Espiritualidad en el mundo contemporáneo

Espiritualidad en el mundo contemporáneo

Dios al encuentro del hombre

Introducción:

Debido a la globalización, a la ciencia -que utiliza la lógica humana para dar respuestas al porqué de la existencia- y al mercadeo propagandista de valores ineptos (el narcisismo, el feminismo, igualdades de género -homosexualismo, lesbianismo, transgénero-, etc.); igualmente de políticas tanto izquierdistas con ideologías socialistas extremas que han perdido la esencia real del verdadero socialismo ideológico en el que nadie es tan pobre como nadie es tan rico. Así también los ultraderechistas con ideologías del mercantilismo global en donde el rico se hace más rico y el pobre más pobre: “Para los que lo aceptan, existe la promesa de mercado más libertad; en cambio, para los que no cumplen, el castigo infinito” (Mallimaci Fortunato 2009) y por supuesto, sin dejar a un lado el radicalismo religioso (la yihad por ejemplo), que se enfoca en las guerras santas en contra de los “infieles” y por ende, en lugar de unir, quebrantan y desestabilizan la sociedad. Todo esto, ha conducido a la humanidad al declive espiritual, al desmoronamiento moral y a la pérdida de la fe, de la esperanza y, sobre todo, del amor. Santa Teresa de Calcuta respondía a alguien que le hiso está pregunta: “¿Madre Teresa, por qué el mundo está tan mal, con tantas guerras, niños abandonados y hambruna por doquier?” “Esto se debe, a la falta de amor”, respondió.

En este ensayo, nos enfocaremos principalmente, en la falta de amor. Debido a la globalización, nos encontramos con una espiritualidad que está en búsqueda del amor que no encuentra y no da paz a su ser. En el mundo contemporáneo el hombre se ve bombardeado con espiritualidades sugestivas de un falso amor. Confrontaremos esas realidades con la Verdad de Dios que en su Hijo Jesucristo nos muestra el amor eterno con el que nos ama (Jer 31:3). Además, explicaremos cómo Dios siempre ha estado dispuesto a venir al encuentro del hombre y así, brindarle Shalom una vez más, a su Tohu-vabohu. Nos orientaremos primordialmente en las Escrituras y en los recursos estudiados en este módulo. Así mismo, se mencionarán varios otros recursos utilizados en este ensayo con sus respectivas citas en la bibliografía.

Desarrollo:

“Espiritualidad cristiana verdadera es aquella que en la práctica hace santos a quienes la siguen” (J Rivera y J Iraburo 2013). Si tomamos esta cita literalmente, nos daremos cuenta de que, debido a los avances científicos y tecnológicos, hemos perdido conciencia de la verdadera espiritualidad cristiana. Esto debido a que no la practicamos o si al caso -para no ser extremistas-, la realizamos con indiferencia. Mallimaci nos dice: “El campo religioso se ve perturbado por el exterior en la misma medida en que el propio exterior resulta perturbado” (Mallimaci Fortunato 2009).

La globalización, en cierto sentido es buena, porque desde su índole tecnológico, a dado la oportunidad a que la población mundial pueda interrelacionarse ya sea, culturalmente y/o religiosamente de un extremo del globo terráqueo al otro. Pero a su vez, también ha a acarreado -aunque pareciere un oxímoron-, un aislamiento debido a que, no se necesita que la otra persona este en la misma habitación para conectarse, perdiendo con ello el contacto físico que es clave para la mejor integración dentro de la sociedad.  Por otro lado, el ser humano se ve realizado en la búsqueda de la perfección, a través de la ciencia. Siempre se busca dar una respuesta lógica a lo que nos acontece; veamos por ejemplo en la naturaleza, del porque llueve, porque hace frío o calor. Además, la ciencia reemplaza la fe en el Ser Superior, por lo mismo la espiritualidad del ser humano, que se aferraba a creer en Dios Omnipotente, se ve hoy reemplazada por las teorías y afirmaciones científicas. “Por todo ello, la verdadera espiritualidad cristiana es frecuentemente ignorada” (J Rivera y J Iraburo 2013).

Otro aspecto que es importante mencionar de la globalización, es el materialismo. Esto ha creado políticas globales en los que se toma control de los recursos naturales encontrados en los países primordialmente tercermundistas, quienes por sus deudas externas son manipulados por los países más ricos, quebrantando sus economías llevando a sus ciudadanos a la pobreza extrema y, por ende, sin la oportunidad del desarrollo socio-económico. Por otro lado, surgen políticas que tratan de controlar la economía de las regiones como es el caso de la Unión Europea con su moneda el Euro. O lo que sucede en Ibero América en el que algunos países empiezan a adoptar el dólar como moneda nacional y en el caso de el Salvador, que ha introducido el Bitcoin en su economía. “Pensar en otra política partidaria significa construir mecanismos de control y regulación (transparencia en el financiamiento, una relación con el mundo de los negocios evitando su colonización monetaria, etc.)” (Mallimaci Fortunato 2009).

