Pascua, tiempo de esperanza

Estamos viviendo un tiempo muy especial dentro de nuestra bendita Iglesia católica. Es el tiempo en el que recordamos la resurrección de nuestro Señor Jesucristo y la espera del Espíritu Santo prometido a su pueblo.

Hoy debemos de recordar ese hecho maravilloso en el que, Dios manifiesta su amor eterno en medio del caos del mundo en el que vivimos. En realidad la Pascua es el tiempo en el que debemos de reflexionar sobre lo que hemos hecho hasta el momento; reflexionar sobre los acontecimientos en los que nos hemos envuelto, con sus pros y cons y sobre todo el reflexionar en la esperanza que la Pascua trae a nuestras vidas.

El tiempo de penitencia y dolor ha pasado, atrás se quedaron todas nuestras malas acciones, los momentos en los que nos separamos del amor de Dios y por supuesto, aprendimos una vez más a arrepentirnos de nuestras faltas y reconocimos nuestros pecados. Pero, ¿qué nos espera en el futuro? Recordemos que Jesús estuvo 40 días más con nosotros después de la resurrección y en esos días dialogó con sus apóstoles, dándoles instrucciones que quizá en su momento, ellos no pudieron comprender. Cuando terminó su instrucción final, fue levantado al Cielo y de la misma manera que lo vieron partir, de la misma manera lo veremos venir.

En eso radica nuestra esperanza, en el profundo y a su vez sencillo hecho de su venida. La cuestión es que esa esperanza no la logramos reconocer porque vivimos en un mundo diferente, en el que estamos constantemente contra reloj: no hay tiempo para esperar, no existe más la paciencia y por lo mismo, nos dejamos envolver por la continuidad de nuestro momento. Las penas, las preocupaciones de la vida, no nos permiten tener el tiempo de espera, porque queremos que todo lo negativo de la vida se solucione ya. La realidad es que si analizamos bien la escritura, nos daremos cuenta que Jesús al despedirse “…les dijo que no se alejaran de Jerusalén y que esperaran lo que el Padre había prometido. «Ya les hablé al respecto, les dijo: Juan bautizó con agua, pero ustedes serán bautizados en el Espíritu Santo dentro de pocos días.» Eso es lo que nos cuesta, “saber esperar” el momento en el que Dios obrará en medio de lo que vivimos.

El tiempo de Pascua sin lugar a dudas, nos enfrenta a nuestras realidades de fe. Es el momento en el que afirmamos nuestra fe o la perdemos del todo. No podemos estar con pie en el cielo y otro en el infierno. O somos fríos o calientes (Ap 3: 15-16): o tenemos fe o no. La fe conlleva a la esperanza de una mejor vida, de una nueva vida en todos los sentidos de la palabra. Pero, la esperanza se alcanza solamente en el saber esperar el momento en el que Dios actuará en medio de lo que vivimos.

Recordemos lo que Pablo nos dice en la Carta a los Romanos 8: 18: “Estimo que los sufrimientos de la vida presente no se pueden comparar con la Gloria que nos espera y que ha de manifestarse allá en el cielo.» Eso es exactamente lo que nos debe sostener en la espera de una vida mejor. Por muy duro y difícil que se presente el panorama en nuestras vidas, debemos de saber que el Espíritu de Dios está por llegar, si permanecemos confiando en su poder en medio de nuestros más grandes problemas o dificultades.

Los apóstoles aun después de haber escuchado esa advertencia del Señor, se encerraron en su habitación por miedo a lo que les pudiera ocurrir; ellos no quería morir como su Maestro y para ellos su miedo a la muerte era mucho más grande que la promesa de Dios hacía a sus corazones. Definitivamente, ellos no quedarían solos con problemas y miedos, no, definitivamente ellos recibirían la promesa que transformaría sus vidas y en cierta manera, la vida de toda una muchedumbre. Es que el Espíritu de Dios es la promesa, es la misma presencia del Dios vivo que ha resucitado para la vida eterna y en ella, estamos todos aquellos que permanecemos siempre firmes, confiando en la esperanza de un día ver a Dios cara a cara (1 Cor 13: 12; 2 Cor 3:18), siendo transformados en la plenitud de su amor.

Ánimo, no hay que desesperar, solamente Dios tiene la solución a nuestro diario vivir. Busquemos constantemente su amor e inundémonos en el corazón de fe, y esperanza, y eso aliviará las heridas del interior.

René Alvarado

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