La Pasión de Cristo

René Alvarado 26/03/2024

El hablar sobre la Pasión de Cristo no es cosa fácil. Podríamos hablar teológica o cristológicamente sobre ello, pero eso solamente nos daría un razonamiento de su Pasión y no necesariamente el descubrir espiritualmente la experiencia vivida por el Señor.

Debemos de entender que, la Biblia nos relata en sus cuatro evangelios, la Pasión y cada uno de ellos desde un ángulo diferente. Esto es debido a que al lector se le llama a enfocarse en el proceso vivido por Jesús en sus diferentes niveles y, sobre todo, hacia a dónde, este proceso de su Pasión nos debe de encaminar.

Las lecturas de este domingo, por ejemplo, nos relatan el asunto que Jesús atravesaría. Isaías nos habla sobre el servidor fiel que viene a consolar, que sabe escuchar la voz de Dios y que en los momentos más críticos se siente fortalecido por la presencia del Padre (Is 50: 4-7). En la segunda lectura, Pablo nos habla de cómo es que Dios mismo se encarna en la humanidad, “…despojándose de sí mismo”, lo que llamamos, Kenosis (Fil 2: 6-10), entregándose por amor a la muerte más humillante que se podía experimentar en ese momento, la crucifixión.  

Eso es lo que vino a hacer Jesús a este mundo. Él vino con el propósito de sacrificar su vida por cada uno de nosotros. Jesús, no vino solamente a predicar y a hablar bonito. Él, puso en práctica todo lo que predicaba: “…así como el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir y para dar Su vida en rescate por muchos” (Mt 20: 28).  

Esto lo sabemos, pero no le damos la importancia debida. Leemos sobre su sacrificio en la Biblia, escuchamos las homilías en misa durante el calendario litúrgico, pero nos da igual. Nos entra por un oído y nos sale por el otro sin dejar huella en el corazón. 

Así de triste es nuestra realidad. Sabemos que estamos llamados al sacrificio, pero no le damos el verdadero valor al mismo. Es que, si analizamos un diamante, por ejemplo, cuando este es extraído de la tierra, su estado es, decimos, en “bruto”. Para que la gente lo sepa apreciar, este tiene que ser pulido, quitarle lo “bruto” para que salga a relucir la brillantez que se encuentra debajo. El proceso es duro y brusco y si el diamante pudiera hablar, diría que duele. Eso mismo debemos de hacer con nuestro sacrificio. Dejarnos pulir por el amor de Cristo. 

Cristo en su Pasión nos demuestra la manera en la que debemos de ser pulidos. Ya desde la institución de la Eucaristía (Lc 22: 19-20), Jesús empieza el proceso de su Pasión. “…Tomen y beban todos de él. Este es el Cáliz de mi Sangre, que será derramada por el perdón de sus pecados” (Lc 22: 20). Después de lavar los pies de los apóstoles, empieza su peregrinar hacia el Huerto de Getsemaní (Getsemaní viene del griego “Gethsēmani” que significa “triturador de aceite”, en este caso, de olivo). Cuando conocemos el significado del nombre del lugar, entendemos mejor el sacrificio que Jesús estaba dispuesto a hacer por cada uno de nosotros. 

En ese huerto, Jesús, -derrama en una reacción meramente humana-, gotas de sangre (Lc 22: 44). Es que, en ese instante, su parte carnal ve, y, siente el proceso que lo va a llevar al sacrificio (algo que humanamente se nos hace difícil comprender por la profundidad de su acción), porque, el partirse en la Cruz del Calvario por el amor que nos tiene, es incomprensible: nadie puede derramar su sangre por alguien más, a no ser que lo motive el profundo amor que le tiene, como una madre por el hijo de sus entrañas, por ejemplo. Es el instante en el que humanamente empieza a beber  aquel Cáliz amargo, que en la última cena pedía a sus discípulos tomar. Era Cuerpo que, en su Pasión, sería triturado por la angustia y el dolor de la sangre que derramaría en su trayecto hacia la Cruz. Jesús vino a demostrarnos en su humanidad, que realmente, su llamado a servir y no ser servido estaba lleno de dolor, sufrimiento y angustia. 

