Introducción a los evangelios
En el Evangelio de San Mateo en el capítulo 28 del verso 18 en adelante, Jesús nos hace la invitación a evangelizar en una manera muy especial: “Jesús se acercó y les habló así: «Me ha sido dada toda autoridad en el Cielo y en la tierra. Vayan, pues, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos. Bautícenlos en el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enséñenles a cumplir todo lo que yo les he encomendado a ustedes. Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin de la historia.»”
Es interesante en la forma en la que Jesús nos pide el anunciar la
Buena Nueva. Pero para que nosotros podamos comprender este mandato, tenemos primero que nada, empezar a experimentar por nosotros mismos esta Nueva Buena en nuestras propias vidas.
Tenemos que saber que desde el momento en el que fuimos bautizados dentro de nuestra fe, estamos llamados a llevar el Evangelio de amor y redención a la humanidad. ¿Pero, cómo lo haremos? Pues envolviéndonos en todo lo que la Iglesia nos permite, de acuerdo a nuestras capacidades. Recuerda, no estoy diciendo de acuerdo a nuestra inteligencia, sino más bien de acuerdo a nuestros carismas y dones espirituales.
En la cita que mencionamos anteriormente, nos enfocaremos en algunos puntos muy importantes, para poder comprender el llamado a evangelizar. Empecemos por el primero: “Me ha sido dada toda autoridad en el Cielo y en la tierra…” Jesús siendo uno con el Padre (Jn 14:6-9), tiene autoridad sobre la Iglesia que se adhiere a él en un mismo espíritu, y en su autoridad, nos invita a evangelizar no solamente como un mandato por obligación, si no qué, con su propia experiencia, enseñándonos a llevar una vida recta, para por medio de nuestras vidas, podamos de la misma manera dar ejemplo de seres que viven a plenitud la experiencia de haber sido evangelizados. Ese mismo poder, Jesús nos lo da a nosotros, los que creemos verdaderamente en él y que nos dejamos envolver de su amor. Recordemos que su autoridad es obtenida por su relación con el Padre y su deseo absoluto de llevar la Buena Nueva a la humanidad, sacrificando su vida por amor al Padre y a cada uno de nosotros. Ese es su poder. El poder de amar como el Padre nos ama, demostrándonos que si lo hacemos por amor y confiamos plenamente en su poder, obtendremos victoria.
Su poder no es autoritativo, aunque él pudiese hacerlo así. Bien pudiera Jesús haber tomado un látigo y a latigazo limpio, obligar a los apóstoles a evangelizar, infundiendo el miedo en sus corazones, para que ellos a su vez infundieran el miedo a los que iban a ser evangelizados, pero como nos dice la Escritura: “y sabrán todas estas gentes que Yahvé no necesita espada o lanza para dar la victoria, porque la suerte de la batalla está en sus manos.»” 1 Sam 17:47
La segunda frase que estudiaremos es la siguiente: “Vayan, pues, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos. Bautícenlos en el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” En la primera Jesús nos dice quien es él y su autoridad tanto en el Cielo como en la tierra, expresando su concordancia con lo que él mismo nos enseño al rezar el Padre nuestro, “haciendo la voluntad de su Padre tanto en el Cielo como en la tierra” Mt 6:10 En la siguiente parte, nos da su mandato, de hacer que “todos los pueblos” sean sus discípulos, pero la pregunta del siglo es ésta: ¿Cómo lo voy a hacer? Bueno esa es una pregunta muy fácil de responder, ya que implica nuestro sincero deseo de hacer la voluntad del Padre. Ahora que es ahí en donde irradia nuestro problema. Nunca queremos hacer la voluntad del Padre cuando él nos pide que sacrifiquemos nuestras vidas, por su amor. No nos gusta la idea de salir y compartir con el vecino, en nuestros trabajos, en la escuela, y mucho menos queremos compartir la Buena nueva con nuestra propia familia.
Pensemos por un momento lo que Jesús hizo por cada uno de nosotros, al compartir su amor en una entrega total que lo llevó al madero. Así nos ama y así de esa manera se dio así mismo como último sacrificio para enseñarnos la manera en la que debemos de evangelizar, llevando su Palabra de amor y salvación y a su vez trayendo almas a sus pies.
