Id y evangelizad

René Alvarado

Introducción:

Desde la perspectiva de la teología natural, entendemos que Dios nos pide que como bautizados vayamos por el mundo alcanzando almas a sus pies. Es decir que la fe es la base fundamental para realizar o llevar a cabo el plan de Dios para la salvación de la humanidad. Esto es muy importante de reconocer, ya que, sin fe no podemos comprender las profundidades espirituales a las cuales estamos llamados a realizar cada uno de nosotros por el bautismo. Es precisamente por esto mismo que queremos reflexionar sobre el mandato de Jesús de id y anunciar la Buena Nueva, relato que encontramos en los textos del Evangelio de San Mateo capítulo 28:18-20: “Jesús se acercó y les habló así: «Me ha sido dada toda autoridad en el Cielo y en la tierra. Vayan, pues, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos. Bautícenlos en el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo,  y enséñenles a cumplir todo lo que yo les he encomendado a ustedes. Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin de la historia.»”.

Desarrollo:

Hay varios puntos sobre los cuales vamos a reflexionar, uno de ellos trata sobre la unidad hipostática de la Santísima Trinidad. El centro primordial de todo servidor debe de estar enfocado en esta hipostasis en la que Dios manifiesta su plan perfecto de amor para cada uno de nosotros. Es a través de esta unión de tres en un solo Dios, como cada uno de nosotros los servidores, vamos a llevar esta Buena Nueva a todas las naciones. Pero ¿cómo se manifiesta esa unidad en nuestras vidas y cómo vamos a proyectar esa unidad a otros? Primero debemos de entender que Dios tiene un plan perfecto para nuestra salvación y es precisamente en ese plan perfecto en el que cada uno de nosotros hemos creído por fe (teología natural), de lo contrario ninguno de nosotros estaríamos aquí, porque esa unidad Trinitaria se realiza en el amor, cosa que muchas veces olvidamos o no queremos reconocer porque esto indica que se debe de amar como ama Jesús.

Es por ello que para llevar el mensaje de salvación a otros, debemos primero que nada vivir nosotros mismos, la plenitud de esa salvación, en el amor de Cristo, porque desde que fuimos bautizados, estamos llamados a llevar el Evangelio de amor y redención a la humanidad. En otras palabras, estamos llamados por el bautismo a ser los misioneros del mensaje de amor, como mandamiento nuevo: “Este es mi mandamiento: que se amen unos a otros como yo los he amado” (Jn 15:12). No podemos ser hipócritas, tratando de anunciar algo en lo que no creemos; podemos saberlo intelectualmente porque lo hemos leído y estudiado (teología sistemática), pero que sin la praxis, se queda solamente en un grafo que no nos conduce a nada.

Es precisamente aquí, en donde se realiza la plenitud de la hipostasis; en la unidad Trinitaria, que se entrelaza en el amor de Dios y que se manifiesta a nosotros en la humanidad de su Hijo Jesucristo, por medio del otro Paráclito (Jn 15:16), el Espíritu Santo, como soplo divino (Ruah). Es a esto a lo que estamos llamados: a amar como nos ama Jesús, hasta la Cruz, porque después de la cruz viene la vida en nuestra morada eterna, la Nueva Jerusalén del Cielo (Ap 21:1-4). Pero lógicamente, esto no es fácil de realizar, porque, estamos rodeados de situaciones que nos impiden amar a Dios sobre todas las cosas y, más difícil aún, amar al prójimo como a nosotros mismos (Mc 12:30-31). Por otra parte, nuestra excusa para alivianar nuestra falta de amor, es decir que somos humanos y que por lo mismo ya que no somos Dios, tendemos a faltar al mandamiento de amar como ama Jesús. Claro que somos humanos y por ende, carne (sarx); pero esto no es indicativo de que nos debemos solamente a lo que la carne nos conduce a hacer o a proyectar; por el contrario, recordemos que si la carne es débil, tenemos el Espíritu del Padre que es fuerte, “Porque Dios no nos dio un espíritu de timidez, sino un espíritu de fortaleza, de amor y de buen juicio” (2 Tim 1:7);  o como diría Jesús: “…pues el espíritu es animoso, pero la carne es débil” (Mc 14:38b).

Otro punto importante en esta cita de Mateo para poder comprender el llamado a evangelizar es, “Me ha sido dada toda autoridad en el Cielo y en la tierra…”  Jesús siendo uno con el Padre (Jn 14:6-9), tiene autoridad sobre la Iglesia que se adhiere a él en un mismo espíritu, y en su autoridad, nos invita a evangelizar no solamente como un mandato por obligación, si no qué, con su propia experiencia, enseñándonos a llevar una vida recta, para que por medio de nuestras vidas, podamos de la misma manera dar ejemplo de seres que viven a plenitud la experiencia de haber sido evangelizados. Ese mismo poder, Jesús nos lo da a nosotros, los que creemos verdaderamente en él y que nos dejamos envolver de su amor. Recordemos que su autoridad es obtenida por su relación con el Padre y su deseo absoluto de llevar la Buena Nueva a la humanidad, sacrificando su vida por amor al Padre y a cada uno de nosotros. Ese es su poder. El poder de amar como el Padre nos ama, demostrándonos que, si lo hacemos por amor y confiamos plenamente en su poder, obtendremos victoria.

Pero debemos de entender que aunque, es un mandato, este no es autoritativo, es decir, que Jesús no nos obliga a hacerlo, pero tampoco lo hace sentir como un mandato vago, para ver si tenemos ganas de realizarlo o no. Él mismo, tomó una acción positiva en medio de su experiencia de vida: “…«Siento en mi alma una tristeza de muerte… Jesús se adelantó un poco, y cayó en tierra suplicando que, si era posible, no tuviera que pasar por aquella hora. Decía: «Abbá, o sea, Padre, para ti todo es posible, aparta de mí esta copa. Pero no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú.»” (Mc 14: 34-35). Jesús aceptó libremente, el llamado del Padre a entregar su vida por la salvación de nuestras almas; a eso estamos llamados cada uno de nosotros los servidores, a responder a su mandato con la plena libertad de conciencia, sabedores de que el decir que sí, implica que seremos perseguidos, pisoteados y humillados, no solamente por aquellos a los que les anunciamos la Buena Nueva, sino que también de parte de nuestros familiares y amistades cercanas (2 Cor 6:8-10).

Pensemos por un momento lo que Jesús hizo por cada uno de nosotros, al compartir su amor en una entrega total que lo llevó al madero. Así nos ama y así de esa manera se dio así mismo como último sacrificio para enseñarnos la forma en la que debemos de evangelizar, llevando su Palabra de amor y salvación y a su vez trayendo almas a sus pies. Esto involucra una apertura total de corazón del cual irradia la imagen de Dios a quien decimos predicar. Es necesario pues, que nos despojemos de todo nuestro interior y que rechacemos los miedos, los temores al fracaso y digo “al fracaso”, porque muchas veces pensamos que somos ineptos, que no sabemos hablar y que no tenemos sabiduría para poder compartir lo que Cristo ya hizo por nosotros en la Cruz del Calvario. Es que no se trata de ser eruditos, teólogos, biblistas o filósofos, para responder a ese mandato. Se trata de que vivamos en carne propia lo que predicamos, es decir, que vivamos la plenitud del amor eterno de Dios (Jer 31:3) en todas sus dimensiones, ya sea en el dolor, la enfermedad, la persecución o en el mismo proceso de muerte, porque es en esto en que podremos experimentar el verdadero significado del amor del Padre, ya que, “Ha sido Dios quien nos ha puesto en esta situación al darnos el Espíritu como un anticipo de lo que hemos de recibir” (2 Cor 5:5).

Sólo imaginemos por un momento si Jesús en el Huerto del Getsemaní hubiera dicho no, al plan de Dios, ¿qué hubiera pasado con nosotros? Ahora pensemos por un instante, qué pasaría si nuestra respuesta al mandato de Jesús de ir y evangelizar a las naciones fuera un rotundo no, o un sí, a medias. Cuántas almas se perderían por  nuestra negativa. Es que debemos de entender que, si decimos que amamos a Dios y que estamos dispuestos a hacer su voluntad, esto significa que estamos llamados a amar como él ama y si en verdad amamos como él, entonces, responderemos sí, no para que el mundo nos glorifique por nuestra prosa adornada con palabras bonitas, pero que sin embargo, no ofrecen más que la alabanza de las multitudes: “Miren, como habla de bonito…”. Nuestra respuesta debe de estar enfrascada y diluida en ese amor por el cual nosotros mismos hemos sido salvados. “La verdadera enseñanza que trasmitimos es lo que vivimos; y somos buenos predicadores cuando ponemos en práctica lo que decimos” (San Francisco de Asís[1]).