Un punto interesante que encontramos aquí es que, sin importar la angustia que atraviesa y que le hace derramar gotas de sangre, se postra en tierra y clama al Padre: “Abba, para ti todo es posible (Jer 32: 17), aparta de mi este Cáliz amargo que estoy a punto de beber” (Mc 14:36). Su reacción humana, no difiere de la nuestra, en momentos difíciles, cuando no vemos la salida para la situación en la que nos encontramos. La diferencia aquí es que, Jesús no se dejó apabullar por ese momento crítico. Por el contrario, Jesús, dobló rodillas y con rostro en tierra, consultó con su Padre, es decir, se puso a orar. Eso es lo que el que se dice ser fiel tiene que hacer constantemente, orar y adorar postrado en tierra, reconociendo que nuestra situación es dura, pero que, confiados plenamente en él, lograremos la victoria. 

Por otro lado, vemos también la situación de aquellos apóstoles que se duermen: Jesús le dice a Pedro: “Simón, ¿duermes? ¿No has sido capaz de velar una hora?”(Mc 14: 37-38). Como servidores, nos dormimos ante las necesidades de los demás. Nos importa un comino lo que otros sufran. No nos damos cuenta de que estamos llamados como Jesús a hacer su voluntad. Es estar atentos, despiertos y siempre velando, para que la carne, que en sí misma, es débil, no nos haga ciegos ante las necesidades de los que sufren por el hambre y por las faltas de vestido; porque, además, no nos “nace” ir a visitar a los enfermos, ni a los encarcelados; que nos dormimos por la falta de interés por los niños que sufren abandono, quienes gravitan en las calles sin rumbo y se duermen debajo de los puentes o a la intemperie; que servir en el ministerio es algo que hacemos sin interés de corazón. No hemos sido capaces de estar despiertos primero orando y segundo sirviendo como Jesús nos enseñó. 

Jesucristo se incorpora nuevamente –dice la Escritura-, y, con el dolor físico y la angustia brutal que le aqueja en lo más profundo de su corazón, se dirige al Padre nuevamente y dice, “…pero que no se haga lo que yo quiero, más bien, que se haga tu voluntad” (Lc 22: 42b). La pregunta para nosotros hoy día es: ¿Estoy yo dispuesto a hacer la voluntad del Padre? ¿Qué tan profundo es mi deseo de servirle? ¿Estoy dispuesto a partirme por amor a su servicio? Es que, su voluntad es, “…que se amen los unos a los otros como yo los amo” (Jn 13: 34).

Después de aceptar la voluntad del Padre, se siente fortalecido y afronta con la valentía del Espíritu Santo, el sendero que lo llevaría a la Cruz. Más aun, en el momento en el que le llegan a arrestar para conducirlo por ese camino, no deja de ser misericordioso y de hacer milagros. Cura la oreja que uno de sus seguidores le corta a aquel sirviente del sumo sacerdote (Lc 22: 50-51) y clama por una reacción diferente, es decir poner la otra mejía (Mt 5: 39). 

Es llevado ante el sumo sacerdote y ante Pilato quién según la Escritura, no encontró culpa alguna en él. Pero es aquí en este momento en el que Jesús vuelve a hacer otro milagro. La gente exige su muerte por cruz. Pilato les expone la ley que dice que pueden soltar a un reo en las fiestas de Pascua. La gente pide a Barrabás (que en arameo significa “hijo del Padre”). Este Barrabás era un revoltoso que había sido capturado por dar muerte a una persona durante un motín en contra del imperio romano. Según la tradición de algunos biblistas y teólogos, su nombre completo era “Jesús Bar Abba”. En su etimología se conoce a este personaje como un pendenciero, rebelde, latoso y asesino.  Era alguien “famoso” que luchaba de frente al imperio, y, que, la gente consideraba “un mesías” terrenal, es decir el que toma las armas para dar libertad al pueblo oprimido. Esto en paralelo con Jesús Cristo que vino a dar “…libertad a los cautivos…” por medio del Espíritu de amor  (Lc 4: 18b). Es pues en este momento en el que Jesús da libertad no sólo de cárcel, pero que, además, libera espiritualmente a este hombre que ciertamente debió de haber sido transformado por la presencia del verdadero Mesías.

