Gracia y misión de todo bautizado
San Pablo nos habla en la introducción a su epístola a los romanos en el capítulo 1 del verso 1 en adelante tres aspectos que son su carta de referencia que le acreditan ser llamado servidor y apóstol.
Primero, Pablo se considera “siervo” de Jesucristo en la misma manera en la que Moisés y los antiguos profetas lo eran de Dios (Dt 34: 5). Ser considerado siervo de Dios era un título especial que no todos tenían y muchos perseguían. El significado de siervo viene de la palabra hebrea “ebed” que significa esclavo. El que se consideraba siervo de Dios entendía que serlo significaba que él era un esclavo y que su dueños era Dios. Pablo se ve como ese esclavo de Jesucristo y, por ende, realiza su servicio con entrega total aun en los momentos más difíciles como el día que fue apedreado: “Pero vinieron algunos judíos de Antioquía y de Iconio, y habiendo persuadido a la multitud, apedrearon a Pablo y lo arrastraronfuera de la ciudad, pensando que estaba muerto. Pero mientras los discípulos lo rodeaban, él se levantó y entró en la ciudad. Y al día siguiente partió con Bernabé a Derbe.” Hc 14: 19-22. Segundo, se consideraba por llamado divino, “apóstol por vocación”; esto lo sitúa al nivel de los otros apóstoles. Después de su encuentro con Cristo, experimenta el llamado al apostolado no porque lo sintiera así, sino que, experimenta la gracia de Dios cuando escucha la voz de Jesús: “…Cayó al suelo y oyó una voz que le decía: ‘Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?’ Preguntó él: ‘¿Quién eres tú, Señor?’ Y él respondió: ‘Yo soy Jesús, a quien tú persigues. Ahora levántate y entra en la ciudad. Allí se te dirá lo que tienes que hacer.” Hc 9: 1-6. Finalmente, reconoce que tiene la autoridad de Dios quien lo llama y envía como mandato, a anunciar y proclamar el Evangelio de Jesucristo.
En la constitución Lumen Gentium (constitución dogmática sobre la Iglesia) en el numeral 33, segundo párrafo 2 que, “…el apostolado de los laicos es participación en la misma misión salvífica de la Iglesia, apostolado al que todos están destinados por el Señor mismo en virtud del bautismo y de la confirmación…” Esto que nos dice la LG, lo debemos de hacer presente y operante en aquellos lugares en los que estamos llamados a ser la sal de la tierra (Mt 5: 13-15).
¿Pero cómo nos haremos participes de este apostolado al que somos llamados? Primero que nada, debemos de entender que cada uno de nosotros hemos sido llamados a este apostolado por nuestro bautismo. Tomando esto en cuenta, debemos de analizar en qué estado se encuentra nuestro corazón. Recordemos que Pablo cruel perseguidor de la Iglesia, cae postrado ante la presencia de Jesús y como tal, recibe la unción al ser transformado su corazón. En ese momento Pablo reconoce que él no es el señor que toma la decisión de quién vive o muere (Rom 14: 8-10), sino que se da cuenta que es esclavo y como tal se convierte en siervo del Señor. Esa es debe de ser nuestra primera actitud para responder a ese llamado al apostolado. Debemos de descubrir en lo más profundo del corazón quién es nuestro Señor y, sobre todo, saber que le servimos únicamente a él. Esto solamente lo haremos cuando nuestro corazón como el de Pablo sea transformado; pero si nuestro interior no se rinde ante su presencia, eso significa que todavía nuestro corazón no está transformado, es decir, que no ha reconocido en su totalidad la grande presencia de Dios en nuestras vidas. Recordemos, antes de la transformación de su corazón, Pablo le servía a Dios según su criterio fariseísta y en vez de construir en amor y mansedumbre su corazón estaba lleno de odio y celo. Luego de dejarse transformar interiormente, responde al llamado de Dios a compartir su apostolado de amor y reconciliación. “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios…” Ef 2: 8.