Jesús pregonó el amor del Padre, no por su elocuencia, sino que más bien por su testimonio, el cual plasmó en una acción viva y eficaz. “Si tu quieres puedes sanarme, Jesús extendió la mano, lo tocó y le dijo: «Quiero; queda limpio.» Al momento quedó limpio de la lepra” (Mt 8:2-3). El amor se demuestra con la acción, no con el conocimiento de la letra; parafraseándolo de otro modo, el conocimiento, nos debe de llevar a la acción. Como dijo San Francisco de Asís: “…solamente si es necesario, pronunciaremos palabras”.  Esa debe de ser nuestra actitud ante el mandato de Jesús, el anuncio del Evangelio de salvación a través de nuestras actitudes, experiencias y testimonios, de lo contrario el mensaje de Jesucristo se convierte en nuestro mensaje y por lo mismo, en una falacia, porque no hacemos lo que predicamos.

Un tercer punto primordial en esta cita es el versículo 20: “Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin de la historia”. Vaya, qué promesa tan especial nos hace Jesús. Él nunca nos dejará abandonados a nuestros propios destinos. Jesús que no tenía en donde recostar su cabeza (Lc 9:57), que caminó sólo en el desierto (Lc 4:1-13) y que en el momento de su aprensión, fue abandonado por todo el mundo especialmente los más allegados a él (Mt 26:56), nos promete que nunca nos dejará en las mismas condiciones en las que nosotros lo dejamos a él cuando no hacemos su voluntad y trabajamos solamente para satisfacer nuestros propios egos personales, para vanagloriarnos de lo que hacemos en la Iglesia y no necesariamente, para darle honor, honra y gloria a aquel que nunca nos abandona.

Ese es el Señor para nosotros, pero lo que debemos de preguntarnos en este momento es: ¿Soy yo verdaderamente para el Señor? o simplemente hago lo que hago sin estar consciente de su amor. Dios nunca nos abandona, aún así, nosotros lo hagamos. Es que hay algo tan profundo en Dios que, no existe la posibilidad en su Esencia, el de abandonarnos al abismo; dicho en otras palabras, Dios no puede dejar de amarnos: “…Pero ¿puede una mujer olvidarse del niño que cría, o dejar de querer al hijo de sus entrañas? Pues bien, aunque alguna lo olvidase, yo nunca me olvidaría de ti” (Is 49:15; Os 11:8). Por eso, debemos de estar compenetrados que si Jesús nos envía como misioneros de su amor, es su amor el que nos sostiene en el Espíritu Santo para alcanzar almas a sus pies. Dios en su Hijo Jesucristo, nunca nos abandonará en nuestro trabajo de evangelización y por muy duro que esto nos parezca, él siempre estará a nuestro lado, pues su promesa es justa, ya que él es justo. Como leemos en la carta de San Pablo a los romanos: “¿Qué más podemos decir? Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?  Si ni siquiera perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos va a dar con él todo lo demás? ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Acaso las pruebas, la aflicción, la persecución, el hambre, la falta de todo, los peligros o la espada?  Pero no; en todo eso saldremos triunfadores gracias a Aquel que nos amó.  Yo sé que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni las fuerzas del universo, ni el presente ni el futuro, ni las fuerzas espirituales, ya sean del cielo o de los abismos, ni ninguna otra criatura podrán apartarnos del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor” (Rom 8:31-37).

Por último, debemos de reconocer que para poder comprender todo lo que aquí compartimos, es necesario un acercamiento a la oración. Sin ella, será imposible vivir a plenitud el significado de amar como él nos ama (Jn 13:34). La oración debe de ser parte primordial de nuestras vidas como misioneros del amor. Es la misma esencia de la vida, la que alimenta nuestro espíritu y la que nos une a esa unión hipostática de la que hablamos anteriormente. En el huerto, Jesús dobla rodillas y postrado en tierra entabla un diálogo directo con el Padre y eso le da la fortaleza para seguir adelante, sabiendo de antemano que Dios siempre le escucha y le responde: “Te doy gracias, Padre, porque me has escuchado. Yo sabía que siempre me escuchas…” (Jn 11:41b-42). De esa misma forma debe de ser nuestra oración, creyendo de antemano que Dios siempre nos escucha y aunque pensamos que tarda en responder, él sabe lo que necesitamos desde antes que le pidamos (Mt 6:7-8).

Por ende, pongámonos la armadura del Señor y proclamemos al mundo entero que Dios nos llama al arrepentimiento y a la conversión, espiritual, moral y social en medio de un mundo perdido por los vicios inculcados por hombres que llenos de odios y rencores y sobre todo llenos de soberbia, ambición y ansias de poder, llevan a la sociedad a la incertidumbre, a la pobreza, a la injusticia en contra de los más pobres y todo lo oscuro que esto acarrea. Recordemos que evangelizar, es amar y si no amamos, nunca podremos llevar la Buena Nueva a la humanidad y mucho menos podremos hacer de los pueblos sus discípulos. 

Conclusión:

Jesús nos envía, sabiendo que hemos comprendido su Palabra, sus enseñanzas y que sus milagros los vivimos en lo más profundo de nuestro corazón. Pero la clave de todo es el de “estar unidos”, como comunidad (común unidad). Jesús esta unido al Padre y él a su vez al Espíritu Santo; los tres en una unidad hipostática. A los apóstoles los reunió en un mismo lugar y a todos les habló en conjunto, como a un grupo centrados con el mismo ideal y no individualmente, por lo tanto, nosotros debemos de unirnos con el mismo ideal, para poder ser verdaderos mensajeros del poder de Dios, trayendo almas a Sus pies, amando y soportándonos unos a otros por amor, pues al final de cuentas eso es el poder de Dios: “el amor”. Como nos dice Pablo: “El fin de nuestra predicación es el amor, que procede de una mente limpia, de una conciencia recta y de una fe sincera” (1 Tim 1:5). Eso es lo que Dios quiere de nosotros.


[1] Píldoras de Fe: “25 frases de San Francisco de Asís que mueven el corazón” Tomado de: https://www.pildorasdefe.net/aprender/fe/15-frases-de-San-Francisco-de-Asis-La-numero-5-estremecera-tu-corazon

La misericordia de Dios: 

René Alvarado Mayo, 2022

¿Qué es misericordia? Etimológicamente, esta palabra viene del latín, y se puede describir como: misere (miseria, necesidad), cor, cordis (corazón) e ia (hacia los demás); significa tener un corazón solidario con aquellos que tienen necesidad.

Hoy día hemos perdido el sentido racional del significado de esa palabra. Esta lo decimos como si fuera tan normal sin tener en cuenta su valor y significado. Muchas veces decimos, “Dios tenga misericordia de él…” pero ni nos damos cuenta de que en realidad Dios sí ha tenido ya misericordia por el simple hecho de ser creación suya. Somos nosotros los que por razón del amor de Dios que decimos profesar, los que debemos de tener misericordia con los demás. Es más, ella debe de empezar por nosotros mismos, es decir, ver el daño que hacemos a nuestra persona cuando nos separamos del amor de Dios. Nadie puede decir, “te amo Dios”, si no se ama así mismo. 

Para entender esto debemos de saber que el núcleo de la misericordia es Dios mismo en su Hijo Jesucristo. Ya el Papa Francisco lo escribe en su bula, Misericordiae Vultus (MV # 1), en donde nos dice que, “Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre”. Es que, hablar de misericordia es parte esencial de nuestra vida cristiana. El problema es que solamente nos quedamos en el “hablar” de ella, pero se nos olvida que ésta se debe de poner de manifiesto en la acción en todo momento de nuestra vida. Esto lo podemos encontrar claramente en el Salmo 136, en la que el Salmo va relatando su plan perfecto de amor y en el cual se canta que eterna es su misericordia por cada acción obrada durante su plan de salvación.

En su bula, el Papa Francisco nos habla sobre cómo, “Con la mirada fija en Jesús y en su rostro misericordioso podemos percibir el amor de la Santísima Trinidad”(MV # 8). He allí el conflicto del cristiano; Nuestros ojos no están puestos sobre Jesús y por lo tanto no podemos descubrir en esos ojos, el amor tan profundo del Padre por cada uno de sus hijos amados. Nos cuesta ser misericordiosos porque nuestros ojos se enfocan en las actitudes de los demás a los cuales criticamos, pelamos y calumniamos. Solamente tenemos ojos para ver en los demás sus errores como fariseos señaladores de la espina del ojo del otro, cuando en nosotros mismos existe una viga que no nos deja ver más allá de la espina en el ojo del que juzgamos. 

Es triste ver cómo es que muchos decimos estar conscientes del amor de Cristo, pero no estamos conscientes del amor que le debemos profesar a él, en el hermano al que pelamos. “¿Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su Hermano, ¿es mentiroso? Porque el que no ama a su Hermano al cual ha visto, ¿cómo puede amar a Dios que no ha visto?” (1 Jn 4: 20). Y por consiguiente si no ama a su hermano, que ve, tal y cual es, ¿cómo entonces se podrá amar así mismo? Esto no tiene lógica. “Dejar caer el rencor, la rabia, la violencia y la venganza son condiciones necesarias para vivir felices” (MV # 9 tercer párrafo).