Es que Jesús Cristo nos da libertad a causa de sus sufrimientos. Nos invita a que seamos verdaderamente libres por el auténtico amor que él derrama, en esa Cruz del Calvario. Pero nosotros queremos al otro mesías, al que pelea, al que toma las armas para destrozar, al que mata con sus acciones de odio y rencor. Sí, a ese preferimos siempre, porque a ese lo podemos ver; porque ese nos demuestra que no hay que poner la otra mejía, que diente con diente se paga y que ojo por ojo se cobra y que, en la vida, hay que luchar con golpes he insultos. 

Y Jesús es humillado, abofeteado por decir la verdad, flagelado, golpeado hasta ser desfigurado, y, sobre su cabeza, la corona de espinas y finalmente le hacen cargar con la Cruz. Es tan pesada la Cruz que por su debilidad le cuesta cargar, cayendo tres veces, de acuerdo con la Tradición apostólica, por lo que toman a Simón de Cirene para ayudarle a cargar. “El que quiera seguirme tome su cruz y sígame” (Mt 16: 24). La cruz la debemos de llevar juntos, dándonos la mano uno al otro, sosteniéndonos en los momentos duros. Como ejemplo, podríamos mencionar el acompañar a los enfermos, compartiendo con ellos el dolor y sufrimiento, es decir, “…llorar con ellos y reír con ellos” (Populorum progressio # 86).

Jesús llega al Gólgota (del hebreo golgoleth (גלגלת) que significa “cabeza o calavera”). Es aquí en este lugar en el que el Señor es crucificado. Es ahora cuando podemos entender el significado de, “…es el Cáliz de mi sangre que será derramada por el perdón de los pecados” (Lc 22: 20), y, además, descubrimos por qué llegó al Getsemaní o lugar del triturador. Es sobre esa Cruz que, tomando fuerzas sobre humanas, levanta su cuerpo débil y desangrado y comparte entre las palabras que conocemos: “Tengo sed,” de que se amen y perdonen entre ustedes, que reconozcan que cada uno de ustedes tienen la misma dignidad, porque, ustedes no solamente se dicen ser hijos de Dios, sino que en verdad lo son (1Jn 3:1).

Además, las últimas palabras de Jesús, que recuerda la oración del salmista 22: 2, de acuerdo con el evangelio de Marcos 15: 34, quedan de manifiesto por medio de Pablo a los Efesios 2: 6-10, ese Ekénosen, o desprendimiento total de su igualdad con Dios Padre, “Eloí, Eloí, ¿lema sabachtani?” Es la misma oración del creyente que pregunta en sus momentos más oscuros: ¿Por qué me has abandonado Padre? ¿Por qué no he sentido tu presencia en estos momentos difíciles, en los que siento que la vida se me va? ¿En dónde estás Padre, que no te veo en medio del dolor de muerte?

Ciertamente, nuestra humanidad cuestiona la presencia del Padre; más, sin embargo, Jesús hace la voluntad de aquel que lo envío a dar su vida por amor y, a pesar de su dolor más profundo, él cumple y en eso realiza el proceso de salvación que nos lleva del perdón de los pecados, a la vida eterna, en la Nueva Jerusalén. Es que “…hacer lo mismo” (Lc 22: 19b), no es fácil. No fue fácil para el Señor y no lo será para nosotros. Pero, tenemos una esperanza, la esperanza puesta en que Dios responderá de una u otra forma a nuestra suplica. De esto debemos de estar seguros. Emuná, yo creo, amén.

Por último, Jesús entrega su vida con “…un fuerte grito” Mr 15: 37. Con su muerte, Jesús vence al enemigo y con su sangre derramada, logra el perdón de nuestros pecados. A eso estamos llamados; a perdonar como él nos perdona, porque perdonando es como él nos enseña a amar.