Debido a esto, la debacle espiritual tiene muchas veces desde su núcleo -la familia- y, como escape a sus realidades, la pérdida de la moral dentro de la sociedad. Hoy todo se vale, sin importar consecuencias. Los hijos no respetan a sus padres, más adolescentes se tiran a la compra y venta de drogas, convirtiéndose muchas veces en sicarios a paga. En adición, muchos jóvenes optan por la prostitución o pornografía, lo que contrae enfermedades venéreas como la gonococia, la sífilis o el HIV, por ejemplo; además de llevar a las jovencitas al embarazo no deseado y, por ende, el aborto. El sexo desordenado con su propaganda mercantilista: “Nadie te puede decir con quién puedes o no, acostarte” permitiendo la ideología del género, el homosexualismo, el lesbianismo y el bisexualismo en su máximo esplendor. Lógicamente no se habla aquí de la persona, sino del acto inmoral.

El amor de Dios en la espiritualidad del ser humano:

Retomando la pregunta que se le hiso a Madre Teresa de Calcuta sobre la debacle de la sociedad, y su respuesta tan sencilla, pero con gran madurez espiritual: “Esto se debe, a la falta de amor”. Eso es lo que ha traído en sí mismo la globalización; más apego al individualismo, al narcisismo, al agnosticismo, al materialismo, etc. Eso crea el ambiente del desamor. ¿Cómo voy a amar a mi semejante, cuando yo mismo no me amo”? O en su raíz, ¿Cómo voy a amar a Dios en mi interior, cuando mi dios soy yo mismo? Cuando el amor (de Dios) no existe, entonces, en el individuo se abren puertas que lo conducen a la desolación, la desesperanza y la frialdad espiritual y, como el Covid 19, se contagia desde la familia hasta la sociedad en general.

Veamos lo que nos dicen las escrituras sobre el amor de Dios: “Con amor eterno te he amado” (Jer 31:3). Qué realidad tan grande existe en esa expresión de Dios a través del profeta Jeremías. Para Dios, es algo más que un simple dicho que todo el mundo repite de la boca para fuera. Para él, el decir que nos ama con amor eterno es mucho más profundo y mucho más intenso, que la única manera de poder descifrar su contenido es solamente el contemplar a su Único Hijo Jesús, clavado en la Cruz. “Describe también, partiendo de su sacrificio personal y del amor que en éste llega a su plenitud, la esencia del amor y de la existencia humana en general” (Deus Caritas Est 6). ¿Por qué nos cuesta entender esa frase tan hermosa? Pues por el hecho de qué, somos tan limitados en ese mismo amor, que pensamos que el amor de Dios es semejante al nuestro (egocentrista). Pensamos con nuestra humanidad y no necesariamente en el espacio espiritual de Dios. Por ende, al escuchar del amor eterno, la piel se nos enchina, y por lo mismo, no logramos comprender la inmensidad de ese amor realizado en Cristo Jesús.

Recordemos por ejemplo allá en el Génesis cuando Dios le habló a Noé y a su vez este habló al pueblo para que dejaran sus maneras viejas de vivir, con tanto pecado e inmoralidad. Nadie le creyó, y ¿cómo terminaron? ¡Ahogados! (Gen 7:17-24)

Del mismo modo andamos nosotros por la vida, ahogados espiritualmente, perdidos en las codicias de este mundo lleno de odio y rencor, de ira y faltas de amor al prójimo. Más, sin embargo, Dios nunca se aparta de los que ama; te ama a ti, me ama a mí, ama al que nos dañó y al que dañamos. No hemos escuchado aquella canción que dice: “El sol sale para todos, para todos sale el sol. No importa las fronteras ni la raza ni el color…” (Ricardo Ceratto 1973). Además, cuando Cristo murió, él lo hizo por todos sin excepción, como nos dice las Escrituras. “El amor de Cristo nos urge, y afirmamos que, si él murió por todos, entonces todos han muerto. Él murió por todos, para que los que viven no vivan ya para sí mismos, sino para él, que por ellos murió y resucitó” (2 Cor 5:14-15). Ese es el verdadero amor. Su amor eterno nos envuelve a todos, cuanto somos y cuanto poseemos.