Es necesario pues, que nos despojemos de todo nuestro interior y que rechacemos los miedos, los temores al fracaso y digo “al fracaso”, porque muchas veces pensamos que somos ineptos, que no sabemos hablar y que no tenemos sabiduría para poder compartir lo que Cristo ya hizo por nosotros en la Cruz del Calvario. Mira por ejemplo a Moisés, él tenía preparación secular, digamos que llegó a estudiar en la universidad de Los Angeles (UCLA), estaba bien preparado para las cosas del mundo secular, pero cuando fue llamado por el Señor, todo lo que aprendió en la universidad, quedo hecho papilla, pues Dios no pedía de él sabiduría humana, más bien Su petición fue el de ir y rescatar al pueblo que vivía bajo la esclavitud en Egipto. Moisés le puso pretextos a Dios, diciéndole que él no podía hacer lo que le pedía, pues no era muy elocuente y que hasta tartamudeaba: “Moisés dijo a Yahvé: «Mira, Señor, que yo nunca he tenido facilidad para hablar, y no me ha ido mejor desde que hablas a tu servidor: mi boca y mi lengua no me obedecen.» Le respondió Yahvé: « ¿Quién ha dado la boca al hombre? ¿Quién hace que uno hable y otro no? ¿Quién hace que uno vea y que el otro sea ciego o sordo? ¿No soy yo, Yahvé? Anda ya, que yo estaré en tu boca y te enseñaré lo que has de hablar.» Pero él insistió: «Por favor, Señor, ¿por qué no mandas a otro?» Esta vez Yahvé se enojó con Moisés y le dijo: « ¿No tienes a tu hermano Aarón, el levita? Bien sé yo que a él no le faltan las palabras. Y precisamente ha salido de viaje en busca tuya y, al verte, se alegrará mucho. Tú le hablarás y se lo enseñarás de memoria, y yo les enseñaré todo lo que han de hacer, pues estaré en tu boca cuando tú le hables, y en la suya cuando él lo transmita. Aarón hablará por ti igual que un profeta habla por su Dios, y tú, con este bastón en la mano, harás milagros.»” Ex 4:10-17
¿Cuántos pretextos le hemos puesto a Dios para no hacer su voluntad? Que otros prediquen, que otros sean los que evangelicen a mi familia, a mi comunidad. Además es responsabilidad del sacerdote y de las monjas de hablar de Dios y nos quedamos siempre esperando a que nos atiendan y nos enojamos cuando el clero no hace como nosotros les pedimos, cuando no nos atiende el padre de la parroquia y es entonces que decidimos ir en búsqueda de otros lugares en los que supuestamente nos atenderán mejor. Jesús vino a servir y no a ser servido nos dice su Palabra (Mc 10:45) y lo demostró a tal grado que su amor todavía persiste en medio de nosotros.
Debemos de compenetrarnos en su amor, experimentar su dolor, para poder comprender del por qué él nos pide que hagamos de todos los pueblos sus discípulos. No podemos traer almas a sus pies, cuando nosotros no hemos venido a él. Cuando sabemos de un vecino que se fue a la guerra, oramos para que todo le vaya bien, pero no sabemos en nuestra propia carne lo que la familia está atravesando al tener a ese hijo o padre en el frente de batalla. Si él muere, solamente decimos “pobrecito, dio su vida por amor a su país” y lo dejamos hasta ahí. No entendemos el dolor profundo que esta familia experimenta en este momento, hasta que eso sucede con nuestra propia familia. Es entonces que podemos comprender ese dolor al perder a nuestro ser querido. De la misma manera no podemos hacer que todos los pueblos sean discípulos del Señor cuando nosotros mismos no estamos viviendo ese discipulado.
Recuerda que no es el conocimiento de la letra, lo que te forjará sabio, ni tampoco el ser un gran orador o que manejes bien el verbo, todo lo contrario, pues si tienes todos estos conocimientos humanos, pero no te sueltas en la sabiduría del Señor, de nada te servirá. Dios te ha dado dones y carismas, lo dijimos anteriormente y cada uno de nosotros tiene uno en particular, ya sea este de hablador como yo, o que cantes (no como yo) o que se te facilite escribir o pintar o que te sientas cómodo moviendo una silla, tomando una escoba y ayudando a limpiar el Templo, etc. Todo esto ponlo al servicio del Señor, pues la recompensa será grande, la vida eterna.
