En el principio, -nos dice la Biblia-, Dios crea el universo, la naturaleza y culmina con la creación más bella, el hombre. Es que él nos ha creado a su imagen y semejanza soplando sobre nosotros su aliento divino. Puso sobre nosotros el deseo ferviente de ser libres, de poder decidir por nosotros mismos el destino que queremos tomar, ya sea, junto a él, o alejado de él, dejando que descubramos por nosotros mismos las consecuencias de nuestra decisión.
Dios, nos fue nutriendo con su amor, con su profundo deseo de que siempre tuviéramos lo que íbamos a necesitar. Se preocupó de que nunca nos faltara el alimento, la ropa y el techo sobre nuestras cabezas. Ya bien lo repite Jesús en el evangelio de Mateo: “No anden preocupados por su vida con problemas de alimentos, ni por su cuerpo con problemas de ropa. ¿No es más importante la vida que el alimento y más valioso el cuerpo que la ropa? Fíjense en las aves del cielo: no siembran, ni cosechan, no guardan alimentos en graneros, y sin embargo el Padre del Cielo, el Padre de ustedes, las alimenta. ¿No valen ustedes mucho más que las aves? ¿Quién de ustedes, por más que se preocupe, puede añadir algo a su estatura? Y ¿por qué se preocupan tanto por la ropa? Miren cómo crecen las flores del campo, y no trabajan ni tejen. Pero yo les digo que ni Salomón, con todo su lujo, se pudo vestir como una de ellas. Y si Dios viste así el pasto del campo, que hoy brota y mañana se echa al fuego, ¿no hará mucho más por ustedes? ¡Qué poca fe tienen!” Mt. 6: 25-30.
Deberíamos de estar agradecidos con Dios por todo lo que nos ha regalado, por la libertad que nos permite respirar su amor eterno (Jer 31: 3); Pero, ¿qué hemos hecho con esa libertad? La hemos convertido en un gran libertinaje, tomando ese regalo como un derecho obligado, como algo que tenemos por garantía, sin pensar por un momento que su gracia se manifiesta en nuestras vidas por medio de las experiencias ya sean buenas o malas. El problema es qué, esas experiencias nos ciegan y esto, no nos permite ver con claridad ese amor, enfocándonos más en el problema y no necesariamente en su gracia, lo que nos da la libertad para afrontar con fe, todo aquello que nos aqueja, confiando, que él, nunca nos abandona.
Poco a poco, nos hemos olvidado de quien verdaderamente es el creador del universo, de la naturaleza y creador de nuestras vidas. Estamos tan lejos de su presencia que para solucionar nuestros problemas, buscamos otros dioses a los que adoramos y a los cuales consagramos nuestras vidas como se entrega la esposa al marido en la noche de bodas. Estamos viviendo un tiempo de tanto paganismo; vivimos encadenados a los vicios del mundo, rechazando la voluntad del Padre, lo que nos impide reconocer que en medio de todo aquello que nos aqueja, está presente la omnipotencia de Dios para tomarnos, para rescatarnos y sobre todo, para que volvamos a la libertad con la cual hemos sido creados.
Con insistencia oímos hablar sobre el deseo de Dios de amarnos, para que, en medio de ese amor, experimentemos su bendita presencia, la que nos abrasa con ternura y compasión. Ahora que, podemos rebatir sobre los deseos de Dios, cuando no estamos experimentando el dolor o sufrimiento del prójimo. Es cierto, Quizá podemos desgastar todas nuestras fuerzas en trasmitir el deseo profundo de Dios y proclamar a los cuatro vientos lo mucho que él nos ama, cuando lo que verdaderamente queremos en la vida es una respuesta concreta al sufrimiento de nuestras vidas.
Si bien es cierto, la verdad es que, todo aquello que nos aqueja es muy real pues lo podemos palpar y quién entre nosotros podemos decir lo contrario. Pero, aunque pensemos lo contrario, debemos de reconocer que sí, que si hay un Dios que todo lo puede y que si le permitimos, él puede entrar en nuestras vidas y desde el lugar más íntimo de nuestro ser, puede cambiar nuestro llanto en canto. En el libro del Apocalipsis nos encontramos con una invitación muy especial: “Mira que estoy a la puerta y llamo: si uno escucha mi voz y me abre, entraré en su casa y comeré con él y él conmigo. Al vencedor lo sentaré junto a mí en mi trono, del mismo modo que yo, después de vencer, me senté junto a mi Padre en su trono.” Ap 3: 20-21.
Recordemos que Dios en su gran amor, nos envía a su único Hijo Jesucristo, para que todo aquel que crea en él, no se pierda sino que tenga vida eterna (Jn 3: 16). Él ha venido para tomarnos, para sanarnos y para tomarnos sobre sus hombros, encaminándonos nuevamente a la libertad con la que fuimos creados.
Dios, no quiere que suframos, él nos dio la vida para ser felices, para que en medio de lo que nos aqueja, ya sea ésta, una enfermedad terminal o la pérdida de un ser querido, descubramos el amor eterno y misericordioso que está siempre dispuesto para obrar si así lo deseamos, en la intimidad de nuestro corazón.
