Después que Jesús fue presentado al mundo, su vida corrió peligro. El entonces rey Herodes, empezó una cacería para matarlo, lo que se conoce como: “los santos inocentes.” Sus padres tuvieron que huir hacia Egipto y allí vivir un tiempo mientras pasaba aquella persecución.
Las Escrituras nos hablan muy poco de Jesús cuando era niño, con la excepción del relato que nos hace Lucas en el capítulo 2 y versos del 41 al 52, en el que nos dice que sus padres iban cada año a las fiestas de la Pascua. Cuando cumple 12 años, Jesús los acompaña y se pierde entre la multitud. Al buscarlo, lo encuentran en el Templo dando una cátedra de Biblia a los eruditos de su época. Ya desde niño, experimentaba en su corazón el querer estar en el lugar de su Padre, porque los dos comparten el mismo Espíritu de amor. “¿No sabíais que en los negocios que son de mi Padre me conviene estar?”
Alguien podría decir qué, “de tal palo, tal hastía.” La realidad es que Dios en su humanidad, nunca se alejó de lo que siempre ha querido, nuestra salvación, pero, el hombre con su sabiduría humana, no ha querido esa salvación, siempre la ha rechazado. Aquellos hombres sabios en el Templo, tenían conocimiento de las Escrituras y de la Ley, pero sus vidas demostraban lo contrario a lo que Dios quería de ellos. Lo mismo sucede en nuestros días. Hoy tratamos de dar un significado científico a las cosas que son puramente de fe. Nos preguntamos si es que verdaderamente el plan de Dios es que el hombre se salve. Es que, ese proceso de salvación exige cambios radicales en nuestras vidas, los cuales no estamos dispuestos a realizar, porque estos nos apartan de nuestras comodidades. Creemos en las Escrituras, creemos que hay un Dios que tiene poder, pero aun así, no estamos dispuestos a dejarnos transformar por su amor.
La pregunta lógica sería: ¿Cómo entonces me dejo transformar por su amor? La respuesta la encontramos en el Evangelio de Juan capítulo 3 en el que nos habla del “nacer de nuevo”, y no simplemente nacer por nacer, como Nicodemo de cuestionaba a Jesús: “¿Cómo podré volver al vientre de mi madre?” Otra vez, el hombre siempre tratando de encontrar lógica a aquello que parece ilógico. Nos enredamos tanto en tratar de entender con la cabeza, lo que Dios quiere que comprendamos en el corazón.
La realidad es que, Jesús nos habla sobre el bautismo, el nacer de nuevo a una nueva realidad enfrascada en el Espíritu de amor. Es por ello que nuestro bautismo, el que realizamos por fe, no abre las puertas a nuestra salvación, la que ciertamente no es fácil, porque el ser bautizado por el agua y el Espíritu, nos reta a enfrentar las realidades de nuestras vidas, con valentía y dignidad.
Jesús mismo, experimentó el bautismo del agua y el derrame de ese Espíritu de amor: “Tu eres mi Hijo amado, en ti es mi placer.” El mismo Espíritu de Dios lo condujo al desierto, en donde atravesó momentos de tentaciones propuestas por el Diablo. Recordemos que en Jesús, ya habitaba la presencia del Espíritu del Padre, desde el momento en el que fue engendrado en el vientre de María, pero su bautismo, confirmaba la voluntad de su Padre, querer que él fuera el Salvador de la humanidad.
No fue fácil para Jesús su bautismo. Él sabía perfectamente lo que eso significaba para su humanidad, pero, permaneció siempre fiel, siempre creyó que su Padre nunca lo abandonaría y que siempre lo escuchaba: “Y Jesús, alzando los ojos arriba, dijo: Padre, gracias te doy que me has oído. Que yo sabía que siempre me oyes.” Jn 11: 41-42. Eso mantuvo viva la llama de la salvación en Jesús. Humanamente supo lo que significaba el dolor de los demás, porque él mismo, lo experimentó. Jesús mismo nos muestra con testimonio, la manera en la que debemos de actuar en la vida. El papa Juan Pablo II nos dice: “Primero que nada tenemos que reconocer que somos hijos de Dios y en eso, descubrir que si somos sus hijos entonces tenemos dignidad. Cristo, supo reconocer esto mismo en su propia vida y ello lo llevó a actuar en una manera firme y eficaz en contra de toda tentación de pecado en su vida. No es porque él fuera “bueno”, porque uno solo es bueno y ese es Dios (Lc 18: 18), pero para que nosotros mismos tomáramos su ejemplo de vida.” Jesús verdadero Dios, verdadero hombre.