Ahora moviéndonos al último párrafo de la lectura: “Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin de la historia” Mira solamente que promesa tan especial nos hace Jesús. Él nunca nos dejará abandonados a nuestros propios destinos. Jesús que no tenía en donde recostar su cabeza (Lc 9:57), que caminó sólo en el desierto (Lc 4:1-13) y que en el momento de su aprensión, fue abandonado por todo el mundo especialmente los más allegados a él (Mt 26:56), nos promete que nunca nos dejará en las mismas condiciones en las que nosotros lo dejamos a él cuando no hacemos su voluntad y trabajamos solamente para satisfacer nuestros propios egos personales, para vanagloriarnos de lo que hacemos en la Iglesia y no necesariamente, para darle honor, honra y gloria a aquel que nunca nos abandona.
Ese es el Señor para nosotros, pero lo que debemos de preguntarnos en este momento es: ¿Soy yo verdaderamente para el Señor? ó simplemente hago lo que hago sin estar consciente de su amor.
Claro que hay que comprender que en ocasiones, la vida rutinaria que llevamos, no nos permite servirle verdaderamente y a veces por cuestiones de compromisos seculares, no podemos experimentar la presencia de Jesús a nuestro lado. Especialmente cuando estamos viviendo una enfermedad, o un problema de violencia doméstica, nos preguntamos si en realidad esa promesa del Señor es verdaderamente real. Eso nos va hundiendo en nuestro interior y va ahogando lo mucho que queremos servirle. Pero es que no queremos profundizar en su promesa. Dios está constantemente ahí junto a nosotros, experimentando nuestro propio dolor y sufrimiento, derramando lágrimas por ti, y aun nosotros nos sentimos abandonados y en lugar de acercarnos a él, mejor buscamos todo tipo de experiencia exterior, en vicios como el alcohol, las drogas, las pasiones desordenadas, las infidelidades y hasta los golpes a nuestros seres queridos. No encontramos paz, porque nos sentimos abandonados por Dios. Lanzamos una mirada al Cielo y preguntamos: “Dios mío, por qué no me respondes, ¿es acaso que estás sordo?” A lo que Yahvé te responde: “¡No hijo, no estoy gordo!” Es que su mano está sosteniéndonos en cada tropiezo que damos. Es como nuestros hijos cuando empiezan a caminar: los tomamos fuerte de sus manitas y poco a poco los vamos soltando hasta que empiezan a dar pasos por ellos mismos, pero cuando tropiezan, vamos inmediatamente a levantarlos y a contemplarlos y ellos a su vez se sienten protegidos y su llanto dura solamente un instante, pues experimenta el amor de sus padres. Lo mismo es con el Señor, él es nuestro Padre que nunca nos abandona y “aunque nuestros pies tropiecen con piedra alguna, no debemos de temer, pues él está ahí para sostenernos” Sal 91
Leamos en la carta de San Pablo a los romanos: “¿Qué más podemos decir? Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? Si ni siquiera perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos va a dar con él todo lo demás? ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Acaso las pruebas, la aflicción, la persecución, el hambre, la falta de todo, los peligros o la espada? Pero no; en todo eso saldremos triunfadores gracias a Aquel que nos amó. Yo sé que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni las fuerzas del universo, ni el presente ni el futuro, ni las fuerzas espirituales, ya sean del cielo o de los abismos, ni ninguna otra criatura podrán apartarnos del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor” Rom 8:31-37
Dios en su Hijo Jesucristo, nunca nos abandonará en nuestro trabajo de evangelización y por muy duro que esto nos parezca, él siempre estará a nuestro lado, pues su promesa es justa, ya que él es justo.
Para que nosotros podamos comprender lo que el Señor nos promete, debemos de estar compenetrados en la lectura asidua de la Biblia, profundizando y reflexionando a plenitud todo lo que él hizo por cada uno de sus amados. En realidad eso es la Biblia, especialmente cuando hablamos del Nuevo Testamento y más aun cuando nos enfocamos en la lectura de los Evangelios.
En ellos Jesús nos da una clara visión de lo que significa evangelizar, siendo obediente al Padre en todos los aspectos y aunque los cuatro Evangelios nos apunten a Jesús en diferente manera (esto lo estudiaremos en la próxima clase), los cuatro nos invitan a adentrarnos en nuestra misión evangelizadora, proclamando su Palabra de amor, no solamente leyendo la Biblia, si no qué poniendo en acción lo que ahí leímos.