Hoy en vez de misericordia, (que es “…la disposición a compadecerse de los trabajos y miserias ajenas” (Misericordia), nos encontramos con un mundo que se llena cada día, de odios y rencores, de racismos y persecuciones, de discriminación de género, de la muy mal entendida filosofía del feminismo, etc.; porque está el corazón vacío del amor del Padre. No hay amor, no hay solidaridad con los demás; nos empujamos, nos ponemos zancadillas uno contra el otro porque todos “…amamos el lugar de honor en los banquetes y los primeros asientos en las sinagogas”, (Mt 23: 6); porque deseamos y amamos tener el control, porque cuando niños, nuestros padres alcohólicos y abusadores, nos controlaban, queremos ahora de adultos, el poder para gobernar y aplastar a los demás. 

Ver el rostro de Jesús es ver la imagen de Dios en el prójimo. En otras palabras, es ver el rostro del amor que se hace “visible y tangible” en la acción de Jesús porque “su persona no es otra cosa sino su amor.” Porque “…en él, todo habla de misericordia” (MV # 8). 

Tener misericordia es simplemente amar como ama Jesús. Todos sabemos cómo ama Jesús ¿no es cierto? Por supuesto, clavado en la cruz con los brazos abiertos para perdonar y recibir a todos por igual. Nosotros debemos de amar con esa intensidad. Dar nuestras vidas por amor, especialmente por aquellos con los que no comulgamos del todo. Eso es misericordioso. Porque la misericordia es compasiva (Mt 9: 36). Es ver la miseria del ser humano que se pierde en el abandono del mundo, sin que haya gente que se preocupe por él. Como dice aquel canto: Con nosotros está y no le conocemos, con nosotros está, su nombre es el Señor…y muchos que le ven pasan de largo, quizá por llegar temprano al Templo…” 

En la cruz del Calvario Jesús proclamaba: “¡Tengo sed!” (Jn 19: 28). Preguntemos a nuestro corazón: ¿Qué tipo de sed tuvo Jesús? Será que se trata de la sed de que todas sus criaturas brindemos compasión como él la tuvo con nosotros; sed de que amemos como él nos ama (Jn 13: 34-35). Pero en nuestra condición desamorada, lo que hacemos es lo del soldado que escuchando estas palabras corre a mojar una esponja con vinagre, dándole a Jesús solamente las incompetencias y amarguras de nuestro vivir. Como hipócritas creemos que con eso calmamos su sed. Que fastidio, así nos consideramos cristianos fieles. Alguien quizá pregunte por allí, “¿Señor cuando me dijiste que tenías sed?” Cuando vemos al desvalido, al moribundo, al preso, al hambriento, a los niños abusados, a las madres solteras, a las viudas, cuando escuchando su sed de justicia y haciendo la vista gorda, les damos con ignorarlos, el vinagre que en la esponja del corazón le damos a Jesús. “¿No debías también tú tener compasión de tu compañero, como yo me compadecí de ti?” (Mt 18: 33). Porque eso hizo Jesús en la cruz por nosotros. Fue compasivo y misericordioso hasta su muerte.

Si la compasión es la puesta en acción de la misericordia, entonces, Jesús es la acción del amor del Padre por cada uno de nosotros. No es posible que no veamos esto. No es posible que seamos tan ciegos ante esto que es tan palpable. Una vez más, estamos llamados a ser compasivos en nuestros hogares, en nuestras comunidades, en medio de la sociedad y si eso significa dar la vida, pues entonces con orgullo la debemos de dar, pues sabemos que de la muerte en Cristo pasamos a la vida eterna en Cristo (Rom 14: 9). Sin miedos, porque Dios no nos dio un Espíritu de miedo (2 Tim 1: 7-9), más nos ha dado un Espíritu de fortaleza para afrontar no solamente nuestras propias realidades, sino que en medio de esas realidades poder ver con ojos de misericordia a la creación de Dios y “…en eso los reconocerán como mis verdaderos discípulos” (Jn 13: 35).

“La misericordia es la viga maestra que sostiene la vida de la Iglesia. Todo en su acción pastoral debería estar revestido por la ternura con la que se dirige a los creyentes; nada en su anuncio y en su testimonio hacia el mundo puede carecer de misericordia” (MV # 10).

Por lo tanto, no veamos el rostro de Jesús en la cruz, más bien veamos al hermano en esa cruz y entonces veremos cómo es que el amor del Padre nos llama a amar al que está allí dando su vida en medio de la miseria del mundo.

La misión del servidor

Antes de empezar, tenemos que entender el significado de “misión” y de las ramificaciones que de ello desprende, de lo contrario no podremos comprender a plenitud el llamado que Dios hace a nuestras vidas.

Literalmente misión viene del latín “missio y -ōnis (enviar y deber)” y significa: “Poder, facultad que se da a alguien de ir a desempeñar algún cometido” (Real academia Española). En otras palabras podemos decir que “misión” es: alcanzar un ideal y trasmitirlo con una verdadera devoción, creyendo a profundidad que lo que compartimos al ser enviados, es la misma realidad que vivimos a diario.

Esto lógicamente no es nada fácil, ya qué, nos encontramos con una gran variedad de oposiciones al mensaje que queremos transmitir y en ciertas ocasiones esto se convierte en dolor, angustia, sufrimiento y en muchos casos la misma muerte. “Siguiendo a Cristo pobre, ni se abaten por la escasez ni se ensoberbecen por la abundancia de los bienes temporales; imitando a Cristo humilde, no ambicionan la gloria vana (cf. Gál 5: 26) sino que procuran agradar a Dios antes que a los hombres, preparados siempre a dejarlo todo por Cristo (cf. Lc 14: 26), a padecer persecución por la justicia (cf. Mt 5: 10), recordando las palabras del Señor: «Si alguien quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame» (Mt 16: 24). Cultivando entre sí la amistad cristiana, se ayudan mutuamente en cualquier necesidad” (Apostolado del seglar # 4 párrafo 6).

Podemos ver un claro ejemplo en Martin Luther King Jr., siendo un misionero del amor y la unidad, su sueño fue el de compartir lo que él vivía y su misión se convirtió en la misma experiencia de dolor, persecución, encarcelamiento y luego de muerte, por el hecho de creer en que la sociedad podía dar un cambio rotundo a la unidad del hombre sin las barreras del color de la piel e inclusive de la fe que se profesaba.

El mismo Señor Jesucristo fue un vivo ejemplo del verdadero misionero; él entendió el plan de Dios y atendiendo a ese llamado, pudo despojarse de su igualdad con Dios para hacerse semejante a los hombres y poder de esa manera comprender el mismo dolor y sufrimiento que al hombre aqueja, dándose a sí mismo en el amor y la caridad. “Si bien todo el ejercicio del apostolado debe proceder y recibir su fuerza de la caridad, algunas obras, por su propia naturaleza, son aptas para convertirse en expresión viva de la misma caridad, que quiso Cristo Señor fuera prueba de su misión mesiánica (cf. Mt 11: 4-5)” (Apostolado del seglar # 8 párrafo 1).

Ciertamente todos los creyentes lo sabemos muy bien, que, Cristo no vivió una vida cómoda (Lc 9: 58), como muchos de nosotros hoy día y más, sin embargo, eso no le impidió cumplir con ese mandato de ir y compartir con ejemplo la acción de ese Verbo entre nosotros, sufriendo las criticas, sufriendo su Pasión, Muerte y como recompensa la vida eterna en su Resurrección. “Porque el discípulo tiene la obligación grave para con Cristo Maestro de conocer cada día mejor la verdad que de Él ha recibido, de anunciarla fielmente y de defenderla con valentía, excluyendo los medios contrarios al espíritu evangélico” (Dignitatis Humanae # 14 párrafo 3).

Hoy día tenemos que darnos cuenta de que la tarea del cristiano no es la de simplemente quedarnos cómodos en nuestras comunidades, dejando que el mundo venga a nosotros, sino que ir nosotros al mundo, a trasmitir ese mensaje de poder, aceptando el reto del Evangelio de “Id por todas las naciones y predicar la Buena Nueva” (Mt 28: 19ss).

Es que se nos hace tan fácil simplemente venir a lo que ya existe, en donde otros ya sufrieron persecuciones y derrame de lágrimas, en donde se ve una mesa bonita y lista para que nos sentemos solamente a comer, sin darnos cuenta de que hay gente haya afuera que también desea compartir con nosotros de las migajas que caen de todas aquellas delicias que cómodamente compartimos. “Por lo cual la misericordia para con los necesitados y enfermos, y las llamadas obras de caridad y de ayuda mutua para aliviar todas las necesidades humanas son consideradas por la Iglesia con un singular honor” (Apostolado del seglar # 8 párrafo 3).