A pesar de que teológicamente y en cierto modo filosóficamente hemos hablado de esto con anterioridad, se nos dificulta comprender el hecho del amor, especialmente cuando vemos a nuestro alrededor toda clase de calamidades (niños hambrientos, guerras, injusticias sociales, violencias domésticas, etc.). Dónde está el amor del que nos hablan, cuando nosotros queremos hechos concretos y no solamente las mismas palabras que solo son romanticismo y no le da de comer ni vestir al necesitado. Todas esas son preguntas válidas que, aunque parece difícil, son bien fáciles de responder. No es que el amor de Dios no esté allí; es que somos nosotros mismos los hombres, los que espiritualmente nos hemos separado tanto de su gran amor que hasta lo hemos perdido. Lo hemos abandonado por algún lugar en donde solamente existe oscuridad y lo más lamentable es que, ese lugar es nuestro propio corazón. Si hay niños muriendo de hambre, es porque yo mismo no les doy de comer. Si hay guerras, es porque nosotros los hombres estamos llenos de codicia y soberbia que nos olvidamos de la paz, por el simple hecho de amasar riquezas y sobre todo por las ansias de poder político o religioso; Si hay injusticias sociales, es porque somos cobardes y por tratar de salvar el pellejo, no queremos arriesgarnos a dar nuestra vida por la libertad del oprimido y, en eso está la falta de amor, no de Dios, sino que de nuestros corazones para los demás, es decir, nos falta la miserere cordis de Dios . “Dentro de este multifacético, diverso y complejo entramado no debemos olvidar continuidades teológicas y doctrinales que alimentan estas posturas…” (Mallimaci Fortunato 2009).

Es fácil hablar solamente de todo lo mal que está el mundo, pero qué difícil es accionar para darle una solución a lo malo que nos aqueja como humanidad. Lo que pasa es que como nosotros mismos venimos de hogares en los que se habló y se demostró muy poco el amor, es entonces que no podemos darnos cuenta de que solamente respirar, es como vivimos el amor verdadero de Dios en nuestras vidas. Porque no recibimos amor, es por eso por lo que no podemos dar amor. Nos cuesta comprender lo falibles que somos, pues en el mundo en el que vivimos somos “alguien”; cuanto más tenemos y entre más tenemos más amamos oprimir al desvalido, al indigente y hasta nuestra propia vida damos por amor al poder del dinero. Que tontos que somos. Pensamos que el interés de la vida es solamente aplastar al que no se puede defender porque no es rico como nosotros. Ahora que debemos de hablar no solamente de la riqueza material de este mundo como lo conocemos, pero hablemos de toda aquella riqueza interior que nos hace pobres exteriormente, aunque poseamos lo material. Estoy hablando de todos aquellos odios y rencores que guardamos en la bodega de nuestro espíritu; las vanidades y los falsos orgullos; los chismes, infidelidades, sexo desordenado, pornografía, golpes a nuestros hijos y/o a nuestros padres, abusos físicos y psicológicos. Todo eso es riqueza que nos va matando el alma y llevando nuestro espíritu por la calle de la desolación. “Al verlo, dijo Jesús: «¡Qué difícil es entrar en el Reino de Dios para los que tienen riquezas! Es más fácil para un camello pasar por el ojo de una aguja que para un rico entrar en el Reino de Dios” (Lc 18: 18-25)

Solamente viviendo el amor de Dios, es cómo vamos nosotros a dar también ese mismo amor al prójimo. Ya no vivamos preguntando: ¿En dónde está el amor de Dios? Más bien, digamos; “Aquí está el amor de Dios, porque hoy le doy de comer al hambriento, hoy visto al desnudo, hoy visito al enfermo y al preso” (Mt 25:34-46). Y vamos un poco más a profundidad: Porque ya no golpeo a mi cónyuge, ya no maltrato a mis hijos, ya no creo violencia en mi hogar con mis iras, etc. El Papa Benedicto XVI nos dice en su encíclica Deus Caritas Est: “Mi prójimo es cualquiera que tenga necesidad de mí y que yo pueda ayudar… Aunque se extienda a todos los hombres, el amor al prójimo no se reduce a una actitud genérica y abstracta, poco exigente en sí misma, sino que requiere mi compromiso práctico aquí y ahora” (Deus Caritas Est 15). Entonces, por qué preguntamos, dónde está su amor, cuando el amor de Dios está a nuestra derecha y a nuestra izquierda, sobre nuestra cabeza y bajo nuestros pies; ahí está su amor.

Por otro lado, ¿cómo pretendemos servir y convivir en el hogar, en la comunidad y en medio de la sociedad, si no queremos amar? La primera carta de San Juan en el 4:9 nos dice bien claro: “Miren cómo se manifestó el amor de Dios entre nosotros: Dios envió a su Hijo único a este mundo para que tengamos vida por medio de él.”. Es precisamente aquí en donde se manifiesta el Amor de Dios para nuestras vidas. Él la entregó cuando se dio a sí mismo en su Hijo Jesús, por cada uno de nosotros con el único propósito de que, por medio de su Muerte, nosotros fuéramos perdonados. A eso estamos llamados, a entender su propósito de salvación; no al reclamo sin sentido del por qué no veo el amor de Dios, más bien, uniendo nuestras vidas a la vida de Jesús, ya que, en el momento que se entregó a la muerte, pidió que hiciéramos nosotros lo mismo: “Esto es mi Cuerpo que es entregado por ustedes. Hagan esto en memoria mía” (Lc 22:19).

