. Los que lo acarrearon lo trajeron por una razón solamente, ¿no es cierto? ¿Qué era esa razón? Pues el de que lo levantara de su camilla. Pero Jesús que conoce la cantidad de nuestras cadenas, trata primero con las que tienen el candado principal, antes de liberarnos de nuestra enfermedad física: “Amigo, tus pecados quedan perdonados”. Lc 5: 20 y al final le dice: “Yo te lo ordeno: levántate, toma tu camilla y vete a tu casa”. Y al instante el hombre se levantó a la vista de todos, tomó la camilla en que estaba tendido y se fue a su casa dando gloria a Dios”. Lc 5: 24-25

Jesús inundado con el poder de aquel Espíritu recibido en el bautismo, tiene tanto el poder para vencer las tentaciones, como para darnos libertad a los que vivimos cautivos de la vida.

En el tercer punto: “…y a los ciegos que pronto van a ver, para poner en libertad a los oprimidos y proclamar el año de gracia del Señor”. Él vino para ser testigo del amor de Dios. No como testigo jurídico que es llamado para atestiguar como acusador o como defensor, más bien, en el hecho real de su desprendimiento del Padre, de quien proviene para brindarnos lo que hay en Dios para nosotros. “El Hijo de Dios se hizo hombre para que el hombre, todo hombre, se haga hijo de Dios”. Cuando la Palabra habla sobre “…los ciegos verán”, no nos habla sobre los que siendo faltos de vista física, fueron sanados por él. No esto significa que vino para darle visión a aquellos que encontrándose ciegos espiritualmente, no lograban ver la luz del amor de Dios en sus vidas. Por eso aquella canción nos dice: “Enciende una luz en la oscuridad y déjala brillar. No la puedes apagar ante tal necesidad…” Esa es luz que Jesús viene a prender en lo más íntimo de nuestro ser. Cuántas veces no hemos experimentado oscuridad en nuestras vidas y cuando todo está oscuro no vemos para donde vamos y menos podemos visualizar el punto exacto en donde está el amor del Padre. Para eso precisamente vino Jesús. Él se despojó de su igualdad con Dios[3] para experimentar en su Bautismo la realidad del hombre que se consume en la ceguera a la cual le lleva el mundo. Vino para ser testigo de la verdad, es decir del verdadero amor que transforma vidas.

Jesús vino con ese propósito, pero una vez más es bueno decirlo, esta parte de su ministerio lo hizo, solamente después de ser bautizado y probado en el desierto. Hoy día sabemos eso porque lo leemos en las Escrituras, pero nos cuesta comprender el hecho porque solamente lo leemos o lo escuchamos como una simple poesía y es por lo mismo que no ponemos en acción esa gracia de Dios derramada en nuestras vidas como fuente de agua que da vida.

Todo esto suena bonito. ¿Qué le trajo esto a Jesús? Nada más que críticas, acusaciones, persecuciones, su Pasión y por último la Cruz. Es precisamente ahí en esa Cruz en la que él demostró en su plenitud, el ser, el verdadero testigo de la verdad. Su misma humanidad lo hizo experimentar dolor y sufrimiento e inclusive, supo comprender en el instante de la Cruz, aquel momento en el que se sintió en la más grande de las soledades, sí, en aquel desierto en donde venció la tentación. “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?… Pero Jesús, dando un fuerte grito, expiró” Mc 15: 33-37 Mientras que en el evangelio según San Juan leemos: “Jesús probó el vino (amargo) y dijo: «Todo está cumplido.» Después inclinó la cabeza y entregó el espíritu”. Jn 19: 30

Primero se experimenta lo amargo de la vida y luego después de haber cumplido lo que Dios nos ha encomendado, es entonces que nuestro espíritu vuelve nuevamente a él, es decir, a Shalom.

A eso precisamente estamos llamados cada uno de nosotros. Primero que nada a darnos cuenta que no se trata solamente de apuntar con el dedo a nuestros padres y padrinos por no habernos llevado de la mano por los caminos correctos. Tenemos que entender que se trata de vivir en carne propia como Jesús, la experiencia de nuestro bautismo, dejando que el Espíritu de Dios que ya vive en nosotros como el templo de Dios que somos, nos conduzca hacía el mismo amor que un día recibimos en medio de nuestros propios desiertos y madurando en ese mismo amor, confiemos plenamente que después de ser perseguidos y maltratados, un día llegaremos (muy pronto), a nuestro destino que es la cruz y que de allí nuestro brinco será para la vida eterna.