Otro aspecto que debemos de tener en consideración para el apostolado es, el deseo profundo de amar. Si nosotros no reconocemos el verdadero amor, entonces se nos hará muy difícil responder a ese llamado. Podremos venir al grupo o vivir sopotocientos retiros, pero sino nos abrimos al Amor, no podremos realizarnos como verdaderos esclavos del Señor. Aquí hay que hacer énfasis en el aspecto de la profundidad en la que nos sometamos a ese Amor. Para esto debemos de entender los diferentes niveles de amar. Primero tenemos el amor “filos” que es un amor como su palabra lo dice, filial, es decir que, ese amor me llama a compartir en armonía con los demás miembros de mi familia o comunidad. Segundo, existe el amor “ágape” que es el amor que se manifiesta en un proceso de apertura hacia los otros en el que voy a compartir una lagrima o una sonrisa con aquellos que forman parte de mi circulo. Pero existe un tercer amor al que le llamamos “eros”. Este amor es muy particular pues es el que nos lleva a experimentar la más extrema intimidad con el ser al que digo amar. Este amor, aunque dura solamente un momento, nos conecta de una manera muy especial con nuestra pareja llevándonos a experimentar el éxtasis de una entrega total. Es aquí en este amor eros en el que de la misma manera podemos llegar desde el punto de vista espiritual esa intimidad con Dios. Además, esa intimidad espiritual nos conduce al conocimiento de Dios, lo que conlleva a la adoración y el anonadamiento. Es en este instante de éxtasis en el que perdemos la razón de pensamiento carnal y nos dejamos envolver por la grandeza de su amor. Recordemos que los dos anteriores, el filial y el ágape, nos conectan con la familia y la comunidad. El amor eros en cambio, nos conecta de una forma íntima con el ser que amamos y de la misma manera si decimos que amamos a Dios, el amor eros nos conecta en la intimidad espiritual con la presencia de Dios todo poderoso.
¿Cómo se tiene esa intimidad con Dios? Como Pablo, reconociendo que, solamente postrado ante el Señor es como nos entregaremos totalmente a ese amor. Es en este punto en el que nos despojamos de todo el ropaje carnal que llevamos con nosotros para presentarnos desnudos ante él. Es aquí en donde nos presentamos solos ante su presencia y en el cual podemos disfrutar de ese amor que nos envuelve y acaricia y sobre todo que nos lleva a experimentar que hay una razón por la cual vivir. Esto solamente lo lograremos a través de nuestra oración personal.
Como tercer punto para responder al llamado del apostolado es, entender que ser siervos del Señor no significa que tendremos una vida de servicio de color rosa. Por supuesto que el servicio está lleno de baches los cuales hacen difícil nuestra gracia. Veamos como ejemplo todos aquellos momentos que hemos deseamos tirar la toalla; por que somos perseguidos, criticados o pelados por los demás; inclusive por los mismos miembros de nuestra familia o por los hermanos de la comunidad. Otro ejemplo que hace difícil el servicio del apostolado son las enfermedades como el cáncer o parálisis que no nos permiten servir a tiempo completo. Además, existen otros factores como lo son el desánimo por ver como nuestra comunidad se desvanece o hay pleitos entre los miembros del apostolado, o posiblemente la apatía que no nos permite movernos para alcanzar almas a sus pies. Hay hermanos servidores que aun así son llamados al apostolado por su propio bautismo, que por la apatía se transforman en estatuas que tienen ojos y no ven, oídos y no escuchan… le que los lleva a no ver más allá de sus propias narices y, al final, se enfrían y se retiran. Pero como verdaderos esclavos que han tenido ese encuentro infalible con el Señor, al que un día nos postramos ante sus pies y le reconocimos como el verdadero Dueño de nuestras vidas, sabremos salir avante ante cualquier situación que se nos presente en el camino. Recordemos que somos “…la sal de la tierra; pero si la sal se desvaneciere, ¿con qué será salada? No sirve más para nada, sino para ser echada fuera y pisoteada por los hombres.” Mt 5: 13.
Pablo nos cuenta la Escritura en 2 de Corintios 12: 1-10, “…Por eso, con sumo placer me gloriaré más todavía en mis flaquezas, para que habite en mi la fuerza de Cristo.” Como verdaderos siervos de Dios, tenemos que vivir sabidos que no son nuestras fuerzas las que nos sostienen o las que nos dan ánimo para seguir adelante o que nos levantan de cada caída. Por el contrario, debemos de darnos cuenta de que, si nos sentimos fortalecidos, animados o nos hemos levantado después de cada derrumbe, es porque Dios nos da la fortaleza para seguir adelante. (Fil 4: 13).
Como cuarto punto, es necesario comprender a plenitud que, por medio del bautismo, Dios nos hace ese llamado al apostolado. Este llamado no solamente se trata de recibirlo como algo que “tenemos que hacer,” como por obligación, más bien, es dar una repuesta de amor que transforme el corazón y ya transformados vivíamos el apostolado con testimonio y amor en medio del mundo en el que nos encontramos y que está tan falto de amor.
Por último, el bautismo y luego la confirmación nos llama a vivir ese apostolado unidos al Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia. Pero como nos dice el decreto del Apostolado del Seglar en el número 2: “…Y, por cierto, es tanta la conexión y trabazón de los miembros en este Cuerpo, que el miembro que no contribuye según su propia capacidad al aumento del cuerpo debe considerarse como inútil para la Iglesia y para sí mismo.” Por lo tanto, respondamos hoy como Pablo: “…Por lo cual me complazco en las flaquezas, en los oprobios, en las necesidades, en las persecuciones y angustias, por Cristo; pues cuando soy débil, entonces soy fuerte.” 2 Cor 12: 10.