Cada uno de nosotros por el bautismo recibido de Cristo por medio de nuestra Iglesia, estamos llamados a experimentar el mismo proceso de Jesús. Recordemos que el bautismo es el “nacer de nuevo” a una vida de fe, sin importar a donde ésta nos pueda llevar. En él (bautismo), nos hacemos hijos adoptivos de Dios y en nosotros, se hacen realidad todos aquellos aspectos que promulgan la presencia de Cristo encarnado. Pero ello, no es simplemente un sacramento de iniciación cristiana, al contrario se hace parte integral de nuestras vidas por la misma fe para convivir y compartir una vida plena compartiendo con otros, el amor de Dios.
«Los bautizados vienen a ser «piedras vivas» para «edificación de un edificio espiritual, para un sacerdocio santo» (1 Ped 2: 5). Por el Bautismo participan del sacerdocio de Cristo, de su misión profética y real, son «linaje elegido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido, para anunciar las alabanzas de Aquel que os ha llamado de las tinieblas a su admirable luz» (1 Ped 2: 9). El Bautismo hace participar en el sacerdocio común de los fieles.” NC 1268
En su bautismo, Jesús comprendió la misión encomendada por el Padre, dejándose guiar por el mismo Espíritu de Amor. De la misma manera en nuestro bautismo, debemos de comprender que en el propio Espíritu, somos llamados a la misión de amar, la misma que se realiza en el hecho de nuestra docilidad, para responder con un sí rotundo, sin importar lo que esto pueda acarrear para nuestras vidas. Jesús en el Templo, toma el Rollo de Isaías y lee: “El Espíritu del Señor es sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado para sanar a los quebrantados de corazón; para pregonar a los cautivos libertad, y a los ciegos vista; para poner en libertad a los quebrantados; para predicar el año agradable del Señor. Y enrollando el libro, lo dio al ministro y se sentó; y los ojos de todos en la sinagoga estaban fijos en él.” Lc 4: 18-20
¿A dónde le llevó proclamar esa Verdad? Es que decir, “el Espíritu de Dios, está sobre mí,” tiene sus problemas; no solamente por el hecho de decir que está sobre mí, sino sobre todo en la acción a la que el Espíritu nos lleva a realizar. Aunque Jesús no necesitaba del bautismo, bien sabía que era necesario, pues éste, le prepararía para su Pasión y muerte de Cruz, porque en su acción se manifestaba todo aquel Verbo (presencia divina), que se conjugaba en la humanidad y a la que a sus contemporáneos le incomodaba, porque estaban acostumbrados a una vida ficticia, en la que demostraban ser muy religiosos, dando órdenes de puritanos, que ni ellos mismos eran capaces de realizar, encubiertos por la Ley de Dios. Tal, debe de ser nuestra manifestación de fe en el bautismo, ya que, este se demuestra con la participación activa en todos los aspectos de la vida cotidiana, en la manera en la que convivimos y compartimos con los demás; en el atender las necesidades de nuestros semejantes, sin importar quienes estos puedan ser, y sobre todo, poniendo especial cuidado con aquellos que nos hacen mal.
«Los bautizados «por su nuevo nacimiento como hijos de Dios están obligados a confesar delante de los hombres la fe que recibieron de Dios por medio de la Iglesia» (LG 11) y de participar en la actividad apostólica y misionera del Pueblo de Dios (Cf. LG 17; AG 7,23).” NC 1270
La realidad es que en el bautismo de Cristo, somos invitados a ser fieles servidores de la Verdad (Amor), la misma que se encarna en medio de nuestras rutinas diarias. Su bautismo, nos enseña que antes de emprender una misión en particular, hay que sumergirnos en su amor, el que nos empapa, nos renueva y nos purifica para poder resistir los embates de las tentaciones a las que somos sometidos diariamente. Definitivamente, no podemos ser emprendedores, sin antes no a ver reconocido que por medio del Bautismo, es como alcanzaremos la vida eterna. «Por consiguiente, el bautismo constituye un vínculo sacramental de unidad, vigente entre los que han sido regenerados por él.» NC 1271.