En esta Semana Santa, nuestros corazones deben de rebozar con alegría al sentirnos amados por el amor de Dios. Debemos de gozarnos en el Señor sabiendo que por su sangre emos sido redimidos y, por ende, llamados a hacer lo mismo.

Amén, gloria a Dios

Cuaresma, tiempo de transformación

Durante el tiempo de cuaresma, somos llamados por la Iglesia a reflexionar sobre nuestras vidas en relación con el amor de Dios y la coexistencia con las otras personas que han estado o están alrededor de nuestras vidas.

Además, es un tiempo en el que Dios, nos invita a profundizar en el sentido de arrepentimiento por todos aquellos momentos en los que hemos fallado a ese inmenso y profundo amor del Padre que envió a su Hijo Jesús a morir en la Cruz del Calvario, para que cada uno de nosotros fuéramos libres. ¿Pero qué significa el ser verdaderamente libres? A caso somos esclavos de alguien o de algo, eso que no nos permite disfrutar de la plenitud de la vida.

La realidad es que, y me atrevería a afirmar que sí, que sí somos esclavos de todo aquello que nos aparta de Dios. Olvidémonos de la esclavitud de los bienes materiales: los celulares, el dinero, etc. Más bien, se trata de ser esclavos de todo aquello que llevamos estampado en el corazón, como el odio y el rencor, por ejemplo. Esto es lo que verdaderamente nos quita la plenitud de la gracia de Dios en su Hijo Jesucristo. No estamos diciendo que los bienes del mundo no nos esclavicen. Por supuesto que no;  a lo que nos referimos primordialmente, es todo aquello, que más nos cuesta arrancar de raíz de lo más profundo de nuestro ser.

Pero ¿por qué sucede esto?; ¿Por qué somos esclavos de las oscuridades del corazón?; ¿Por qué éstas son mucho más significativas, que la esclavitud que nos proporcionan las cosas externas? La realidad es que, las cosas externas son mucho más fáciles de resolver o cortar. Obviamente,  esto es aún más notable cuando llega el tiempo de cuaresma,  hacemos promesas de no beber alcohol, comer dulces, o cualquier otra bobería; más, sin embargo, las cosas que nos esclavizan por dentro son las que batallamos por liberar.

¿Cuántas veces, por ejemplo, tratamos de estampar con una curita todo aquel dolor que llevamos acarreando desde el momento en el que nos ofendieron o hicieron daño? Inclusive nuestro propio carácter se ha formado haciendo concha alrededor de ese dolor y lo manifestamos por medio de nuestras actitudes hacia los demás, nuestros hijos o cónyuges. Quizá, ha habido momentos en los que la curita se ha convertido en el vicio, el alcohol, las pastillas para el dolor, el comer desordenadamente; buscamos quizá en el sexo desordenado, la pornografía, las desviaciones sexuales de género, para apaciguar todo aquello que se lleva por dentro.

La cuestión es que, hasta que no reconozcamos que existe el dolor, nunca seremos completamente libres. Al reconocer que hemos sido dañados, es como entonces aprenderemos a reconocer que la libertad la alcanzaremos solamente a través de entregar el dolor y sufrimiento a Dios y, como paso siguiente, aprender a perdonar a todos aquellos, especialmente a ese individuo que nos dañó profundamente: perdonar porque me violaste; perdonar porque me golpeaste; perdonar porque me abandonaste; perdonar porque me trataste como basura, etc. Y es que cada uno de nosotros sabe el dolor que se lleva en el corazón y, el cual, no nos deja ser libres totalmente.

Por otro lado, debemos de reconocer, a su vez, que también se trata de ser conscientes de que,  hemos nosotros del mismo modo, ofendido a nuestros hijos, a nuestros padres, a nuestros cónyuges, a nuestros novios/as; que, con nuestras actitudes, hemos violado sus sentimientos y los hemos abusado, tanto, física como espiritualmente. Hay que reconocerlo, no somos moneditas de oro y, así como, hemos sentido el látigo del daño que nos han hecho, de la misma forma, nosotros hemos flagelado a nuestros seres queridos, que sufren por nuestras actitudes hacia ellos, quizá por consecuencia del mismo dolor que llevamos por dentro.