Dios quiere una vez más, que nuestro corazón se abra para entrar en él. Ya no quiere que sigamos sufriendo. Dios viene a nosotros, como el Padre al encuentro del hijo que un día por la misma libertad que el Padre le otorgaba, tomó la decisión de apartarse de su lado. El Padre no esperó en la puerta, él fue a su encuentro y entre abrazos y besos, lo viste de traje real, le coloca el anillo de su amor, le perdona y le recibe con fiesta (Lc 15: 11-23).
Este es el momento adecuado para abrir el corazón. Hoy es el mejor instante para entregarle nuestra vida. Posiblemente para algunos de nosotros, no haya mañana. Como dice el Salmo 34 y verso 19: “El Señor está cerca de las almas que sienten aflicción y salva a los de espíritu abatido.”
Ya basta de seguir corriendo en la vida como tontos, buscando soluciones que no nos dan más que tristeza. Solamente pensemos en todos aquellos que por aliviar sus dolores, buscan el alcohol o las drogas; otros la prostitución y así se pierden en un mundo que les ofrece soluciones, pero que les cobra con la vida misma. Eso es lo que el diablo quiere para nosotros, que nos alejemos de aquel que tiene poder para obrar en nuestras vidas y que lo único que pide a cambio es simplemente, que creamos que él, nos ama con amor eterno. ¿Por qué nos cuesta entender esto? Es que por naturaleza somos tercos y, por ende, nos gusta sufrir.
La realidad es que, al seguir la corriente del mundo, nos privamos de la libertad a la que fuimos llamados. Dejamos que el enemigo tome el control de nuestras vidas, manipulándonos a su antojo, burlándose de nosotros y de nuestras familias.
Es el momento de soltarnos de la rama en la que nos encontramos sostenidos. Cuenta el abuelo Tacho, que un día caminaba un hombre por la orilla de un barranco muy profundo y que al caminar contemplaba las maravillas de Dios, cuando de repente, resbala, y cae al precipicio. Al ir cayendo, se encontró una ramita que estaba en medio de su caída. Sin pensarlo dos veces, el hombre se agarró de la ramita y con ella se pudo sostener. Al sentirse seguro, trató de subirse nuevamente a la cima del barranco, pero se dio cuenta que no podía pues estaba muy alto y tampoco se podía soltar porque al hacerlo se mataría pues, la distancia al precipicio era muy grande. En su desesperación, empezó a gritar: “¿¡Hay alguien que me pueda ayudar!? Después de un buen rato gritando, se acerca Jesús y le pregunta: “¿Quieres salvarte? (a que pregunta, si el hombre lo que quería es salvarse). El hombre le responde: “Si Jesús, quiero salvarme.” Entonces, suéltate. Le replica Jesús. “Pero si me suelto, me muero”, le responde el hombre. Es que para salvarse hay que soltarse a sí mismo, muriendo al pecado es como vivimos para la vida eterna. En vez de tomarnos de la rama del mundo, mejor tomémonos del árbol de la vida.
Ya no sigamos en las mismas. Dios viene hoy a nuestro corazón para darnos verdadera libertad. Hoy viene a nuestro encuentro, para que tengamos vida y ésta en abundancia. Esto lo podemos ver por medio de entender su Encarnación. “El, siendo de condición divina, no se apegó a su igualdad con Dios, sino que se redujo a nada, tomando la condición de servidor, y se hizo semejante a los hombres. Y encontrándose en la condición humana, se rebajó a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte en una cruz. Por eso Dios lo engrandeció y le dio el Nombre que está sobre todo nombre, para que al Nombre de Jesús se doble toda rodilla en los cielos, en la tierra y entre los muertos, y toda lengua proclame que Cristo Jesús es el Señor, para gloria de Dios Padre.” Fil 2: 6-11.
Cuando nosotros tomamos la decisión de separarnos del árbol de la vida, entonces Dios llora de dolor, mientras el enemigo lágrimas de burla por lo que hace en nuestras vidas. Recordemos estas palabras: “Tanto amó Dios al mundo…” Tanto nos ama Dios que solamente está en espera que retornemos a él. Por lo tanto, debemos de reconocer que éste es el momento para romper con cadenas que nos tienen atados a las miserias del mundo, cegados por las mentiras que el enemigo hace a nuestras vidas. Ya basta de seguir buscando en donde no hay más que apariencias con costes inmensos, más bien con alegría en el corazón, busquemos el amor libertador del Padre que nos espera con los brazos abiertos para que retornemos a él.
Hoy debemos de sentirnos bendecidos por Dios. Hoy debemos vivir plenamente liberados y resueltos de adentrarnos de lleno al maravilloso encuentro de Dios vivo entre nosotros, buscando llenarnos completamente de su amor libertador. Vivamos no por vivir pues, de esa manera se vive cuando estamos encadenados al libertinaje. Más bien, vivamos nuestras vidas por amor a Dios y entonces veremos que al hacerlo así, viviremos en victoria.
René Alvarado