Esto no es nada fácil. Lógicamente debemos de estar compenetrados que el proceso es largo y lento, entendiendo que nada de eso se compara con la corona que un día recibiremos allá en la gloria eterna, los que permanecimos, perseveramos y vencimos las tentaciones en medio de aquel desierto de la vida.

Jesús hoy día está sentado a la derecha del Padre en espera que nosotros lleguemos como el hijo pródigo. ¿Estaremos listos? Para ello ya sabemos lo que hay que hacer… Simplemente amar y dejarnos amar.


René Alvarado

Pan de Vida, Inc.

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La misión del Cristiano

Antes de empezar, tenemos que entender el significado de “misión” y de las ramificaciones que de ello desprende, de lo contrario no podremos comprender a plenitud el llamado que Dios hace a nuestras vidas.

Literalmente misión viene del latín “missio y – ōnis (enviar y deber)” y significa: “Poder, facultad que se da a alguien de ir a desempeñar algún cometido.” (Real academia Española). En otras palabras podemos decir que “misión” es: alcanzar un ideal y trasmitirlo con una verdadera devoción, creyendo a profundidad que lo que compartimos al ser enviados, es la misma realidad que vivimos a diario.

Esto lógicamente no es nada fácil, ya qué, nos encontramos con una gran variedad de oposiciones al mensaje que queremos transmitir y en ciertas ocasiones esto se convierte en dolor, angustia, sufrimiento y en muchos casos la misma muerte. (Apostolado del seglar # 4 párrafo 6)

Podemos ver un claro ejemplo en Martin Luther King Jr., siendo un misionero del amor y la unidad, su sueño fue el de compartir lo que él vivía y su misión se convirtió en la misma experiencia de dolor, persecución, encarcelamiento y luego de muerte, por el hecho que creer en que la sociedad podía dar un cambio rotundo a la unidad del hombre sin las barreras del color de la piel e inclusive de la fe que se profesaba.

El mismo Señor Jesucristo fue un vivo ejemplo del verdadero misionero; él entendió el plan de Dios y atendiendo a ese llamado, pudo despojarse de su igualdad con Dios para hacerse semejante a los hombres y poder de esa manera comprender el mismo dolor y sufrimiento que al hombre aqueja, dándose a sí mismo en el amor y la caridad. (Apostolado del seglar # 8 párrafo 1)

Ciertamente todos los creyentes lo sabemos muy bien, que, Cristo no vivió una vida cómoda (Lc 9: 58), como muchos de nosotros hoy día y más sin embargo, eso no le impidió cumplir con ese mandato de ir y compartir con ejemplo la acción de ese Verbo entre nosotros, sufriendo las criticas, sufriendo su Pasión, Muerte y como recompensa la vida eterna en su Resurrección. (Dignitatis Humanae #14 párrafo 3)

Hoy día tenemos que darnos cuenta que la tarea del cristiano no es la de simplemente quedarnos cómodos en nuestras comunidades, dejando que el mundo venga a nosotros, si no que ir nosotros al mundo, a trasmitir ese mensaje de poder, aceptando el reto del Evangelio de “Id por todas las naciones y predicar la Buena Nueva” Mt 28:19ss.

Es que se nos hace tan fácil simplemente venir a lo que ya existe, en donde otros ya sufrieron persecuciones y derrame de lágrimas, en donde se ve una mesa bonita y lista para que nos sentemos solamente a comer, sin darnos cuenta que hay gente haya afuera que también desea compartir con nosotros de las migajas que caen de todas aquellas delicias que cómodamente compartimos. (Apostolado del seglar # 8 párrafo 3)

Es por ello que nuestra bendita Iglesia ha sido por siempre una Iglesia misionera en medio de todas las cosas y trapitos que nos quieran sacar a la luz, nunca podrán negar que hemos sido la Iglesia que más mártires hemos dado al mundo. Gente que puso en acción ese llamado a evangelizar y no a vivir en el calentamiento de manos, entre aplausos vagos y gritos de victoria cuando se vive en derrota, sintiéndose que son indignos de salir de casa y dejarlo todo, para que el hambriento tenga alimento y el desnudo su ropa. (Apostolado del seglar # 10 párrafo 2)