Es por ello por lo que nuestra bendita Iglesia ha sido por siempre una Iglesia misionera en medio de todas las cosas y trapitos que nos quieran sacar a la luz; nunca podrán negar que hemos sido la Iglesia que más mártires hemos dado al mundo. Gente que puso en acción ese llamado a evangelizar y no a vivir en el calentamiento de manos, entre aplausos vagos y gritos de victoria cuando se vive en derrota, sintiéndose que son indignos de salir de casa y dejarlo todo, para que el hambriento tenga alimento y el desnudo su ropa. “Pues los laicos de verdadero espíritu apostólico, a la manera de aquellos hombre y mujeres que ayudaban a Pablo en el Evangelio (cf. Hech 18: 18-26; Rom 16: 3), suplen lo que falta a sus hermanos y reaniman el espíritu tanto de los pastores como del resto del pueblo fiel (cf. 1 Cor 16: 17-18)” (Apostolado del seglar # 10 párrafo 2).

Claro que esto depende de nuestra unión con Cristo, pues él es la cabeza que nos dirige y que nos comparte con viva experiencia la fecundidad del verdadero misionero, pues sin esa unidad, nunca podremos realizar con exactitud ese llamado a ser parte integral del Evangelio, y a su vez también llamados a ser los nuevos mártires de la fe. “Siguiendo a Cristo pobre, ni se abaten por la escasez ni se ensoberbecen por la abundancia de los bienes temporales; imitando a Cristo humilde, no ambicionan la gloria vana (cf. Gál 5: 26) sino que procuran agradar a Dios antes que a los hombres, preparados siempre a dejarlo todo por Cristo (cf. Lc 14: 26), a padecer persecución por la justicia (cf. Mt 5: 10), recordando las palabras del Señor: «Si alguien quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame» (Mt 16: 24)” (Apostolado del seglar # 4).

Por esto, es de suma importancia que el verdadero discípulo de Cristo sea consciente de su responsabilidad en la trasmisión del Evangelio, porque la Buena Nueva no es cualquier historia romántica de salvación, al contrario, es el verdadero testimonio de fe, mismo que va madurando y enriqueciéndose día con día, no solamente por medio de los sacramentos, sino que además, en la manifestación del propio testimonio personal que ha sufrido una conversión que le lleva a la transformación de su propio corazón. Esto le permite ser un servidor que ve a su semejante con misericordia (miserere); que ve el dolor y sufrimiento del semejante y que actúa de acuerdo con el amor de Dios que ya vive en él. “El mismo testimonio de la vida cristiana y las obras buenas, realizadas con espíritu sobrenatural, tienen eficacia para atraer a los hombres hacia la fe y hacia Dios, pues dice el Señor: «Así ha de lucir vuestra luz ante los hombres, para que viendo vuestras buenas obras glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos» (Mt 5: 16)” (Apostolado del seglar # 6 párrafo 2).

La cuestión que se levanta aquí es el hecho de que nos hemos olvidado por completo de ese amor como mandamiento (Jn 13: 34). En lugar de manifestar lo que agrada a Dios, hemos manifestado como servidores los agravios que evocan rencillas entre los miembros del Cuerpo de Cristo (1 Cor 12: 1) y, por ende, nuestro testimonio se convierte en falacia enmascarada de santidad, lo que conlleva a divisiones que, en vez de anunciar el Buen mensaje, se convierte en arma que aleja al no creyente y por lo mismo, un alma que se pierde por nuestra irresponsabilidad cristiana. Eso no es seguir el mandamiento de Cristo.

Veamos esta analogía para entender lo que aquí hablamos: Al no querer reconocer su amor, es como decir que no necesito la sal para dar sabor.

Cuando preparamos un caldo, vamos poniendo los ingredientes uno por uno. Digamos que estamos preparando un caldo de res, sabemos que los ingredientes importantes son las verduras y sobre todo la carne. Pero si preparamos todo de acuerdo con la receta ya sea de la abuelita o de la que vimos en el Internet, pero se nos olvida el ingrediente más importante, por más verduras o carne que le pongamos, nunca tendrá sabor. Debemos siempre de ponerle sal, para poder disfrutar de un caldo delicioso.

De la misma manera nosotros los discípulos de Dios, debemos dejar que su amor sea el ingrediente principal, para dar sabor a nuestro ministerio laical. Al momento de dejar que su amor nos de sabor, entonces de la misma manera deberemos nosotros mismos, dar sabor a nuestro servicio, en nuestras comunidades y sociedades, sin faltarnos o sin salarnos. Nuestro saborcillo tiene que ser al punto, para que los que disfruten de Cristo, puedan hacerlo a su totalidad.

Es importante que reconozcamos que no solamente servimos para dar sabor a los demás, sino que también debemos reconocer, que primero que nada debemos de dar sabor a nuestras propias vidas. No podemos dar sabor al caldo, si nosotros estamos sin sal. La razón es simple: tenemos que entregar nuestras vidas al Señor, completamente y no a medias. Debemos de empezar a amar con un corazón puro (Mt 5: 8), que no guarde rencor y sobre todo debemos de comenzar amando a Dios sobre todas las cosas y por último aprender amarnos a nosotros mismos. Y es en este último caso en el que tenemos problemas. Si no logramos amarnos, nunca podremos totalmente amar a Dios y mucho menos amar a los demás (Mc 12: 30-31). En otras palabras, si nosotros no somos esa sal, nunca podremos dar sabor al caldo.

Así como la sal, en su mayoría es extraída del mar, de la misma manera nosotros debemos ser la sal extraída de Dios. Es decir que para ser el que da sabor, debemos primero que nada dejar que sea Dios en su grandeza y misericordia, el que nos dé, de su amor.

Cuándo se acaba la sal en el salero de la cocina, vamos y compramos más sal en la tienda ¿no es cierto? De la misma manera, cuándo sentimos que nuestro corazón le falta amor, debemos de ir a donde el Padre, para llenarnos de su amor. La sal de cocina la compramos en la tienda. El amor de Dios, lo adquirimos cuando asistimos a la Santa Eucaristía; cuando compartimos en comunidad y cuando aprendemos a perdonar y a reconciliar nuestras rencillas con aquellos con los que estamos pleiteando.

“Como la santa Iglesia en sus principios, reuniendo el ágape de la Cena Eucarística, se manifestaba toda unida en torno de Cristo por el vínculo de la caridad, así en todo tiempo se reconoce siempre por este distintivo de amor, y al paso que se goza con las empresas de otros, reivindica las obras de caridad como deber y derecho suyo, que no puede enajenar” (Apostolado del seglar # 8 párrafo 3).

Como discípulo de Cristo, ¿qué necesitas tú, hermano de mi corazón, para ser la sal que de sabor? No somos eternos y un día seremos llamados ante la presencia del Señor. Si no llenas hoy el salero de tu corazón, no podrás nunca ser parte de las maravillas de Jesús.

Animo hermanos y Que Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo los acompañen para la eternidad. ¡Amén!

René Alvarado

Ser la sal del mundo

Queridos hermanos de mi corazón, les saludo nuevamente con la bendición del Todo Poderoso, deseando que en este año que empezamos, toda vaya bien en todos los asuntos tanto espirituales como seculares.

Se han preguntado alguno de ustedes: ¿Qué significa amor? Por supuesto que muchos dirán que Dios es Amor y tienen toda la razón pues la misma Biblia lo dice en 1 de Juan 4: 8. Hoy vamos a hablar de ese amor que es diferente al amor que vivimos a diario; hablaremos de ese amor que es especial y que nunca se agota, así como el amor de nuestros cónyuges, ¿no es cierto? A ver… ¿a cuántas mujeres, les parece que el amor de sus viejos ya no es el mismo que les prometieron cuando eran las bellas doncellas de las tierras lejanas? Es que no es lo mismo y saben por qué no es lo mismo, pues por el hecho de ver que el tiempo pasa y la vida nos va dejando preocupaciones que poco a poco van matando ese amor, sí, ese que decíamos tener por nuestra pareja.

¿Cuántos de ustedes, recuerdan su primer amor? Hay, ¿en dónde estará Menchita? Recuerdas como tu primer amor era lo máximo que pudiese haber pasado en tu vida. Tantas palabras bonitas, tantas flores, tantas cartitas de amor profundo, todo lo veíamos de color de rosa y mariposas en el estomago. Qué lindo es recordar todo aquello. Como me gustaría regresar a esos momentos.

En que se quedaron todas aquellas palabras bonitas: “¡Te amo tanto que daría la vida por ti!”; “Eres lo mejor que ha pasado en mi vida, cachorrito de mi corazón” Hoy te das cuenta de que ese mango con el que te casaste por amor hoy en día es una sandía. ¡No es cierto!

Es que nuestro amor es frágil y aunque decimos amar con todo nuestro corazón, este se va desvaneciendo con el tiempo y en ocasiones el gran amor que decimos dar se convierte en golpes y abusos físicos y espirituales y, aun más, hay casos que termina en la muerte.

Pero hoy compartiremos el amor verdadero que viene de lo alto y que permanece en nuestro corazón para la eternidad, si así lo deseamos. Del amor del que hablamos, es el amor de Dios, que transformó mi propia vida y la vida de mi familia.