En los Evangelios nos encontramos con ese momento en el que Jesús después de ser bautizado, fue conducido por el Espíritu de Dios hacia el desierto. En ese lugar nos cuenta la Escritura, Jesús experimentó la más grande de las soledades, días sin comer y noches sin dormir. En medio de la nada, sin nadie a quién acudir para solicitar un pedazo de pan o un jarro de agua. Sus únicos acompañantes fueron: la lagartija, la serpiente venenosa, los alacranes y todo tipo de insecto aclimatado al desierto. Aun así, permaneció el tiempo necesario, aquel que Dios Padre tenía predestinado para él. Tuvo hambre nos cuenta el Evangelio; más sin embargo, aun con el deseo de un taco, de una pupusa o de un tamalito, supo esperar y, aunque el enemigo vino a tentarlo, logró vencer pues Dios estaba con él.
Nosotros también vivimos desiertos en nuestras vidas, y aunque los nuestros no son literalmente en medio del mismo, nos encontramos con realidades similares y sobre todo, estamos rodeados de tentaciones a las que atribuimos nuestras caídas en el pecado. Estas situaciones a las que estamos expuestos y la manera en la que reaccionamos a ellas, nos llevan a pensar que Dios es un ser que se encuentra solamente en las tradiciones de nuestros abuelos y en vez de buscar soluciones prácticas de fe, nos envolvemos en todo aquello que ciertamente nos aleja de él.
Por otro lado debemos saber que el desierto de Jesús, representa el desierto del pueblo elegido por Dios como suyo. Los israelitas habían salido de la esclavitud y pasados por el Mar Rojo, fueron bautizados por las aguas que se abrieron y luego conducidos por el desierto. Claramente podemos ver como Dios manifiesta su deseo de salvarnos, pero que también desea nuestra purificación. Jesús no necesitaba de bautizarse, lo dijimos anteriormente, pero más sin embargo, lo hizo porque sabía en su corazón que portar cuerpo humano, significaba ser débil ante las tentaciones a las que sería sometido no solamente en su desierto, pero a través de todo su ministerio y muy en especial en el momento de su Pasión (de esto hablaremos más adelante).
Hoy reconocemos que el hombre desde el principio ha sido débil y ha estado en constante lucha contra las tentaciones. Es que el hombre en su terquedad, sigue luchando en contra de fuerzas que ya han sido derrotadas y que por lo tanto ya no deberían de sonsacar al creyente con miedos, incitaciones y caídas en el fango del pecado pues Jesús mismo en su humanidad nos demostró que sí, que verdaderamente sí se puede vivir sin pecar: “¿Por qué no reconocéis mi lenguaje? Porque no podéis escuchar mi palabra. Vosotros sois de vuestro padre el diablo y queréis cumplir los deseos de vuestro padre. Éste era homicida desde el principio, y no se mantuvo en la verdad, porque no hay verdad en él; cuando dice la mentira, dice lo que le sale de dentro, porque es mentiroso y padre de la mentira. Pero a mí, como os digo la verdad, no me creéis. ¿Quién de vosotros puede probar que soy pecador? Si digo la verdad, ¿por qué no me creéis?” Jn 8: 43-46.
En medio de las mentiras del mundo, la humanidad trata de dar soluciones a sus problemas, sin darse cuenta que en la mayoría de los casos, sus problemas son espirituales. En el instante que Jesús sintió hambre, el enemigo ve su debilidad humana y más sin embargo, reconoce que él, es el hijo de Dios y, como tal, podría decirle a esa piedra que se convirtiera en pan; pero la respuesta de Jesús fue directa y sin titubeo, “¡No solo de pan vive el hombre!” Es que el Diablo, comprende perfectamente que la carne siempre es débil y que por lo tanto ella está en búsqueda de aquellas cosas que le hagan “sentir bien.” Pero, aunque Jesús convirtiera la piedra en pan, eso no le daría la fuerza que necesitaría para sobre llevar su misión. Jesús siempre supo perfectamente en su corazón que solamente por medio del Espíritu, es como daría fuerza a su carne mortal.