Pablo, hablando en su carta a los romanos, nos dice: “No sigan la corriente del mundo en que vivimos, sino más bien transfórmense a partir de una renovación interior” (Rom 12:2). En eso podemos encontrar la verdadera libertad a la cual todos estamos llamados en el amor de Cristo. Porque Jesús vino a este mundo con un propósito en mente, llevado a cabo desde el mismo amor por el que da su vida por cada uno de los que creen en él. Por eso, nos encontramos con el Evangelio de Juan 3:16: “¡Así amó Dios al mundo! Le dio al Hijo Único, para que quien cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna”. La clave aquí es el de “creer”, porque seamos honestos, la mayoría de los que leemos esta reflexión, somos parte de la presencia y gracia de Dios, ya sea como asistentes a grupos de renovación, de jóvenes; ya sea como maestros o predicadores, de alguna manera somos partícipes del conocimiento de Dios que transforma corazones; y, más, sin embargo, la mayoría sabemos que guardamos ese dolor en el interior que no nos permite ser y vivir la plenitud de la liberad, la cual predicamos a todo pulmón.

Es que, no creemos que Dios tiene el poder de sanar por medio del perdón. Tenemos el conocimiento de su poder, pero no lo creemos, o, para que no se me enojen, nos cuesta creer porque pensamos que el daño que nos hicieron es mucho más grande que el amor de Dios y, es en eso, que el dolor se convierte en esclavitud. “Para quien cree en él no hay juicio. En cambio, el que no cree ya se ha condenado” (Jn 3:18).

Tristemente, les comparto que yo fui uno de esos que predicaban del amor de Dios y el poder transformador que él posee sobre el daño que nos han hecho. Sin embargo, y sin darme cuenta, porque eso hace el pecado del rencor y el odio, te hace oscuridad lo que vives, aparentando ser lo que no eres interiormente. Llegó el momento en el que se hizo tan obvio lo que vivía internamente que me llevó a una gran depresión y, por ende, a querer quitarme la vida. Pero fue en ese mismo instante en el que, iba a cometer tal locura, en el que me encontré ante la presencia del Señor que nunca nos abandona, que siempre está a nuestro lado, a cada momento de nuestras vidas, riendo cuando reímos, sufriendo, cuando sufrimos; fue en ese momento en el que me abrí a su misericordia y me dejé conducir por su amor que sabe perdonar. Me sentí amado y perdonado y a su vez, experimenté en ese momento un deseo profundo de perdonar a esa persona que me había dañado profundamente.

Hoy después de muchos años, puedo decir que, después de la reconciliación, esa persona partió a la casa del Señor y desde ese día experimenté una transformación de corazón; sentí por primera vez desde que era un niño, la verdadera libertad que transforma vidas.

A eso nos llama el Señor en esta cuaresma, a que demos el siguiente paso, que nos lleva de una simple conversión a una completa transformación de corazón. Es el tiempo en el que se nos permite ver nuestras realidades internas, para que contemplemos, en dónde, nos encontramos con respecto al especio del amor infinito de Dios. Es el tiempo en el que podemos ser verdaderamente libres de todos aquellos dolores internos, para así encontrarnos de frente con la bienaventuranza: “Felices los que tienen el espíritu del pobre, porque de ellos es el Reino de los Cielos” (Mt 5:3). Porque perdonar, es vaciar el corazón que nos lleva a la humildad de corazón y, por ende, con un espíritu de pobre, vaciado del odio y rencor, poder disfrutar de la verdadera transformación de corazón, la cual, nos brinda la libertad a la que somos llamados en Cristo Jesús.

¿Qué esperas para obtener tu libertad?

En el amor de Cristo

René Alvarado

Cuaresma parte 1

Queridos hermanos de mi corazón. Que la paz y el amor de Cristo Jesús y el de nuestra madre María los acompañe siempre.

Empezamos nuevamente el ciclo de Cuaresma en nuestro calendario litúrgico y con él, todos nuestros sentimientos de arrepentimiento y purificación para nuestras vidas.