Claro que esto depende de nuestra unión con Cristo, pues él es la cabeza que nos dirige y que nos comparte con viva experiencia la fecundidad del verdadero misionero, pues sin esa unidad, nunca podremos realizar con exactitud ese llamado a ser parte integral del Evangelio, y a su vez también llamados a ser los nuevos mártires de la fe. (Apostolado del seglar # 4)

En el amor de Cristo

René Alvarado

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SB 1070

Siempre hemos sido perseguidos

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Queridos hermanos de mi corazón: Que el amor y la paz de Cristo Jesús nuestro único y verdadero Señor y Salvador esté siempre con ustedes y que nuestra Madre María, los cubra con su manto santo, todos los días de sus vidas.

En estos días hemos escuchado sobre la terrible ley anti inmigrante y ciertamente racista “SB 1070”, la cual perseguirá a toda persona que por su sola apariencia, se denuncie así misma indocumentada.

Los que apoyan dicha ley, exponen que la misma llena un vacío dejado por el gobierno federal al no proteger nuestras fronteras y por lo tanto deben de tomar la “justicia” por sus propias manos. Esto me recuerda el tsunami que arrasó con varias islas en el 2001, los oleajes se vinieron sobre ricos vacacionistas y sobre los pobres pobladores, sin discriminación por quien era o no era. Lo mismo sucede con esta ley, arrasa con todos sin importar si son o no son indocumentados, consiguiendo con ello la desesperación de la población que aunque tenga sus documentos en orden, se sienten perseguidos por el simple hecho del color de su piel. Por otro lado están los que se oponen a ella. Estos dicen que es discriminatoria y que va en contra de los principios de este país a aceptar a todo inmigrante.

Pienso que esa es la triste historia de la humanidad, siempre andamos echándole la culpa a otros de nuestros fracasos y equivocaciones. Miremos por ejemplo allá en el mismo Paraíso: Al verse Adán descubierto, culpó a la mujer que le habían dado y esta a su vez a la serpiente y creo que la serpiente empezó a buscar a un caracol o lagartija para echarle la culpa.

En el desierto, los israelitas culparon a Moisés por haberlos sacado de su “comodidad”, en donde aunque fueran esclavos, decían: “comíamos carne”. En el Nuevo Testamento vemos a aquellos apóstoles que reprendieron a un hombre por echar demonios en el nombre de Jesús, acusándolo de no “pertenecer” a nosotros (Mc 9: 38).

Durante la segunda guerra mundial, Hitler y sus secuaces, acecinaron a millones de judíos entre los que se contaban bebitos, niños, mujeres y ancianos, a los cuales se les acusaba de ser los causantes del deterioro del país. En México a principios del siglo pasado, se persiguió, se maltrató y se asesinó a gente que proclamaba su fe. Aun en muchos países orientales, se persigue a creyentes cristianos que profesan su fe aun a escondidas y cuando los encuentran, los torturan y los matan.

Aquí mismo en los Estados Unidos, la discriminación siempre ha existido, desde los inicios de esta gran nación. Cuando vinieron los primeros colonos, trataron a los nativos como gente de segunda clase, expulsándolos de sus territorios, dándoles muerte a miles de ellos. Hay que recordar también cuando vinieron los primeros inmigrantes irlandeses, fueron perseguidos, evitándoles el derecho a la vivienda, al trabajo y a hacerse parte de la sociedad. Sin olvidar por supuesto a los afroamericanos que vinieron vendidos como esclavos, sacados de sus países y traídos a este continente como animales amontonados en barcos en los que la inmundicia creadora de bacteria mataba tanto a hombres, mujeres y niños.

Esto es lo que el hombre hace cuando sin respeto se aleja del amor de Dios en sus vidas. Cuando en su corazón existe nada más que codicias y cuando en su corazón existe el odio y la falta de entendimiento por las circunstancias que le rodean. Siempre se señala, siempre apuntamos con el dedo índice, sin darnos cuenta que tres de nuestros dedos apuntan a nosotros.

En nuestros propios hogares perseguimos y maltratamos; en ellos damos muerte a nuestros cónyuges, a nuestros hijos y a todos cuanto se opongan a nuestra ley, y claro no hablamos de una muerte física que lógicamente existe y es latente, pero más bien, matamos lentamente el espíritu de aquellos a los que juramos un día proteger.