Nosotros por el contrario buscamos que la cienciología, la hechicería, la santería, el vudú, el ocultismo, el espiritismo, la parasicología, (podemos seguir mencionando muchas otras), para llenar ese vacío que existe en nuestro interior. No hay lógica alguna en las soluciones que el mismo hombre ha creado, para apantallar el dolor y el sufrimiento de la vida misma. Queremos darle carne a lo que es espiritual. Es por ello que estamos en una constante búsqueda bajo el farol de la calle, la moneda que se nos cayó, cuando ella se nos perdió en la oscuridad de nuestras tinieblas. Esto trae la desesperación, y la misma se conecta con el eslabón de la discordia y esta a su vez trae consigo la apatía y la depresión, pues nuestros pensamientos no están centrados en lo que realmente nos dará la pauta para prender una luz en el lugar en donde perdimos la moneda, es decir, que estamos faltos fe.
El hombre se afana casi siempre en todo aquello que puede ver y tocar y aunque vea y toque de todas formas se queda ciego, pues lo que ve y toca hoy día, ya para mañana no sirve, pues, la vida continua girando para adelante y no se queda estancada en nuestro ego mortal, sino que más bien, da el tiempo para que lo aprovechemos en el instante adecuado. Es por ello que debemos de estar siempre atentos y enfocados no en el desierto de nuestras vidas, más bien, hay que enfocarnos en el oasis que podemos encontrar si sabemos cómo buscar. Eso mismo hizo Jesús al responder a aquellas tentaciones. Siempre sostuvo su fe, sabiendo que el Espíritu de su Padre nunca lo iba a abandonar: “Y respondiendo Jesús, le dijo: Vete de mí, Satanás, porque escrito está: Al Señor Dios tuyo adorarás, y a él solo servirás.” Lc 4: 8
Jesús logró vencer todo tipo de tentación, y no simplemente por el hecho de ser Dios mismo encarnado en la humanidad, sino más bien, por la misma confianza que tenía en el creador. Él sabía perfectamente que no sería abatido, pues afrontaba su realidad con fe, y en una constante oración. Nunca se preocupó por lo que iba a comer, o si bien, dormiría o no, aunque sea por una sola noche; todo eso lo que el hombre necesita para su existencia, él lo apartó y aún, en los momentos más duros, siempre siguió creyendo que si su hoy estaba nublado, mañana saldría nuevamente el sol.
Así es, el propio instinto humano es el de aferrarse a la vida y al tratar de sujetarse a ella, está dispuesto a cualquier cosa, sin importar las consecuencias que esto le pueda acarrear. A veces se paga un gran precio por confiar en que hay un Dios que todo lo puede. Nuestra confianza siempre ha sido en el mundo; la desesperación del hambre y la sed no nos permiten enfocarnos en lo que realmente vale y preferimos un plato de lentejas ahora mismo que un manjar el día de mañana (Gén 25: 34).
El Evangelio de San Mateo nos lo dice bien claro: “No andéis, pues, preocupados diciendo: ¿Qué vamos a comer?, ¿qué vamos a beber?, ¿con qué vamos a vestirnos? Que por todas esas cosas se afanan los gentiles; pues ya sabe vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de todo eso. Buscad primero el Reino de Dios y su justicia, y todas esas cosas se os darán por añadidura. Así que no os preocupéis del mañana: el mañana se preocupará de sí mismo. Cada día tiene bastante con su propio mal” Mt 6: 31-34
¿Podrá existir el hombre sin la gracia del Dios altísimo en su interior? ¡Claro que no! Sin Dios Padre, Jesús mismo no hubiese alcanzado la victoria en el desierto y el clímax de su misión. Sin Dios Padre, nuestra Madre María, nunca hubiese sido la corredentora de la humanidad. Sin el amor del Padre, nunca podremos sobrellevar las penas y las angustias que nuestro desierto nos brinda, es más, ni siquiera podríamos existir.
No estamos solos, nunca lo hemos estado. De una u otra forma Dios nos acompaña y hace fiable aquella promesa de derramar en nosotros la gracia de su Espíritu de amor. Eso fue lo que hizo posible que Jesús se mantuviera firme hasta el final. Esa presencia de aquel Espíritu que nuca lo dejó; que nunca lo abandonó a las tentaciones del enemigo. Hoy día ese mismo Espíritu nos acompaña, siempre fiel y atento a nuestras necesidades. Él está en medio de nuestro desierto y aferrados a él, encontraremos las fuerzas y el ánimo de seguir adelante pues como dice San Pablo: “Ante esto ¿qué diremos? Si Dios está por nosotros ¿quién contra nosotros? Rom 8: 31