Caminando con Cristo

Muchas veces surge en la mente el pensamiento sobre el significado de caminar con Cristo. Esto ciertamente se torna difícil de responder dado a que, nuestro pensar está en un régimen de concientización de todo aquello que nos separa de la realidad de Dios en nuestras vidas. Los problemas económicos, las enfermedades, los desalojos de vivienda, etc. Todo esto nos lleva por caminos que oscurecen nuestras vidas y, por ende, ciegan la vista espiritual de todo aquello que nos plantea Dios en su Hijo Jesucristo.

Las Escrituras nos hablan sobre el hecho del caminar con Dios. Primero que nada, debemos de entender que caminar con Cristo, implica conocer el “Camino”, en el sentido espiritual de fe, porque, sólo con el conocimiento intelectual, caminaríamos sin dirección hacia ningún punto en particular. En el Evangelio de San Juan, nos encontramos con el verdadero camino y lo que esto significa para los que deciden tomarlo: “Y ya sabéis el camino adonde yo voy.» Le dijo Tomás: «Señor, no sabemos adónde vas; ¿cómo podemos saber el camino?» Respondió Jesús: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí” (Jn 14:4-6). En esta cita, nos encontramos con el aspecto teologal y cristológico de Jesús como el Mesías esperado, que con su amor nos invita a caminar en él, y, esto, con propósito: que todos nosotros un día, alcancemos la salvación.

Desglosemos esto: primero, nos dice en el verso 14 que, nosotros ya sabemos el camino… este camino es el que nos dirige al Padre, pero que no todos estamos dispuestos a tomar, porque caminar en él, tiene sus complejidades y exigencias, siendo el amor una de ellas. Recordemos que Jesús nos dice que debemos de amarnos los unos a los otros como un mandamiento nuevo (Jn 13:34), pero ¿cómo es amar como Jesús ama? Amar como él ama, es darnos cuenta de que, a pesar de su propio dolor y sufrimiento de Cruz, él estuvo dispuesto a partirse por cada uno de nosotros para el perdón de nuestros pecados (Lc 22:19-20). De la misma manera, debemos nosotros estar dispuestos a partirnos por amor hacia los otros. “…Hagan esto en memoria mía” (Lc 22:19b).

Pero ¿por qué nos cuesta tanto amar? Quizá porque somos egocentristas y narcisistas. Nos gusta solamente sentir bonito, que otros hablen bien de nosotros, que nos pongan en un pedestal y que todo el mundo nos admire; ignorando a los otros que a nuestro alrededor sufren por falta de alimento, de vestido, de medicinas para su enfermedad, de dinero para su renta; y, aun así, decimos de la boca para afuera que amamos como Jesús ama.

Hay que recordar que este camino tiene un fin, el de llegar a la Casa del Padre, en donde hay muchas habitaciones que aguardan a todo aquel que ha tomado la decisión de amar como él (Jn 14:1-2). Es por esto por lo que parece ilógico el pensar que aquel (Tomás) que ha caminado con Cristo, que ha visto multiplicar el pan, resucitar los muertos, dar vista a los ciegos, caminar a los paralíticos, no se de cuenta del camino sobre el cual está caminando (Jn 14:4).

Nuestra realidad es esa. Como miembros de la Iglesia, caminamos como tontos, ciegos espiritualmente y faltos de amor; cuestionamos a cada momento la presencia del Dios vivo en nuestro sendero. ¿Dónde está Dios en este momento de dolor y sufrimiento? Aunque, hemos visto las grandezas de Dios en cada una de nuestras vidas, como el momento en el que a travesamos la línea de indocumentados y por la gracia y misericordia de Dios estamos hoy aquí, por ejemplo. Otro ejemplo sería el hecho de que hayamos sanado de alguna enfermedad que parecía de acuerdo con la ciencia, imposible; el trabajo que tenemos, el techo sobre nuestras cabezas, y así podríamos enumerar tantos ejemplos y, aun así, como ciegos porque somos, “…pueblo necio y sin seso – tienen ojos y no ven, orejas y no oyen -” (Jer 5:21), cuestionamos la presencia de Dios en nuestro caminar.

Ciertamente, el caminar con Jesús no es nada fácil; es más, se torna difícil, porque este no es un camino llano o plano; es más bien, un camino pedregoso y de constante riesgo a tomar por los peligros que estos implican. Pero, debemos de entender que es de valientes tomar la decisión de encaminarse por estos rumbos: “El que no toma su cruz y me sigue detrás no es digno de mí. El que encuentre su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la encontrará” (Mt 10:38-39).

La cuestión aquí es darnos cuenta de que, cargar con nuestra cruz es signo de aceptación de las circunstancias en las que nos encontramos en este momento. Es a la vez, aceptar con dignidad las situaciones negativas de nuestro caminar; es, dejarnos conducir propiamente por su amor leal que nunca nos abandona (Is 49:15), porque, él, no es solamente el Camino propiamente dicho, que nos lleva al Padre, sino que es Verdad (Amor) en su totalidad y es en ese Amor en el que encontraremos la vida (Jn 3:16). Por eso, Jesús nos dice: “«Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera.»” (Mt 11:28-30).

Ese es el propósito de caminar con Cristo. Es dejar conducirnos por su amor, que nos invita a que también nosotros amemos como él nos ama (Jn 13: 34). No se trata solamente de amarle en los momentos de algarabía, porque, si fuera así, todo el mundo se encaminaría en su Verdad; más bien, es el hecho de demostrar que le amamos en los peores momentos de nuestras vidas, que aún en los momentos de persecución, podamos amar, perdonando al que nos persigue. Es también, amar al que tiene menos que nosotros: al indigente, al que nos pide dinero para comer, al que está necesitado de ropa, al vecino que se quedó sin trabajo, etc. Esto más bien, en el sentido de amar en la praxis, más que de la boca para afuera. “Si cumplís plenamente la Ley regia según la Escritura: Amarás a tu prójimo como a ti mismo, obráis bien; pero si tenéis acepción de personas, cometéis pecado y quedáis convictos de transgresión por la Ley. Porque quien observa toda la Ley, pero falta en un solo precepto, se hace reo de todos” (Sgo 2:8:10).

El caminar con Cristo, por lo tanto, no es sentir bonito; es esencialmente, saber que cuando caminamos en su amor, estamos expuestos a todas las circunstancias adversas que el enemigo quiere en nuestras vidas. Es por ello por lo que, si hemos tomado la decisión de caminar en Cristo, debemos de confiar totalmente en él. Esto significa que en cada momento de nuestras vidas ya sean de algarabía o melancolía, nuestros corazones deberán estar dispuesto a alabar a Dios, porque en medio de toda circunstancia o experiencia de vida, nuestras almas se regocijan en el Señor, ya que, “Si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos. Así que, ya vivamos ya muramos, del Señor somos” (Rom 14:8).

Al final de cuentas, el caminar con Cristo, es dejarnos guiar por su amor hacia el Padre, sabiendo que es solamente por él como llegaremos a nuestra habitación en el Cielo.

En el amor de Cristo

René Alvarado