Todos bajo un mismo Espíritu

Hoy estamos celebrando una fecha muy importante dentro del calendario de nuestra bendita Iglesia. Celebramos el Día de Pentecostés. Esta es una fecha muy especial, no solamente porque da inició a la actividad misionera de la Iglesia como tal, pero que, a la vez nos recuerda la importancia de Dios en medio de nosotros.
Ya desde el Antiguo Testamento se nos venía anunciando tan especial momento. Joel en el capítulo 3 y verso 1ss nos cuenta que, “…después de esto: derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y profetizarán sus hijos y sus hijas; sus ancianos verán en sueños, y sus jóvenes tendrán visiones. También sobre mis siervos y mis siervas, en aquellos días, derramaré mi Espíritu.” La promesa de ese Espíritu Santo sería derramada en “aquel día.” Pero la pregunta viene a ser, ¿Cuándo es aquel día? Para esto debemos de entender que ya en el capítulo 2 del mismo libro de Joel Dios hablaba con el pueblo sobre las grandes bendiciones que vendrían sobre ellos. Pero no conforme con esas bendiciones materiales que eran visibles y palpables, Dios derramaría sobre los verdaderos creyentes, la gran bendición de su Espíritu de amor.
El día del Pentecostés, se presenta como el momento de “ese día” especial en el que Dios cumpliría su promesa. Ese fue el momento en el que el Padre sellaría con el poder de su infinito amor su presencia en medio de su pueblo. Ese instante en el que su gloria se manifestaría en medio de todos aquellos que creyeran en su Hijo Jesucristo como el verdadero Camino, Verdad y Vida (Jn 14: 6). Esto sucedería “…después de esto…” como nos dice Joel en el 3: 1. Para nosotros los creyentes cristianos la venida de la promesa del Espíritu Santo se daría después de que Dios Padre se manifestará en la carne en su Hijo Jesucristo. Está manifestación de su amor “…el cual, siendo de condición divina, no consideró como presa codiciable el ser igual a Dios, sino que se anonadó a sí mismo tomando la forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y, mostrándose igual que los demás hombres, se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte…” Fil 3: 1-10. Dios nos da su bendición en la Carne palpable de su Hijo para que, “…Si alguno come este pan vivirá eternamente; y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.” Jn 6: 51.
En ese día, los apóstoles y discípulos estaban encerrados por temor a que los tomarán presos como sucedió con el Maestro. La manera en la que lo apresaron, con golpes, insultos, humillaciones, flagelación y crucifixión, los atemorizaba. No deseaban a travesar el mismo suplicio. Es por ello por lo que, muchos de los seguidores de Cristo se desaparecieron. Ahora, alguien me podrá decir que los apóstoles por lo menos de quedaron. Sí es cierto, se quedaron, pero con miedo. Encerrados oraban y discutían entre sí las dudas que tenían en cuestión de la muerte de aquel que les prometía la vida eterna. “¿Y ahora que haremos?” Si aquel que me dijo que comiera de su Cuerpo y bebiera de su Sangre me llevaría a la eternidad se murió. ¿Qué va a ser de nosotros? Es exactamente lo que nos sucede hoy. En medio de las calamidades del mundo, con el Covid 19 por ejemplo, que nos mantiene encerrados con temor de infectarnos, con la falta de respeto del uno por el otro, como en el caso del asesinato de George Floyd por un policía blanco, con las injusticias que se ven a cada momento en donde se ve con claridad que las grandes corporaciones son las únicas que han sacado ventaja de la pandemia, mientras que los pobres sufren sin trabajos, sin vivienda, sin alimento para sus hijos y lo que más tristeza da es que son los pobres en donde hay más contaminados con el virus y por ende por su pobreza de no contar con una buena aseguranza de salud mueren por no poder cubrir los costos de la asistencia médica.
Sí, “…en aquel día” Dios promete derramar su Espíritu de amor sobre todos aquellos que en medio de los horrores que el mundo nos brinda han sabido permanecer fieles. Aun así, encerrados; con miedo a lo que nos pueda acontecer, ya sea la muerte o la vida. Pero para entender esto, debemos se reconocer que no vivimos la vida como algo que en medio del terror nos aparte de su gracia divina. ¡No! Debemos de entender que en medio de nuestros temores podemos confiar en la presencia del todo Poderoso, quien dio su vida para que cada uno de los que creemos en él, tengamos vida y, está en abundancia. Jesús nos deja su Cuerpo en la Eucaristía, para que alimentados por su Carne podamos afrontar nuestras más profundas oscuridades.
El encierro, para muchos de nosotros nos trae a la desesperación, a experimentar desolación y posiblemente depresión. Nos vemos ante una realidad que quizá nunca habríamos experimentado y eso, nos da miedo. Está bien tener miedo. “Está bien no estar bien” nos dice un comercial durante la pandemia. Está bien experimentar estos sentimientos porque eso nos demuestra que en nuestra humanidad también tenemos la necesidad de Dios. Hoy día se nos ha prohibido asistir al Templo para adorar, para congregarnos como hijos de Dios, pero no nos han prohibido adorarlo en el Templo de nuestro corazón, que es el Monte Horeb en donde se encuentra la presencia del Señor.
Dios que todo lo sabe, llega a nuestras vidas en medio de ese encierro, en medio de esos miedo y temores. Dios que nos ama con amor eterno se derrama esté día con el poder de su Amor, como ese manantial en donde brota un majestuoso río de agua viva para que nos sumerjamos en él, y de allí salgamos victoriosos, reconociendo que en su bondad somos llenos de ese Espíritu de amor.
Cuando el Espíritu de Dios se derramó en aquel día, algo espectacular sucedió. Los miedos desaparecieron y muchos de los que estaban allí maravillados pudieron escuchar el anuncio del Amor del Padre en sus corazones porque con un gran estruendo se manifestó Dios en ese lugar. Es que algo así tenía que suceder para que esa gente se diera cuenta que para Dios no hay imposibles, que era necesario que su Amor se manifestara con poder porque ese mismo ya lo había ofrecido Jesús antes de partir “…Todo poder se me ha dado en el Cielo y en la tierra y ese mismo poder se los doy a ustedes…y sepan que yo estoy con ustedes todos los días hasta que termine este mundo.” Mt 28: 19-20. Este día se hacen realidad esas promesas. No estamos solos. Aun así, estemos encerrados por la pandemia, es importante saber que el Espíritu de Dios no nos abandona. Que Dios está con nosotros porque…” puede una madre abandonar al hijo de sus entrañas, pues, aunque ella lo haga, Yo nunca te abandonaré.” Is 49: 14-15. Aleluya, gloria a Dios.
Entonces dejemos que ese Espíritu de amor llene el vacío que hay en nuestras vidas. “Porque el amor hecha fuera el temor” 1 Jn 4: 18. Recordemos que nuestras vidas están en Cristo que nos ha dejado no solamente su Cuerpo en la Eucaristía, sino que, además, nos ha dejado el Paráclito de amor para que por medio de él encontremos la paz en medio de la tormenta.
Feliz Día de Pentecostés.
René Alvarado

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