Con el miércoles de ceniza nos dimos cuenta como las grandes masas de gente se amontonaban para recibir la misma sobre sus frentes. Unos venían con plena fe y devoción, mientras que otros la recibían solamente como un tipo de marca para apartarlos de la mala suerte y sin convicción y conocimiento del verdadero significado de la ceniza sobre nuestra cabeza.

La realidad es que la ceniza siempre se utilizó como signo de de arrepentimiento y humillación ante la presencia maravillosa de Dios, pero con el tiempo se convirtió en un amuleto que intercambiaba revolcarse en la misma por un favor de Dios en sus vidas.

Cuando las cosas les iban bien, la ceniza no se hacía parte de sus vidas, pero cuando la soga les apretaba el cuello, estaban siempre atentos a tirarse sobre ella para que todo mejorara. En el Libro de Isaías en el capítulo 58 del verso 1 en adelante, Dios habla y declara como era que aquel pueblo se vivía quejando constantemente del por qué de la vida, sin confiar plenamente en él, quien tiene poder para resolver nuestros conflictos. Ellos siempre trataban de ayunar y de ponerse sacos y revolcarse en ceniza en disqué sacrificio para agradar a Yahvé, pero que sus acciones demostraban lo contrario. (Is 58: 1-4)

Pienso que eso mismo estamos haciendo hoy día, las mismas rutinas que el pueblo de Israel hacía cientos de años atrás. Es que nuestra mentalidad humana que por cierto es tan limitada, no nos deja comprender que a Dios no le podemos dar trato de negociante, que nunca podremos manipularlo a nuestro antojo sin importar cuán religiosos seamos o cuanta ceniza nos pongamos o nos revolquemos en la misma.

No hermanos de mi corazón, a Dios nunca lo podremos engañar con nuestros recursos puritanos, cuando no existe sinceridad en nuestros corazones, cuando no respetamos a nuestro prójimo, cuando no respetamos la vida y acosamos a los más débiles, torturándoles hasta la misma muerte y claro no hablamos solamente de la muerte física, sino que también de la misma muerte interior que causamos con nuestras acciones.

Ya bien lo decía Isaías en el mismo capítulo ahora en el verso 4: “Porque en los días de ayuno ustedes se dedican a sus negocios y obligan a trabajar a sus obreros. Ustedes ayunan entre peleas y contiendas, y golpean con maldad. No es con esta clase de ayunos que lograrán que se escuchen sus voces allá arriba.” ¿Cómo es que pretendemos vivir un tiempo litúrgico de arrepentimiento, cuando solamente lo vivimos como una simple fecha más dentro del calendario? Si nuestras vidas no cambian verdaderamente, si nuestras vidas no dan un vuelco complete de 360°, nunca podremos vivir a plenitud el verdadero significado de la Cuaresma.

En nuestros propios hogares perseguimos y somos perseguidos por actos de violencia doméstica que van aniquilando las vidas de toda la familia, que es la base de la sociedad. Es por ello que el mundo está como está, por el sencillo hecho que simplemente no vemos o mejor dicho no queremos ver el dolor que causamos a todos aquellos que comparte nuestro existir.

Cuando nos comportamos de esa manera en el hogar, nuestras familias se desintegran y como el cáncer se riega por el cuerpo, de la misma manera nuestras actitudes se riegan por el Cuerpo místico de Cristo. Aun así pretendemos venir cada año el Miércoles de ceniza a marcarnos con una cruz que no tiene valor ni sentido, cuando nuestro interior está podrido con todas aquellas cosas que botan por un lado la bondad de Dios misericordioso, así como se botan los desperdicios en el basurero.

No olvidemos que Yahvé es un Dios de poder y no hablamos de un poder humano como el nuestro, que manipula, que abusa y hiere, cuando lo utilizamos para dañar a otros. ¡No hablamos de ese tipo de poder! Hablamos del poder que aunque puede transformar vidas, no lo puede ejecutar sobre aquellos que no lo quieran. Como nos dice Jeremías 32: 17: “Ah, Señor Yahvé, tú has hecho los cielos y la tierra con tu inmenso poder y con la fuerza de tu brazo. ¡Para ti nada es imposible!” Nosotros le podemos agregar la excepción siguiente: “¡Excepto dejar de amarnos!”