Recordemos que la palabra Evangelio, viene de la palabra griega “Euanglion” que significa “buenas noticias” y que tiene sus raíces en “ángel” y como todos sabemos ángel significa enviado o mensajero de Dios. Por lo tanto si dividimos ésta palabra griega en dos tenemos que “Eu” significa “Buena” “anglion” mensajero. Cuando la utilizamos en la lectura de la Biblia, está palabra significa “Buenas nuevas del Señor Jesús” Por lo tanto al leer la Biblia, nos estamos comprometiendo con el Señor Jesús a ser mensajeros de la Buena Nueva que primero que nada ha transformado nuestras propias vidas, y por lo tanto con nuestra experiencia, proclamaremos el Evangelio de salvación a la humanidad.
También hay que hacer referencia a un punto bien importante, que no se nos debe de olvidar: Jesús en los cuatro Evangelios, se entregó por amor hasta dar su propia vida como recompensa por el pago de nuestros pecados (Fil 2:6-11) Pedro también dio su vida por el Evangelio siendo crucificado de cabeza, pues no se sentía digno de morir como su Señor; Pablo mismo fue decapitado por causa del Evangelio; Esteban (Hc 7), quien murió apedreado por compartir la promesa de salvación. También podemos mencionar mártires modernos como: Monseñor Romero, Obispo de El Salvador, quien dio su vida, por denunciar injusticias sociales: “Señores gobernantes, les pido, les ruego, les imploro, ¡les ordeno que paren la violencia!” ¿Y cómo terminó? muerto. Martín Luther King quien lucho por los derechos de los Afro americanos, manifestando por sus derechos en una manera pacífica, también termino asesinado y así podemos mencionar a muchos otros que proclamando el Evangelio, experimentaron en carne propia lo que significa verdaderamente el anunciar la Buena Nueva, que leyeron en la Biblia y que sin más pusieron a trabajar, pues como nos dice Santiago en el capítulo 2 y verso 17: “Lo mismo ocurre con la fe: si no produce obras, muere solita”
¿Qué quiero decir con todo esto? Pues que el Evangelio que leemos en la Biblia es un Evangelio de acción y que esa acción nos llevará hasta el dar nuestra vida, con precesiones, con implicaciones que serán duras de aceptar, pero que al final de cuentas, nos llevará a la vida eterna y como Pablo nos dice: “No creo haber conseguido ya la meta ni me considero un «perfecto», sino que prosigo mi carrera hasta conquistar, puesto que ya he sido conquistado por Cristo. No, hermanos, yo no me creo todavía calificado, pero para mí ahora sólo vale lo que está adelante, y olvidando lo que dejé atrás, corro hacia la meta, con los ojos puestos en el premio de la vocación celestial, quiero decir, de la llamada de Dios en Cristo Jesús. Nosotros tenemos nuestra patria en el cielo, y de allí esperamos al Salvador que tanto anhelamos, Cristo Jesús, el Señor. Pues él cambiará nuestro cuerpo miserable, usando esa fuerza con la que puede someter a sí el universo, y lo hará semejante a su propio cuerpo del que irradia su gloria.” Fil 3:13-20
Qué bello es poder contar con la promesa del Señor, saber que él estará a nuestro lado y que una promesa más grande aun nos ha hecho, nuestra casa en el Cielo. Ah, pero esto será solamente para aquellos que verdaderamente vivan a plenitud lo que se lee en los Evangelios.
El Evangelio no se queda solamente en un sentir bonito y eso ya lo hemos repetido muchas veces, tampoco significa que tenemos que estar metidos todo el tiempo en el Templo y menos que nos dediquemos todo el día a rezar, todo lo contrario. El Evangelio es acción y por eso nosotros debemos de ser acción y predicar la Buena Nueva primordialmente, en medio de nuestro hogar, en nuestra comunidad y sobre todo en medio de nuestra sociedad, velando por las injusticias sociales, tales como las leyes de inmigración que afectan a nuestros hermanos que se encuentran sin documentos; velar por el derecho a la vida, luchar por mejorar las condiciones de nuestros hermanos que se encuentran hundidos en la pobreza, luchado por sus derechos y no aprovechándonos de ellos; velando porque nuestros hijos prosperen en medio de una sociedad que les pinta un mudo fantasioso, haciéndoles caer en vicios mundanos; comprometiéndonos a luchar en contra las injusticias religiosas, en medio de nuestra parroquia, en medio de nuestra Sede eclesiástica, velando por los intereses de los más afectados, demostrándoles con acción, que sí tienen a Cristo a su lado. Eso es el ser parte integral del Evangelio del Señor. Él nos lo demostró con hechos y nos pide que lo mismo hagamos por los demás.