Es triste ver que a través de los siglos el hombre no cambia, que siempre es la misma rutina y lo mismo sucede aquí en este país. Hoy escuchamos sobre la SB 1070 en Arizona, sin olvidarnos por supuesto la “187” en California y así podemos mencionar muchas otras que persiguen y que matan la dignidad del ser humano como creatura de Dios.

¿Qué podemos hacer? Pues simple y sencillamente, unirnos para combatir estas atrocidades, pero no con marchas presentando banderas latinoamericanas y pancartas en español, más bien, haciéndonos ciudadanos y votando por gente que realmente nos represente, llamando a nuestros congresistas, escribiendo a nuestros representantes y sobre todo y creo lo más importante, educándonos, enseñándoles a nuestros hijos la importancia de invertir en nuestra educación e insistiéndoles a involucrarse en toda actividad socio-político para el bienestar de toda una nación en común.

Recordemos que no luchamos simplemente por un documento para nuestra comunidad, luchamos para que la dignidad del hombre y de la mujer y por qué no decirlo de los niños, sea restablecida y que juntos, todas las familias, sin importar raza o color, podamos un día vivir en completa armonía para el bien de todos.

No vivamos simplemente quejándonos de lo que nos sucede. Al contrario, debemos de ponernos en acción para ir a la montaña y no dejar que esta se desplome sobre nuestras cabezas. Ya es hora que despertemos de una sola vez y que actuemos sí, pero con inteligencia, para que la justicia se haga realidad, empezando desde nuestro propio hogar, hasta los confines de la sociedad.

Que el amor de Cristo nunca te desampare.

René Alvarado

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El Espíritu de Dios se movía sobre las aguas Gén 1: 1-2

 

René Alvarado renealvarado@elpoderdedios.org

En el libro del Génesis encontramos algo muy interesante: “En el principio, cuando Dios creó los cielos y la tierra, todo era confusión y no había nada en la tierra. Las tinieblas cubrían los abismos mientras el espíritu de Dios aleteaba sobre la superficie de las aguas.” ¿Por qué empezamos el texto de la Biblia con Gén 1 y verso 1? Porque ese es el tema de toda la Biblia. En él descubrimos que Dios es primero que nada Espíritu y creador y ante todo que él siempre ha sido, es y será un Dios que está en constante movimiento.

En este principio nos damos cuenta que la tierra y el universo se encuentra de caos (de la palabra hebrea: Tohu vabohu) y en necesidad de orden. Este orden se realiza en el momento en el que Dios, que está en constante movimiento, empieza a realizar su obra, ordenando todo y cuanto hay sobre el universo.

Para esto Dios se usa de su Espíritu (Ruah en hebreo para decir viento o espíritu, el viento de Dios), Es solamente por medio de ese Espíritu en el que el precepto viene a ser realidad en el universo entero. Si no hay Espíritu, no puede haber orden y a través de toda la historia de la humanidad, Dios ha manifestado su deseo de orden.

En el Génesis vemos las siguientes afirmaciones teológicas: 1- Dios único, 2- todo poderoso 3- soberano, 4- rey total de toda creación.

En la teología Bíblica se usa la palabra Shalom (palabra hebrea que significa paz o armonía, siendo su raíz lingüística le-shalem, que significa completar, retribuir, pagar, compensar), que es el lugar en donde todo funciona en armonía, tal y como Dios los creó. El edén es lugar en donde Dios reina y en donde puso al hombre como su pertenencia, para alabar a Dios (abad=mayordomo), para que sea partícipe del mantenimiento de Shalom. Este es el principio bíblico humano, que nos dice que Dios es creador, siendo su creación por separación y Shalom.

Dios nos creo para que fuéramos partícipes de la creación, es decir que en el momento en el que Dios sopló su aliento de vida (Espíritu de amor), no solamente se nos dio vida en un universo perfecto, sino que a su vez nos hizo colaboradores de ese mismo proceso y encima nos convertimos en los manejadores de la creación.

Pero que ha sucedido; ¿Por qué no vivimos en ese Shalom?; ¿Qué ha destruido la creación de Dios? Podemos dar muchas respuestas y estas muy lógicas, pero la más común es la de hacer responsable al Diablo por el desorden y caos que el hombre vive desde el instante en el que se separó del Espíritu de Dios al hacerle caso a la serpiente y comer de aquel fruto prohibido. Aun hoy día vivimos las consecuencias de esa separación.