El amor de Dios dice su Palabra, es eterno y quiero que lo veamos directamente de la misma Biblia: “Con amor eterno te he amado, por eso prolongare mi cariño contigo” Jeremías 31:3

Qué hermoso. Como quisiera yo poder amar de esa manera. Y claro yo amo a mi esposo y a mis hijos, pero nunca lograré amar como Dios me ama. ¿Saben por qué? Porque soy imperfecto y aunque busco mi perfección, está la alcanzo solamente abriéndome al amor eterno del Padre en mi vida. Lo más interesante, es que ese amor eterno se hizo realidad en mi propia vida, cuando descubrí que su amor no era simplemente una palabra escrita en un verso de la Biblia. ¡No! Dios demostró ese amor con acción al encarnarse en la humanidad y bajar a nosotros, en su Hijo Jesucristo, quien no le interesó su igualdad con Dios, y se humillo, haciéndose servidor, hasta la muerte y muerte en una Cruz (Filipenses 2)

Su amor nunca nos abandona, ni nos maltrata, ni nos abusa. Su amor es paciente, sin rencores y todo lo soporta y todo lo olvida. Por mucho que hemos sufrido, por mucho que hemos llorado, por mucho que hemos soportado el dolor de la pérdida de un hijo, el dolor de la enfermedad, el dolor de tu situación conyugal o tu situación económica. El amor de Dios ha estado, está y siempre estará a tu lado. Por eso la Escritura nos dice que “Tanto ama Dios al mundo, que ha dado a su Hijo, para que todo aquel que crea en él, no se pierda, sino que tenga vida eterna” Jn 3:16

Y eso es lo que tenemos que hacer para lograr descubrir ese amor eterno del Padre en nuestras vidas. Tenemos que creer que Jesús ha dado su Vida por el amor que nos tiene. Hay que darnos cuenta de que, si hemos sufrido por las faltas de amor, también debemos de reconocer que su amor nos sostiene y que, si hemos experimentado rechazos por parte de nuestros padres, hijos, o cónyuge, debemos de recordar entonces que su amor nos contempla y nos sostiene y que, en medio de todo ello, él siempre ha estado.

Mira, puede ser que los problemas de la vida sean grandes y que quizá lo que vives hoy día sea inmenso, a lo mejor creas que no hay salida para lo que vives e inclusive has sentido de terminar con tu vida, pues no experimentas paz y sobre todo paz en nuestro corazón. Hoy vengo a decirte que el amor del Padre es mucho más grande y mucho más poderoso que cualquier cosa negativa que estés atravesando. Porque ni los menjurjes que te da el brujo, ni las cartas del tarot que te tira Mr. Walter Mercurio, ni las trenzas de ajo, ni los amuletos ni fetiches y ningún otro invento absurdo que el Diablo quiera ofrecerte, te dará lo que Dios te da al derramar su amor sobre ti cuando tu así lo deseas.

Al no querer reconocer su amor, es como decir que no necesito la sal para dar sabor.

Cuando preparamos un caldo, vamos poniendo los ingredientes uno por uno. Digamos que estamos preparando un caldo de res, sabemos que los ingredientes importantes son las verduras y sobre todo la carne. Pero si preparamos todo de acuerdo con la receta ya sea de la abuelita o de la que vimos en el Internet, pero se nos olvida el ingrediente más importante, por más verduras o carne que le pongamos, nunca tendrá sabor. Debemos siempre de ponerle sal, para poder disfrutar de un caldo delicioso.

De la misma manera nosotros los hijos de Dios, debemos dejar que el amor de Dios sea el ingrediente principal, para dar sabor a nuestras vidas. Al momento de dejar que su amor nos de sabor, entonces de la misma manera deberemos nosotros mismos, dar sabor a nuestras familias, sin faltarnos o sin salarnos. Nuestro saborcillo tiene que ser al punto, para que los que disfruten de Cristo, puedan hacerlo a su totalidad.

Es importante que reconozcamos que no solamente servimos para dar sabor a los demás, sino que también debemos reconocer, que primero que nada debemos de dar sabor a nuestras propias vidas. No podemos dar sabor al caldo, si nosotros estamos sin sal.

Cierto día, una hermana vino a mí y me compartía que su matrimonio no iba del todo bien. Ella decía que su marido no cambiaba y que siempre andaba de borracho y mujeriego y cada vez que él venía briago a la casa, siempre empezaban los pleitos, las gritaderas, las amenazas y hasta las aventadas de sartenes y cuantas cosas se encontraban en el camino. «Mire hermano René» decía la hermana: «siempre que miro a marido venir así, no me aguanto y me le dejo ir encima, le comienzo a pegar con lo que tengo en la mano y si puedo, lo pateo» «¿De veras hermana», le conteste? «Sí hermano, ya no lo soporto más» «¿Qué debo de hacer?» La hermana estaba sin sal. Ella siempre asistió a eventos de evangelización, a grupos de oración e inclusive estuvo sirviendo en su parroquia como catequista. Más, sin embargo, no podía dar sabor al caldo de su hogar. ¿Cuántos de nosotros mismos, no estamos atravesando una situación similar o posiblemente, estés viviendo un torbellino con tus hijos, tu esposo o esposa, o en el trabajo con tus compañeros o tu jefe? Y aunque asistes a todo lo que sea de evangelización, no logras ni darte sabor a ti mismo, ni mucho menos a los demás.

La razón es simple: tenemos que entregar nuestras vidas al Señor, completamente y no a medias. Debemos de empezar a amar con un corazón puro, que no guarde rencor y sobre todo debemos de comenzar amando a Dios sobre todas las cosas y por último aprender amarnos a nosotros mismos. Y es en este último caso en el que tenemos problemas. Si no logramos amarnos, nunca podremos totalmente amar a Dios y mucho menos amar a los demás. En otras palabras, si nosotros no somos esa sal, nunca podremos dar sabor al caldo.

Así como la sal, en su mayoría es extraída del mar, de la misma manera nosotros debemos ser la sal extraída de Dios. Es decir que para ser el que da sabor, debemos primero que nada dejar que sea Dios en su granza y misericordia, el que nos dé, de su amor.

Cuándo se acaba la sal en el salero de la cocina, vamos y compramos más sal en la tienda ¿no es cierto? De la misma manera, cuándo sentimos que nuestro corazón le falta amor, debemos de ir a donde el Padre, para llenarnos de su amor. La sal de cocina la compramos en la tienda. El amor de Dios, lo adquirimos cuando asistimos a la Santa Eucaristía; cuando compartimos en comunidad y cuando aprendemos a perdonar y a reconciliar nuestras rencillas con aquellos con los que estamos pleiteando.

Ser sal no es simplemente decirle a los demás que existe un Dios todo poderoso, cuando ni nosotros mismos lo estamos viviendo así. La hermana de la que hablamos anteriormente no disfrutaba del amor del Padre y, por lo tanto, no podía amar a su marido alcohólico. En vez de mostrar que ella vivía en Cristo, demostraba que no vivía en el amor. En lugar de buscar ayuda espiritual o física, busco mejor el mejor sartén para darle en la torre a su marido. La historia de esta hermana terminó tristemente. Un día el marido se canso de tantos sartenazos, que de un disparo acabo con la vida de la hermana y con otro más su vida misma. Hoy hay tres adolescentes huérfanos, porque sus padres, no buscar el amor de Dios, porque no buscaron llenar su corazón, con la sal del Señor.

¿Qué necesitas tú, hermano de mi corazón, para ser la sal que de sabor? No somos eternos y un día seremos llamados ante la presencia del Señor. Si no llenas hoy el salero de tu corazón, no podrás nunca ser parte de las maravillas de Jesús.

Hoy tienes la oportunidad de doblar tus rodillas y pedir al Señor su misericordia y sobre todo pedir, que un rayo de su amor llene tu corazón, para que, de esa manera, juntos tú y tu familia, sean la sal que da sabor, al vivir en su amor.

Animo hermanos y Que Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo los acompañen para la eternidad. ¡Amén!

Espiritualidad en el mundo contemporáneo

Espiritualidad en el mundo contemporáneo

Dios al encuentro del hombre

Introducción:

Debido a la globalización, a la ciencia -que utiliza la lógica humana para dar respuestas al porqué de la existencia- y al mercadeo propagandista de valores ineptos (el narcisismo, el feminismo, igualdades de género -homosexualismo, lesbianismo, transgénero-, etc.); igualmente de políticas tanto izquierdistas con ideologías socialistas extremas que han perdido la esencia real del verdadero socialismo ideológico en el que nadie es tan pobre como nadie es tan rico. Así también los ultraderechistas con ideologías del mercantilismo global en donde el rico se hace más rico y el pobre más pobre: “Para los que lo aceptan, existe la promesa de mercado más libertad; en cambio, para los que no cumplen, el castigo infinito” (Mallimaci Fortunato 2009) y por supuesto, sin dejar a un lado el radicalismo religioso (la yihad por ejemplo), que se enfoca en las guerras santas en contra de los “infieles” y por ende, en lugar de unir, quebrantan y desestabilizan la sociedad. Todo esto, ha conducido a la humanidad al declive espiritual, al desmoronamiento moral y a la pérdida de la fe, de la esperanza y, sobre todo, del amor. Santa Teresa de Calcuta respondía a alguien que le hiso está pregunta: “¿Madre Teresa, por qué el mundo está tan mal, con tantas guerras, niños abandonados y hambruna por doquier?” “Esto se debe, a la falta de amor”, respondió.