¿Cómo lo lograremos? Con oración (no rezos vanos y vagos), con ayuno (no tratando de perder peso), pero sobre todo con nuestra entrega total al Señor de la Gloria eterna. Perseverando aun en la persecución y sin miedo de dar nuestras vidas por amor a Dios y al prójimo.
Es tiempo que la Biblia y los Evangelios sean más que lecturas bonitas que nos hablan de Jesús. Es el momento en el que nosotros los renovados en el Espíritu Santo, tomemos posesión de nuestros puestos y que preparados en la Eucaristía, proclamemos con valentía a un Dios de amor que nos dio a su Hijo a morir por cada uno de nosotros, y que al resucitar de entre los muertos nos da vida eterna. Pongámonos la armadura del Señor y proclamemos al mundo entero que Dios nos llama al arrepentimiento y a la conversión, espiritual, moral y social en medio de un mundo perdido por los vicios inculcados por hombres que llenos de odios y rencores y sobre todo llenos de soberbia, ambición y ansias de poder, llevan a la sociedad a la incertidumbre, a la pobreza, a la injusticia en contra de los más pobres y todo lo oscuro que esto acarrea.
No caigamos nosotros los renovados en los mismos vicios, más bien, seamos sobrios y presentémonos rectos ante el Señor. No busquemos y menos luchemos por puestos dentro de nuestra Iglesia. ¿Para qué? Eso nos lleva a la vanagloria y al despotismo, como sucede en medio de nuestras parroquias, que al pelear un puesto uno pone de cabeza al otro, peleándose como perros y gatos, demostrando que realmente lo que les interesa es tener su propia adoración y alabanza, como políticos que prometen y hasta matan a sus contrincantes, por ser mejores que ellos. Y aun así nos atrevemos a decir que somos renovados en el Espíritu de Dios.
Veamos también como caemos en esos vicios cuando dos grupos se pelean por la gente y hacen retiros o eventos de evangelización en las mismas fechas, tratando cada uno de tener la muchedumbre más grande. Eso no es el Evangelio. Por qué no nos unimos todos en el verdadero Espíritu y proclamemos juntos la Buena Nueva, trayendo almas a sus pies, usando todas herramientas posibles para lograr llevar a cabo el mandato del Señor de “ir por todas las naciones y hacerlos sus discípulos” Porque es triste ver como la Iglesia aun en su renovación, está llena de discípulos como Judas que por ambición entregó al Señor y no contento con ello, se quitó la vida. Él caminó con Jesús y vio sus milagros, escuchó del Maestro, enseñanzas profundas y más sin embargo ¿qué hizo? Lo entregó con un beso. Nosotros en la Iglesia actual hacemos lo mismo. Por obtener un puesto, por tener la mayor cantidad de gente, por quedar bien con los líderes, por querer un hueso, entregamos al hermano que verdaderamente evangeliza por amor al Señor sin importar consecuencias y cuando estas mismas suceden, entonces nuestras conciencias quedan manchadas, sucias por lo que hicimos y la mayoría, después de hacer el daño se alejan, no solamente del grupo, de la Iglesia, sino que de Dios.
Recordemos que evangelizar, es amar y si no amamos, nunca podremos llevar la Buena Nueva a la humanidad y mucho menos podremos hacer de los pueblos sus discípulos.
Jesús nos envía, sabiendo que hemos comprendido su Palabra, sus enseñanzas y que sus milagros los vivimos en lo más profundo de nuestro corazón. Pero la clave de todo es el de “estar unidos” A los apóstoles los reunió en un mismo lugar y a todos los habló de la misma forma, no individualmente, por lo tanto nosotros debemos de unirnos en su Palabra, para poder ser los mensajeros del poder de Dios.
Que Dios Padre nos ayude a ser mejores evangelizadores y proclamadores de las Buena Nueva, para que el mundo crea que verdaderamente existe un Dios de poder, que los ama y desea su salvación. Amén
No olvidemos que nuestra Iglesia nos recomienda que la lectura de la Biblia, tiene que ser asidua, es decir que la Palabra debe de ser leída constantemente y que más que todo si somos principiantes, empecemos por leer los Evangelios.
René Alvarado