Pero debemos de entender que la serpiente nunca mintió ni fue mala pues el texto no nos dice que lo fue. Lo que hizo fue el ser astuta para hacer caer al hombre en el pecado. Cuando el ser humano escucha a la serpiente, es cuando realmente empezó esa separación y por ende el retorno a Tohu vabohu. El problema central de la caída no fue el escuchar a la serpiente, más bien, el querer ser como Dios y su propia rebeldía lo llevó a separarse de ese Shalom, siendo los efectos 1. Se rompe la relación con Dios, 2. Se rompe la relación humanas y 3. Se rompe la relación con la naturaleza. A todo esto le llamamos idolatría. A esto la Iglesia le da el nombre de “caída” o “pecado original”. En cierta manera, esto limita esa separación a algo netamente moral, pero si profundizamos en ello, nos damos cuenta que esto no es suficiente pues el hecho no solamente me afectó como individuo, sino que afectó mi relación con otras personas.

Estamos viviendo en un mundo con un Shalom roto que no funciona a plenitud y esto conlleva a otro problema más serio: da comienzo al principio de la maldición y como consecuencia el castigo de Dios. El resultado final de esa separación o ruptura es el exilio es decir, Dios saca al hombre del Jardín a un destino que aunque incierto, conduce al hombre de nuevo a la restauración de ese Shalom del cual fue sacado. (Gén 3: 14-19)

Podemos darnos cuenta que existen tres aspectos de esa ruptura: a. rebeldía, b. pecado y c. impureza

La rebeldía es la que se antepone a la voluntad de Dios, al querer restaurar nuevamente nuestras vidas por otros medios y que por consecuencias de obedecer al mundo, nos separa de su amor.

El pecado que es el acto principal de todo aspecto de separación de Dios. Es lo que nos lleva a la oscuridad y tinieblas de la vida misma, aunque, más valiera decir que es lo que nos conlleva a la muerte eterna.

La impureza, es la suciedad que llevamos por dentro y la misma se manifiesta en nuestro cuerpo exterior. Es por eso que el mismo Dios, nos invita a que nos acerquemos a él a beber de su manantial de agua viva, para purificar por medio de su Espíritu nuestro interior y de esa manera restaurar aquello que hemos enlodado. (En la clase 8 estaremos viendo estos tres puntos)

Dios ha querido siempre manifestar su bendición y aunque el hombre trate por todos los medios posibles de separarse de él, él siempre está ahí por nosotros, sin abandonarnos y atendiendo nuestras suplicas y ruegos por la restauración de nuestras vidas. Dios “quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (1 Tim 2: 4), al conocimiento de Cristo (Jn 14: 6)

Dios siempre se ha revelado de muchas formas al hombre por amor y no por casualidad, revelándonos cuanto él nos ama y por medio de esas revelaciones, él responde a las preguntas universales del por qué de las cosas negativas de la vida. Él dispuso revelarse al mundo por medio de Jesús para hacernos participes de su naturaleza divina. Por ello él trasmite su misma naturaleza divina. ¿Cuál es su naturaleza divina? Pues nada más que su Espíritu de amor. Es por ello que a través de la Biblia, su Espíritu está en constante acción, desde el Génesis, por medio de la comunicación que tuvo con Adán y Eva, prometiendo su salvación.

La etapa del origen del diálogo de Dios con la humanidad no se rompe, el mismo se renueva con Noé después del diluvio “No volveré a destruir a la humanidad” Gén 9: 11, y lo continúa con el Apocalipsis “Y voy a llegar pronto”. Ap 22: 7. Aún en nuestros días podemos ver esa misma comunicación realizada por medio de aquellos hombres y mujeres como el Obispo Romero en El Salvador, Mahatma Gandhi en la India, Cesar Chávez y Martin Luter King Jr., en Estados Unidos, quienes dieron su vida tratando de comunicar a la humanidad lo mucho que Dios ha querido la restauración del Shalom.

Al compenetrarnos de esa naturaleza divina, podemos descubrir varios aspectos de la bendición que está contrae a nuestras vidas: a. promesa, b. pacto y c. liberación (del latín: misio Dei= Misión de Dios) La misión de Dios es restaurar Shalom.

La próxima clase veremos en detalle estos aspectos.

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