En este ensayo, nos enfocaremos principalmente, en la falta de amor. Debido a la globalización, nos encontramos con una espiritualidad que está en búsqueda del amor que no encuentra y no da paz a su ser. En el mundo contemporáneo el hombre se ve bombardeado con espiritualidades sugestivas de un falso amor. Confrontaremos esas realidades con la Verdad de Dios que en su Hijo Jesucristo nos muestra el amor eterno con el que nos ama (Jer 31:3). Además, explicaremos cómo Dios siempre ha estado dispuesto a venir al encuentro del hombre y así, brindarle Shalom una vez más, a su Tohu-vabohu. Nos orientaremos primordialmente en las Escrituras y en los recursos estudiados en este módulo. Así mismo, se mencionarán varios otros recursos utilizados en este ensayo con sus respectivas citas en la bibliografía.

Desarrollo:

“Espiritualidad cristiana verdadera es aquella que en la práctica hace santos a quienes la siguen” (J Rivera y J Iraburo 2013). Si tomamos esta cita literalmente, nos daremos cuenta de que, debido a los avances científicos y tecnológicos, hemos perdido conciencia de la verdadera espiritualidad cristiana. Esto debido a que no la practicamos o si al caso -para no ser extremistas-, la realizamos con indiferencia. Mallimaci nos dice: “El campo religioso se ve perturbado por el exterior en la misma medida en que el propio exterior resulta perturbado” (Mallimaci Fortunato 2009).

La globalización, en cierto sentido es buena, porque desde su índole tecnológico, a dado la oportunidad a que la población mundial pueda interrelacionarse ya sea, culturalmente y/o religiosamente de un extremo del globo terráqueo al otro. Pero a su vez, también ha a acarreado -aunque pareciere un oxímoron-, un aislamiento debido a que, no se necesita que la otra persona este en la misma habitación para conectarse, perdiendo con ello el contacto físico que es clave para la mejor integración dentro de la sociedad.  Por otro lado, el ser humano se ve realizado en la búsqueda de la perfección, a través de la ciencia. Siempre se busca dar una respuesta lógica a lo que nos acontece; veamos por ejemplo en la naturaleza, del porque llueve, porque hace frío o calor. Además, la ciencia reemplaza la fe en el Ser Superior, por lo mismo la espiritualidad del ser humano, que se aferraba a creer en Dios Omnipotente, se ve hoy reemplazada por las teorías y afirmaciones científicas. “Por todo ello, la verdadera espiritualidad cristiana es frecuentemente ignorada” (J Rivera y J Iraburo 2013).

Otro aspecto que es importante mencionar de la globalización, es el materialismo. Esto ha creado políticas globales en los que se toma control de los recursos naturales encontrados en los países primordialmente tercermundistas, quienes por sus deudas externas son manipulados por los países más ricos, quebrantando sus economías llevando a sus ciudadanos a la pobreza extrema y, por ende, sin la oportunidad del desarrollo socio-económico. Por otro lado, surgen políticas que tratan de controlar la economía de las regiones como es el caso de la Unión Europea con su moneda el Euro. O lo que sucede en Ibero América en el que algunos países empiezan a adoptar el dólar como moneda nacional y en el caso de el Salvador, que ha introducido el Bitcoin en su economía. “Pensar en otra política partidaria significa construir mecanismos de control y regulación (transparencia en el financiamiento, una relación con el mundo de los negocios evitando su colonización monetaria, etc.)” (Mallimaci Fortunato 2009).

Debido a esto, la debacle espiritual tiene muchas veces desde su núcleo -la familia- y, como escape a sus realidades, la pérdida de la moral dentro de la sociedad. Hoy todo se vale, sin importar consecuencias. Los hijos no respetan a sus padres, más adolescentes se tiran a la compra y venta de drogas, convirtiéndose muchas veces en sicarios a paga. En adición, muchos jóvenes optan por la prostitución o pornografía, lo que contrae enfermedades venéreas como la gonococia, la sífilis o el HIV, por ejemplo; además de llevar a las jovencitas al embarazo no deseado y, por ende, el aborto. El sexo desordenado con su propaganda mercantilista: “Nadie te puede decir con quién puedes o no, acostarte” permitiendo la ideología del género, el homosexualismo, el lesbianismo y el bisexualismo en su máximo esplendor. Lógicamente no se habla aquí de la persona, sino del acto inmoral.

El amor de Dios en la espiritualidad del ser humano:

Retomando la pregunta que se le hiso a Madre Teresa de Calcuta sobre la debacle de la sociedad, y su respuesta tan sencilla, pero con gran madurez espiritual: “Esto se debe, a la falta de amor”. Eso es lo que ha traído en sí mismo la globalización; más apego al individualismo, al narcisismo, al agnosticismo, al materialismo, etc. Eso crea el ambiente del desamor. ¿Cómo voy a amar a mi semejante, cuando yo mismo no me amo”? O en su raíz, ¿Cómo voy a amar a Dios en mi interior, cuando mi dios soy yo mismo? Cuando el amor (de Dios) no existe, entonces, en el individuo se abren puertas que lo conducen a la desolación, la desesperanza y la frialdad espiritual y, como el Covid 19, se contagia desde la familia hasta la sociedad en general.

Veamos lo que nos dicen las escrituras sobre el amor de Dios: “Con amor eterno te he amado” (Jer 31:3). Qué realidad tan grande existe en esa expresión de Dios a través del profeta Jeremías. Para Dios, es algo más que un simple dicho que todo el mundo repite de la boca para fuera. Para él, el decir que nos ama con amor eterno es mucho más profundo y mucho más intenso, que la única manera de poder descifrar su contenido es solamente el contemplar a su Único Hijo Jesús, clavado en la Cruz. “Describe también, partiendo de su sacrificio personal y del amor que en éste llega a su plenitud, la esencia del amor y de la existencia humana en general” (Deus Caritas Est 6). ¿Por qué nos cuesta entender esa frase tan hermosa? Pues por el hecho de qué, somos tan limitados en ese mismo amor, que pensamos que el amor de Dios es semejante al nuestro (egocentrista). Pensamos con nuestra humanidad y no necesariamente en el espacio espiritual de Dios. Por ende, al escuchar del amor eterno, la piel se nos enchina, y por lo mismo, no logramos comprender la inmensidad de ese amor realizado en Cristo Jesús.

Recordemos por ejemplo allá en el Génesis cuando Dios le habló a Noé y a su vez este habló al pueblo para que dejaran sus maneras viejas de vivir, con tanto pecado e inmoralidad. Nadie le creyó, y ¿cómo terminaron? ¡Ahogados! (Gen 7:17-24)

Del mismo modo andamos nosotros por la vida, ahogados espiritualmente, perdidos en las codicias de este mundo lleno de odio y rencor, de ira y faltas de amor al prójimo. Más, sin embargo, Dios nunca se aparta de los que ama; te ama a ti, me ama a mí, ama al que nos dañó y al que dañamos. No hemos escuchado aquella canción que dice: “El sol sale para todos, para todos sale el sol. No importa las fronteras ni la raza ni el color…” (Ricardo Ceratto 1973). Además, cuando Cristo murió, él lo hizo por todos sin excepción, como nos dice las Escrituras. “El amor de Cristo nos urge, y afirmamos que, si él murió por todos, entonces todos han muerto. Él murió por todos, para que los que viven no vivan ya para sí mismos, sino para él, que por ellos murió y resucitó” (2 Cor 5:14-15). Ese es el verdadero amor. Su amor eterno nos envuelve a todos, cuanto somos y cuanto poseemos.

A pesar de que teológicamente y en cierto modo filosóficamente hemos hablado de esto con anterioridad, se nos dificulta comprender el hecho del amor, especialmente cuando vemos a nuestro alrededor toda clase de calamidades (niños hambrientos, guerras, injusticias sociales, violencias domésticas, etc.). Dónde está el amor del que nos hablan, cuando nosotros queremos hechos concretos y no solamente las mismas palabras que solo son romanticismo y no le da de comer ni vestir al necesitado. Todas esas son preguntas válidas que, aunque parece difícil, son bien fáciles de responder. No es que el amor de Dios no esté allí; es que somos nosotros mismos los hombres, los que espiritualmente nos hemos separado tanto de su gran amor que hasta lo hemos perdido. Lo hemos abandonado por algún lugar en donde solamente existe oscuridad y lo más lamentable es que, ese lugar es nuestro propio corazón. Si hay niños muriendo de hambre, es porque yo mismo no les doy de comer. Si hay guerras, es porque nosotros los hombres estamos llenos de codicia y soberbia que nos olvidamos de la paz, por el simple hecho de amasar riquezas y sobre todo por las ansias de poder político o religioso; Si hay injusticias sociales, es porque somos cobardes y por tratar de salvar el pellejo, no queremos arriesgarnos a dar nuestra vida por la libertad del oprimido y, en eso está la falta de amor, no de Dios, sino que de nuestros corazones para los demás, es decir, nos falta la miserere cordis de Dios . “Dentro de este multifacético, diverso y complejo entramado no debemos olvidar continuidades teológicas y doctrinales que alimentan estas posturas…” (Mallimaci Fortunato 2009).