Dios busca con su amor que nuestras vidas cambien y trata por todos los medios de que nosotros veamos cuán grande es su amor sobre nuestras vidas, pero, no lo vemos así; todo el tiempo vivimos en quejabanzas y perdemos el tiempo en religiosidades sin sentido cuando rechazamos su verdadero amor en lo más profundo de nuestro interior.

Se hacen promesas de ayunos tontos sin sentido, previniéndonos de comer dulces, de no comer carnes rojas los viernes, de no ver televisión, de no ver a la amante durante dos semanas o cualquier otro tipo de “sacrificios” que no conducen al verdadero amor. Lo que Dios quiere que sacrifiquemos es nuestras vidas, que la ceniza sobre nuestras frentes sea la clara realidad de un arrepentimiento puro, que se demuestre con acciones, perdonando a los que nos han dañado y sobre todo pidiendo perdón a todos aquellos que nosotros mismos hemos ofendido.

No vengamos a untarnos de ceniza, no vengamos a mostrar un rostro desfigurado porque estamos ayunando, no vengamos ante su presencia con hipocresías, demostrando ante el mundo que somos todos unos santos (los enmascarados de plata), cuando sabemos que Dios está viendo nuestro interior. Eso es lo maravilloso de Yahvé, él lo conoce todo, cuando estamos despiertos, cuando estamos durmiendo, cuando obramos bien y cuando obramos mal y aunque pensamos que nadie nos ve, Dios nos ve.

Dios ha estado con nosotros todo nuestro existir, desde que fuimos engendrados en el vientre de nuestras madres, él ha estado ahí presente, y, ha querido que nosotros lo experimentemos a nuestro lado, pero por las mismas circunstancias de la vida, su presencia se ha apartado y en su lugar le hemos puesto nuestros rencores y odios, nuestras penas y aflicciones, nuestras enfermedades y debilidades y pensamos que con el simple hecho de ayunar comerciando con él a cambio de una mejor vida, es como saldremos de todo aquello que nos aqueja. Como nos dice Isaías 58: 5: “¿Acaso se trata nada más que de doblar la cabeza como un junco o de acostarse sobre sacos y ceniza? ¿A eso llamas ayuno y día agradable a Yahvé?”

¡Qué tremendo! ¿Cómo es que Dios aun así nosotros lo alejemos de nuestras vidas, él siempre regresa y trata por todos los medios de juntarnos como la gallina junta a sus polluelos bajo sus alas? (Mt 23: 37)

Su misma Palabra nos dice por medio del Evangelio de San Juan en el 3: 16: “¡Así ama Dios al mundo! Le dio al Hijo Único, para que quien cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna.” Es que hemos sido llamados a esa vida eterna por el poder de su amor. Démonos cuenta que el simple vivir como rutina, se hace monótono, nos hace vulnerables ante situaciones adversas, mismas que nos hacen buscar externamente lo que Dios mismo ha tratado de dar desde que tenemos vida.

Por otro lado debemos de entender que la misma vida nos lleva por los que llamamos desiertos, los que atravesamos sedientos y que en medio de caminar por los mismos, se nos hiero por los golpes de la vida. Hay tentaciones que nos asechan día con día en medio del sol radiante que quema nuestro espíritu y no nos deja seguir. Sentimos hambre y sed de justicia, especialmente cuando somos golpeados y humillados, cuando somos perseguidos y algunas veces ejecutados sin causa alguna más que el simple hecho de ser quienes somos.

Buscamos siempre una salida a ese desierto de la vida; todo el tiempo buscamos caminos o senderos que nos lleven a ese oasis, y por más que busquemos, al final de cuentas los mismos nos llevan a morir sin esperanza, desgastados por el largo caminar, y, en ocasiones, en medio del mismo desierto, sucumbimos ante la muerte que nos asecha constantemente, cuando no confiamos en aquel que experimentó en Carne propia lo que el hombre atraviesa por sus mismas debilidades.

