En el libro de Isaías 55 del 1 en adelante nos habla sobre algo que es muy interesante para nuestras vidas. «Tú que andas con sed, ven a mí que yo te daré de beber…» Maravilloso. Pero, ¿qué significa tener sed y que es lo que él nos ofrece?
Para comprender esto, es necesario analizar primero que nada el hecho de tener sed. El cuerpo humano en su parte físico o carnal, está compuesto de cinco «niveles,» atómico, molecular, celular, anatómico y cuerpo íntegro. Desde el punto de vista atómico y molecular, nuestro cuerpo no puede estar sin tomar agua puesto que la tercera parte del mismo es agua (75% al nacer y 65% al envejecer) y por lo tanto si no bebemos el suficiente líquido, el mismo se deshidrata y puede causar por ejemplo daños profundos en nuestros órganos principales como los riñones.
El agua es una parte muy importante del mantenimiento del cuerpo. Es este líquido que se conserva en el cuerpo para la fluidez de los órganos y el bienestar de las células que componen nuestro cuerpo. El agua por ejemplo es llevada por la sangre para bañar a nuestros tejidos proveyendo de oxígeno a nuestro cerebro. Otro punto interesante es el hecho de que nuestro cuerpo no puede estar sin beber líquidos por más de cinco o seis días consecutivos sin tener el riesgo de una severa deshidratación, y en casos extremos está deshidratación nos puede llevar a la muerte.
Imaginémonos cuantos migrantes cruzan el desierto arriesgando sus vidas por una mejor. Cuántos de ellos no mueren en medio del calor que en algunos casos llega a 114 °F (unos 45.5 °C). El cuerpo humano no está diseñado para tales extremos y perecerá o dañará sus órganos principales por la falta de agua. Pero aun así, estos migrantes arriesgan su vida para encontrar algo mejor, la tierra en donde mana la leche y miel. ¿Cuántos no se han quedado en la mitad de su jornada en medio del desierto? Es que su travesía por el desierto es dolorosa y costosa. Todos los que han tenido la experiencia de migrar por el desierto han de saber lo que esto significa para sus vidas. Como dice aquel cantico «Cansado del camino, sediento de ti. Un desierto he caminado, mi armadura he desgastado, vengo a ti…»
Ahora veamos el significado de estar sedientos de Dios. Los desiertos espirituales que atravesamos en la vida, van secando nuestro espíritu y algunos sin fuerzas acabamos muertos a la mitad del camino. Sentimos morir y deseamos no continuar más porque el camino en medio de ese desierto es muy largo y ardiente. Ese problema en el que nos encontramos nos debilita y aunque tratamos de beber líquido, no es el suficiente como para terminar la travesía. Y es que bebemos cualquier cosa que nos ayude a solventar los momentos duros que estamos viviendo. Así es, el mundo siempre está dispuesto a ofrecernos agua pero, ¿nos hemos detenido alguna vez para analizar qué tipo de agua es la que bebemos para calmar la sed de nuestro desierto?
Recordemos que así como nuestro cuerpo corporal está compuesto de cinco niveles que son necesarios para existir, nuestro ser interior está compuesto por tres elementos, amor, fe y esperanza, que hacen de nosotros un ser espiritual. Del mismo modo que el corporal necesita beber líquido para subsistir, nuestro ser espiritual necesita hidratar nuestro interior con el sublime amor de Dios, con la plena confianza de que Dios nunca nos abandona y con la esperanza que un día llegaremos a nuestra casa celestial. Es por ello que necesitamos beber del Espíritu de Dios para poder subsistir, y si el cuerpo externo se debilita por no beber agua en medio del candente desierto que atraviesa para migrar, el espiritual se mantiene firme en medio de sus problemas, de sus dolores y enfermedades porque su bebida es el mismo Espíritu del Dios de poder que los guía en medio de sus desiertos.
Dios que es tan grande y sabio, nos hace la invitación a acercarnos a él, aunque no tengamos plata pues él nos dará a beber del manantial de agua de vida. San Juan de Ávila nos dice: «Y conociendo Tú, Señor sapientísimo, como Creador nuestro, que nuestra inclinación es a tener descanso y deleite, y que un ánima no puede estar mucho tiempo sin buscar consolación, buena o mala, nos convidas con los santos deleites que en Ti hay, para que no nos perdamos por buscar malos deleites en las criaturas. Voz tuya es, Señor (Mt 11: 28): Venid a Mi todos los que trabajáis y estáis cargados, que Yo os recrearé. Y Tú mandaste pregonar en tu nombre (IS 55): Todos los sedientos venid a las aguas. Y nos hiciste saber que hay deleites en tu mano derecha que duran hasta el fin (Sal 15: 11). Y que con el río de tu deleite, no con medida ni tasa, has de dar a beber a los tuyos en tu reino (Sal 35: 9).» (San Juan de Ávila – Lectura del orante 9).
Por muy fuertes o difíciles que parezcan nuestros desiertos, una cosa debemos de entender, que nuestro espíritu siempre estará sediento del Manantial incomparable de Dios que se nos da a cada uno de nosotros no por nuestros méritos, pero por la misma gracia de Dios. En realidad, si nos ponemos a pensar, podríamos analizar perfectamente lo que San Pablo nos relata en la carta a los Romanos en el capítulo 8 y verso 18ss «Estimo, en efecto, que los padecimientos del tiempo presente no se pueden comparar con la gloria que ha de manifestarse en nosotros. Porque la creación está aguardando en anhelante espera la manifestación de los hijos de Dios, ya que la creación fue sometida al fracaso, no por su propia voluntad, sino por el que la sometió, con la esperanza de que la creación será librada de la esclavitud de la destrucción para ser admitida a la libertad gloriosa de los hijos de Dios. Sabemos que toda la creación gime y está en dolores de parto hasta el momento presente. No sólo ella, sino también nosotros, que tenemos las primicias del Espíritu, gemimos dentro de nosotros mismos, esperando la adopción filial, la redención de nuestro cuerpo. Porque en la esperanza fuimos salvados; pero la esperanza que se ve no es esperanza, porque lo que uno ve, ¿cómo puede esperarlo? Si esperamos lo que no vemos, debemos esperarlo con paciencia.»
Debemos de entender por ende, que somos también migrantes espirituales que en nuestra búsqueda de nuestro bienestar espiritual, atravesamos momentos duros y en algunos casos de muerte. Lo triste es darnos cuenta de que la muerte espiritual es peor que la corporal, puesto que el cuerpo material regresa al polvo, mientras que el que muere espiritualmente bebiendo aguas del mundo, pierde su entrada en la Nueva Jerusalén del Cielo.
«Prestad oído y venid a mí; escuchad y vivirá vuestra alma. Haré con vosotros un pacto eterno, según la fiel promesa que hice a David… Buscad al Señor mientras puede ser hallado; clamad a él mientras está cerca.» Is 55: 3.6
No dejemos que nuestro espíritu se deshidrate por las circunstancias de la vida. No permitamos que las aguas negras y envenenadas del mundo nos aniquilen mientras sufrimos la travesía de nuestro desierto. Sepamos escuchar la voz de Dios que nos invita a beber de los manantiales de donde brotan ríos de agua viva. «Jesús le respondió: «El que bebe esta agua (del mundo) tendrá otra vez sed, pero el que beba del agua que yo le dé no tendrá sed jamás; más aún, el agua que yo le daré será en él manantial que salta hasta la vida eterna».