Es fácil hablar solamente de todo lo mal que está el mundo, pero qué difícil es accionar para darle una solución a lo malo que nos aqueja como humanidad. Lo que pasa es que como nosotros mismos venimos de hogares en los que se habló y se demostró muy poco el amor, es entonces que no podemos darnos cuenta de que solamente respirar, es como vivimos el amor verdadero de Dios en nuestras vidas. Porque no recibimos amor, es por eso por lo que no podemos dar amor. Nos cuesta comprender lo falibles que somos, pues en el mundo en el que vivimos somos “alguien”; cuanto más tenemos y entre más tenemos más amamos oprimir al desvalido, al indigente y hasta nuestra propia vida damos por amor al poder del dinero. Que tontos que somos. Pensamos que el interés de la vida es solamente aplastar al que no se puede defender porque no es rico como nosotros. Ahora que debemos de hablar no solamente de la riqueza material de este mundo como lo conocemos, pero hablemos de toda aquella riqueza interior que nos hace pobres exteriormente, aunque poseamos lo material. Estoy hablando de todos aquellos odios y rencores que guardamos en la bodega de nuestro espíritu; las vanidades y los falsos orgullos; los chismes, infidelidades, sexo desordenado, pornografía, golpes a nuestros hijos y/o a nuestros padres, abusos físicos y psicológicos. Todo eso es riqueza que nos va matando el alma y llevando nuestro espíritu por la calle de la desolación. “Al verlo, dijo Jesús: «¡Qué difícil es entrar en el Reino de Dios para los que tienen riquezas! Es más fácil para un camello pasar por el ojo de una aguja que para un rico entrar en el Reino de Dios” (Lc 18: 18-25)

Solamente viviendo el amor de Dios, es cómo vamos nosotros a dar también ese mismo amor al prójimo. Ya no vivamos preguntando: ¿En dónde está el amor de Dios? Más bien, digamos; “Aquí está el amor de Dios, porque hoy le doy de comer al hambriento, hoy visto al desnudo, hoy visito al enfermo y al preso” (Mt 25:34-46). Y vamos un poco más a profundidad: Porque ya no golpeo a mi cónyuge, ya no maltrato a mis hijos, ya no creo violencia en mi hogar con mis iras, etc. El Papa Benedicto XVI nos dice en su encíclica Deus Caritas Est: “Mi prójimo es cualquiera que tenga necesidad de mí y que yo pueda ayudar… Aunque se extienda a todos los hombres, el amor al prójimo no se reduce a una actitud genérica y abstracta, poco exigente en sí misma, sino que requiere mi compromiso práctico aquí y ahora” (Deus Caritas Est 15). Entonces, por qué preguntamos, dónde está su amor, cuando el amor de Dios está a nuestra derecha y a nuestra izquierda, sobre nuestra cabeza y bajo nuestros pies; ahí está su amor.

Por otro lado, ¿cómo pretendemos servir y convivir en el hogar, en la comunidad y en medio de la sociedad, si no queremos amar? La primera carta de San Juan en el 4:9 nos dice bien claro: “Miren cómo se manifestó el amor de Dios entre nosotros: Dios envió a su Hijo único a este mundo para que tengamos vida por medio de él.”. Es precisamente aquí en donde se manifiesta el Amor de Dios para nuestras vidas. Él la entregó cuando se dio a sí mismo en su Hijo Jesús, por cada uno de nosotros con el único propósito de que, por medio de su Muerte, nosotros fuéramos perdonados. A eso estamos llamados, a entender su propósito de salvación; no al reclamo sin sentido del por qué no veo el amor de Dios, más bien, uniendo nuestras vidas a la vida de Jesús, ya que, en el momento que se entregó a la muerte, pidió que hiciéramos nosotros lo mismo: “Esto es mi Cuerpo que es entregado por ustedes. Hagan esto en memoria mía” (Lc 22:19).

Dios al encuentro del hombre:

En el principio, -nos dice la Biblia-, Dios crea el universo, la naturaleza y culmina con la creación más bella, el hombre. Es que, él nos ha creado a su imagen y semejanza soplando sobre nosotros su aliento divino. Puso sobre nosotros el deseo ferviente de ser libres, de poder decidir por nosotros mismos el destino que queremos tomar, ya sea, junto a él, o alejado de él (neoliberalismo), dejando que descubramos por nosotros mismos las consecuencias de nuestra decisión. Dios, nos fue nutriendo con su amor, con su profundo deseo de que siempre tuviéramos lo que íbamos a necesitar. Se preocupó de que nunca nos faltara el alimento, la ropa y el techo sobre nuestras cabezas (Mt 6:25-30).

Deberíamos de estar agradecidos con Dios por todo lo que nos ha regalado, por la libertad que nos permite respirar su amor eterno (Jer 31:3); Pero ¿qué hemos hecho con esa libertad? Gracias a la ideología del neoliberalismo y al secularismo apático que este conlleva, la hemos convertido en un gran libertinaje, tomando ese regalo como un derecho obligado, como algo que tenemos por garantía, sin pensar por un momento que su gracia se manifiesta en nuestras vidas por medio de las experiencias de la vida misma, ya sean estas, buenas o malas. El problema es qué, esas experiencias nos ciegan y esto, no nos permite ver con claridad ese amor, enfocándonos más en el problema y no necesariamente en su gracia, lo que nos conduce a tomar decisiones que van matando nuestra espiritualidad. “Cuando no entendemos quienes somos en Cristo, estamos destinados a conseguir una identidad falsa” (Principio, espiritualidad 2008, 2009).

Estamos tan lejos de su presencia que, para solucionar nuestros problemas, buscamos otros dioses a los que adoramos y a los cuales consagramos nuestras vidas como se entrega la esposa al marido en la noche de bodas. Estamos viviendo un tiempo de tanto paganismo; vivimos encadenados a los vicios del mundo, rechazando la voluntad del Padre, lo que nos impide reconocer que en medio de todo aquello que nos aqueja, está presente la omnipotencia de Dios para tomarnos, para rescatarnos y, sobre todo, para que volvamos a la libertad con la cual hemos sido creados. Ahora que, podemos debatir largas horas sobre la omnipotencia de Dios que permite situaciones difíciles en nuestro existir. Es allí en donde se necesita profundizar en nuestra espiritualidad para comprender el designio de Dios en nuestras vidas. Confiar en él significa que vamos a dejar que su infinito amor nos cubra con su presencia. Ese amor es el que nos da la fuerza y empatía para continuar nuestro diario vivir, sin importar lo que hemos de atravesar. La realidad de nuestras vidas está enfrascada en esa misma certidumbre, porque si creemos que él está a nuestro lado, por lo mismo, con el mismo énfasis, debemos de creer que es él quien nos sostiene y por ende en medio de nuestro temor ante la incertidumbre de la vida, saldremos triunfantes gracias a aquel que nos ama con amor eterno (Jer 31:3). Esto es muy importante de saber digerir y analizar no solamente con el “alma”, pero al mismo tiempo discernirlo desde lo profundo de nuestro “pneuma”, porque allí, “Dios sabe lo que necesitamos antes que se lo pidamos.” Mt 6:8.

Recordemos que Dios en su gran amor, nos envía a su único Hijo Jesucristo, “para que todo aquel que crea en él, no se pierda, sino que tenga vida eterna” (Jn 3:16). Él ha venido para tomarnos, para sanarnos y para ponernos sobre sus hombros, encaminándonos nuevamente a la libertad con la que fuimos creados. Dios, no quiere que suframos, él nos dio la vida para ser felices, para que en medio de lo que nos aqueja, ya sea ésta, una enfermedad terminal o la pérdida de un ser querido, o ya sea también por sentirnos marginados debido a la pobreza, sepamos descubrir el amor eterno y misericordioso que está siempre dispuesto para obrar, -si así lo deseamos-, en la intimidad de nuestro corazón. Dios viene a nosotros, como el Padre al encuentro del hijo que un día por la misma libertad que él le otorgaba, tomó la decisión de apartarse de su lado. El Padre no esperó en la puerta, él fue a su encuentro y entre abrazos y besos, lo viste de traje real, le coloca el anillo de su amor, le perdona y le recibe con fiesta (Lc 15: 11-23).