Es fácil encontrar salidas o pretextos a lo que nos acontece. Veamos como ejemplo a las mujeres que son humilladas por maridos que sin escrúpulos, llevados por la máscara de un machismo desorientado que encubre sus propias debilidades, golpean y rebajan a basura a sus esposas y a sus hijos y aun así estas mujeres cuando se les recomienda que sería mejor dejar a esos maridos, siempre dicen que no los dejan por sus hijos, porque qué van ellos a hacer sin su padre. Prefieren seguir sufriendo y se acercan a Dios para consuelo, sin hacer nada de su parte para solucionar su situación y cuando Dios no les responde, buscan al brujo o al hechicero para que les haga un trabajo a sus maridos. ¡Qué ridículo!

Nos damos cuenta ahora como es que la ceniza por sí misma no puede hacer nada, sin que nosotros nos pongamos en acción. Tenemos que fundir ambas cosas. Como nos dice aquel refrán popular: “A Dios pidiendo, pero con el marro dando.”

Jesús que vivió su propio desierto, logró vencer las tentaciones que el enemigo le ponía en frente, porque él confió en Dios en todo momento. No se dejo amedrentar en medio de su propio sufrimiento o del hambre que sentía pues siempre creyó en que su Padre nunca le dejaría morir hasta llegar su hora.

Cristo siempre respondió confiando y al final nos dice la Escritura: “Entonces lo dejó el diablo y se acercaron los ángeles a servirle,” Mt 4: 11, Ven, Jesús tuvo acción, y eso lo llevo a sobre llevar todo lo que le aquejaba en esos momentos. A lo mismo estamos llamados cada uno de nosotros, a confiar plenamente en aquel que nos fortalece (Fil 4: 13).

Hoy nos invita la Iglesia a confiar plenamente en Dios, a creer plenamente en su infinito amor y sobre todo a que más que una marca de cruz de ceniza sobre nuestras frentes, nos dejemos transformar por el poder del amor incomparable de Dios en nuestras vidas y, sobre todo, a que nos arrepintamos de toda acción negativa en la que hemos vivido, dejando que sea su amor el que sane nuestras almas heridas por el desierto que atravesamos en nuestras vidas.

Recordemos que el enemigo siempre está al acecho, como león rugiente, siempre buscando a quién devorar. (1 Ped 5: 8) Él quiere que todos nos alejemos del amor de Dios y que nos perdamos en el fango del pecado, al caer abatidos por las tentaciones que encontramos en nuestros desiertos.

Pablo nos dice que todo aquello que vivimos, ya sean aflicciones o problemas, en nada se comparan con la gloria que tenemos prometida en el Cielo. (Ro m 8: 18) Por lo tanto veamos este principio de cuaresma como lo que realmente es, confiando plenamente en que Dios está definitivamente a nuestro lado sin importar lo que atravesamos o lo que vivimos siempre y cuando estemos dispuestos a dejarnos tocar por su eterno amor veremos su gloria manifestarse en medio de nuestro existir.

Solamente atreviéndonos a vivir despojados de todo sentimiento de derrota, despojados de la mugre de nuestro corazón, ya sean estos odios o rencores, sean iras o celos, es como verdaderamente viviremos a plenitud el perdón de nuestros pecados, porque perdonando es como somos perdonados. Pero si en nuestro interior seguimos acumulando oscuridades, esas mismas nos llevaran por desiertos que nos encaminan con sus tentaciones a la perdición.perdón

Debemos de vivir con ejemplo las experiencias de la vida, poniendo en práctica lo mucho que él en su bondad nos ha manifestado, no simplemente con una marca de ceniza sobre nuestra frente, más bien, con el toque de su amor en nuestros corazones y, de esa manera, podremos llenar esos vacíos que llevamos por dentro.

Ya no esperemos más; es el tiempo de la decisión que cambiará nuestro vivir, hoy digámosle a Dios: “Sí Señor, hoy quiero que tu amor perdone mi ser, para entonces yo poder perdonar al que me ofendió y de la misma manera, pedir perdón al que he ofendido, pues ya no quiero caminar en medio de un desierto sin consuelo y sin sentido” ¡Amén!

René Alvarado

Pan de Vida, Inc.