Ya basta de seguir corriendo en la vida como tontos, buscando soluciones que no nos dan más que tristeza. Solamente pensemos en todos aquellos que, por aliviar sus dolores, buscan el alcohol o las drogas; otros la prostitución y así se pierden en la secularidad de un mundo que les ofrece soluciones, pero que les cobra con la vida misma. Eso es lo que la globalización con su secularismo quiere para nosotros, que nos alejemos de aquel que tiene poder para obrar en nuestras vidas y que lo único que pide a cambio es que creamos en la ideología que nos brinda, reemplazando el amor eterno de Dios por el amor al narcisismo neoliberal, que nos convierte en agnósticos, antirreligiosos, simplificando el amor a sí mismo, en una manera ególatra. ¿Por qué nos cuesta entender esto? Porque, por naturaleza somos tercos y, por ende, nos gusta sufrir. La realidad es que, al seguir el mundo y la corriente que nos ofrece disfrazada como la “verdadera libertad” (New Age), que no se rige a doctrinas y decretos religiosos, y que invita a vivir una espiritualidad inmoral sin temor a repercusiones, pero que al final, nos priva de la libertad a la que fuimos llamados en Cristo Jesús. Dios viene hoy para darnos verdadera libertad. Hoy viene a nuestro encuentro, para que tengamos vida y ésta en abundancia. Teológicamente, esto lo podemos entender desde su Encarnación (Fil 2: 6-11).

Somos creaturas hechas por las manos de Dios y en nuestro interior está estampada la gracia del Espíritu de amor que nos brinda libertad y por supuesto, está nuestra humanidad (sarx) que nos aleja de esa libertad y nos conduce por el camino del libertinaje. Dios nos creó, con libre albedrío. Dios nos da la oportunidad de conocer la vida, para que veamos lo que mejor nos conviene. Ser libres nos permite escoger entre estar encadenados al libertinaje de una espiritualidad egocentrista o al conocimiento de la Verdad que nos hace libres (Jn 8: 34). Ahora bien, tenemos que discernir teológicamente sobre esa “Verdad” de la que habla Jesús. La Verdad se refiere a Dios como el auténtico Amor (1 Jn 4:8) y si conocemos y vivimos en ese amor entonces seremos verdaderamente libres para perdonar, para aceptar a los demás tal y como son y sobre todo para que nuestras vidas sean consagradas totalmente al Señor en las buenas y en las malas. “Él nos ama y nos hace ver y experimentar su amor, y de este «antes» de Dios puede nacer también en nosotros el amor como respuesta” (Deus Caritas Est 15).

Respuesta del hombre a su amor:

¿Cómo podemos decir que creemos en él cuando nos dejamos hundir por nuestras tinieblas? Si se nos preguntara en este momento si creemos en Dios, estoy seguro de que la gran mayoría responderíamos que sí; y si la pregunta fuera si creemos que él nos ama, nuevamente la respuesta sería abrumadora: “¡Claro que sí!” Pero la pregunta que se nos hace más difícil responder es la que nos cuestiona: “¿Amas tu a Dios?” Por supuesto que la respuesta va a ser de la boca para fuera por tanto que nuestras acciones son completamente diferentes de lo que decimos. “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me rinden no sirve de nada, las doctrinas que enseñan no son más que mandatos de hombres” (Mt 15:8-9).

Cómo pretendemos decir que somos libres porque Jesús nos ha dado la verdadera libertad cuando no vivimos de acuerdo con esa libertad que decimos tener. Es qué vivir libres en Jesús es -una vez más-, abrirnos al perdón y la reconciliación. Veamos cómo es que, al vivir con odios y rencores, con iras y desprecios, que son enfermedades espirituales, nos llevan a enfermedades físicas. La verdad es que las dos están unidas una con la otra como nos lo explica la corporación médica Monte Sinaí: “Sin embargo, si esta persona con diabetes además padece niveles elevados de estrés y experimenta emociones intensas de forma frecuente, los niveles de glucosa en sangre aumentarán todavía más, y se incrementarán los efectos negativos de la diabetes. Además, cabe tener en cuenta que las emociones y la diabetes desarrollan una relación bidireccional:” (Estilo de vida | Diabetes emocional 2019). El Papa Benedicto XVI nos dice en el número 16 de su encíclica, que el amor a Dios está implícitamente unida al amor al prójimo porque “…la afirmación de amar a Dios es en realidad una mentira si el hombre se cierra al prójimo o incluso lo odia” (Deus Caritas Est 16).

Tanto nos ama Dios que solamente está en espera que retornemos a él. Ya basta de seguir la corriente absurda de la espiritualidad del New Age que la globalización ofrece como alternativa espiritual, en donde no hay más que apariencias con costes inmensos, más bien con alegría en el corazón, busquemos el amor libertador y conciliador del Padre que nos espera con los brazos abiertos para que retornemos a él. Nos dice Juan 8:47: “El que es de Dios escucha las palabras de Dios; ustedes no las escuchan por qué no son de Dios”. Cuando nos dejamos conducir por la carne y sus muchas desviaciones, y aun así nos atrevemos a decir que no nos preocupamos pues Dios de todas maneras nos ama, entonces estamos simplemente diciendo que nuestro dios es la idiosincrasia de una espiritualidad mundana que, en su ideología gnóstica que conduce al ateísmo, crea su propio dios al que puede manejar a su antojo, pues a él si le gustan todas aquellas acciones que nos separan de la Verdad del Padre. ¿De quién somos hijos? ¿Cuáles son nuestras actitudes y acciones hacia la vida y hacia los demás? Son preguntas que no son fácil de responder cuando se vive una espiritualidad alejada del amor de Dios. Pero para aquel que decide retornar y retomar el camino correcto, entonces comprenderá que todo requiere de un esfuerzo y sacrificio, pero cuando ese esfuerzo y sacrificio se hace en pos de la libertad en Cristo, entonces todo lo demás viene por añadidura (Mt 6:33).

Conclusión:

Si la globalización, a proyectado desde hace décadas y de diferentes maneras instituir un nuevo tipo de espiritualidad como el nuevo orden mundial, el ser humano tiene la herramienta para combatir los embates de esta. Es que, aunque pareciera que la sociedad en el mundo actual tiene un panorama oscuro, es necesario reconocer que, en el amor del Padre, podemos ver la luz de la esperanza que puede transformar el modo de pensar y de actuar en relación con la anímica estancia de la época moderna. Es solamente a través del conocimiento de la Verdad, como el implícito amor de Dios lo que nos conducirá por el camino que nos transporta a la vida eterna. Así mismo, esa Verdad, nos dará la fortaleza para que nuestra espiritualidad se vaya perfeccionando y en medio del dolor, el sufrimiento, la pobreza, la persecución, la discriminación por raza, sexo o color, pueda alcanzar la madurez para resistir los embates de la globalización. Porque Dios, ha querido venir una vez más al encuentro del hombre para brindarnos Shalom una vez más a nuestro Tohu-vabohu. Si el hombre responde de acuerdo con su plan perfecto de amor entonces, el político izquierdista trabajará para crear leyes que permitan la igualdad y el derechista, políticas económicas que permitan oportunidades a los pobres y marginados a salir adelante para dar de comer, vestir y poner techo sobre la cabeza de sus hijos. A los gobiernos ricos perdonar deudas externas de países tercermundistas a los cuales explota quitándoles sus riquezas naturales.

Si el hombre responde, entonces los miembros de las religiones extremistas descubrirán que la yihad es absurda y que la finalidad de la espiritualidad de su fe está enraizada en el amor de Alá, que quiere la paz y no la guerra.

Si el hombre responde, entonces se abrirá al perdón de sus deudores porque “…en el sentido de que el amor del prójimo es un camino para encontrar también a Dios, y que cerrar los ojos ante el prójimo nos convierte también en ciegos ante Dios” (Deus Caritas Est 16).

Por ende, podemos concluir diciendo que es solamente a través del amor de Dios como la sociedad retornará una vez más a Shalom.

Pensamiento final:

“Pero no; en todo eso saldremos triunfadores gracias a Aquel que nos amó. Yo sé que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni las fuerzas del universo, ni el presente ni el futuro, ni las fuerzas espirituales, ya sean del cielo o de los abismos, ni ninguna otra criatura podrán apartarnos del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor” (Rom 8:37-39)

Bibliografía:

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Biblia Latinoamérica en línea, Sobicain, Centro bíblico San Pablo Tomado de: https://www.sobicain.org/biblewebapp/?bid=1&bk=70&cp=3

Mallimaci, Fortunato. (2009). Globalización y modernidad católica: papado, nación católica y sectores populares. En CLACSO, América Latina y el Caribe: territorios religiosos y desafíos para el diálogo, pp. 109-139. Buenos Aíres: Colección Grupos de Trabajo. Recuperado de http://biblioteca.clacso.edu.ar/clacso/gt/20150116031228/Malli.pdf

El sol nace para todos; letra de Antonio de Jaén; música de Ricardo Ceratto 1973

Principio, espiritualidad. Manual de entrenamiento global de los cinco principios 2008, 2009. Tomado de:  https://www.jesusisthesubject.org/wp-content/uploads/2017/08/5principio-5-spirituality_sp.pdf

Estilo de vida | Diabetes emocional 2019, Corporación médica Monte Sinaí. Tomado de: http://www.hospitalmontesinai.org/noticias/201-estilo-de-vida-diabetes-emocional

Papa Benedicto XVI, Deus Caritas Est: Tomado de Conferencia Episcopal Española C/ Añastro, 1. 28033 MADRID (España) http://www.conferenciaepiscopal.es