Dios al encuentro del hombre:

En el principio, -nos dice la Biblia-, Dios crea el universo, la naturaleza y culmina con la creación más bella, el hombre. Es que, él nos ha creado a su imagen y semejanza soplando sobre nosotros su aliento divino. Puso sobre nosotros el deseo ferviente de ser libres, de poder decidir por nosotros mismos el destino que queremos tomar, ya sea, junto a él, o alejado de él (neoliberalismo), dejando que descubramos por nosotros mismos las consecuencias de nuestra decisión. Dios, nos fue nutriendo con su amor, con su profundo deseo de que siempre tuviéramos lo que íbamos a necesitar. Se preocupó de que nunca nos faltara el alimento, la ropa y el techo sobre nuestras cabezas (Mt 6:25-30).

Deberíamos de estar agradecidos con Dios por todo lo que nos ha regalado, por la libertad que nos permite respirar su amor eterno (Jer 31:3); Pero ¿qué hemos hecho con esa libertad? Gracias a la ideología del neoliberalismo y al secularismo apático que este conlleva, la hemos convertido en un gran libertinaje, tomando ese regalo como un derecho obligado, como algo que tenemos por garantía, sin pensar por un momento que su gracia se manifiesta en nuestras vidas por medio de las experiencias de la vida misma, ya sean estas, buenas o malas. El problema es qué, esas experiencias nos ciegan y esto, no nos permite ver con claridad ese amor, enfocándonos más en el problema y no necesariamente en su gracia, lo que nos conduce a tomar decisiones que van matando nuestra espiritualidad. “Cuando no entendemos quienes somos en Cristo, estamos destinados a conseguir una identidad falsa” (Principio, espiritualidad 2008, 2009).

Estamos tan lejos de su presencia que, para solucionar nuestros problemas, buscamos otros dioses a los que adoramos y a los cuales consagramos nuestras vidas como se entrega la esposa al marido en la noche de bodas. Estamos viviendo un tiempo de tanto paganismo; vivimos encadenados a los vicios del mundo, rechazando la voluntad del Padre, lo que nos impide reconocer que en medio de todo aquello que nos aqueja, está presente la omnipotencia de Dios para tomarnos, para rescatarnos y, sobre todo, para que volvamos a la libertad con la cual hemos sido creados. Ahora que, podemos debatir largas horas sobre la omnipotencia de Dios que permite situaciones difíciles en nuestro existir. Es allí en donde se necesita profundizar en nuestra espiritualidad para comprender el designio de Dios en nuestras vidas. Confiar en él significa que vamos a dejar que su infinito amor nos cubra con su presencia. Ese amor es el que nos da la fuerza y empatía para continuar nuestro diario vivir, sin importar lo que hemos de atravesar. La realidad de nuestras vidas está enfrascada en esa misma certidumbre, porque si creemos que él está a nuestro lado, por lo mismo, con el mismo énfasis, debemos de creer que es él quien nos sostiene y por ende en medio de nuestro temor ante la incertidumbre de la vida, saldremos triunfantes gracias a aquel que nos ama con amor eterno (Jer 31:3). Esto es muy importante de saber digerir y analizar no solamente con el “alma”, pero al mismo tiempo discernirlo desde lo profundo de nuestro “pneuma”, porque allí, “Dios sabe lo que necesitamos antes que se lo pidamos.” Mt 6:8.

Recordemos que Dios en su gran amor, nos envía a su único Hijo Jesucristo, “para que todo aquel que crea en él, no se pierda, sino que tenga vida eterna” (Jn 3:16). Él ha venido para tomarnos, para sanarnos y para ponernos sobre sus hombros, encaminándonos nuevamente a la libertad con la que fuimos creados. Dios, no quiere que suframos, él nos dio la vida para ser felices, para que en medio de lo que nos aqueja, ya sea ésta, una enfermedad terminal o la pérdida de un ser querido, o ya sea también por sentirnos marginados debido a la pobreza, sepamos descubrir el amor eterno y misericordioso que está siempre dispuesto para obrar, -si así lo deseamos-, en la intimidad de nuestro corazón. Dios viene a nosotros, como el Padre al encuentro del hijo que un día por la misma libertad que él le otorgaba, tomó la decisión de apartarse de su lado. El Padre no esperó en la puerta, él fue a su encuentro y entre abrazos y besos, lo viste de traje real, le coloca el anillo de su amor, le perdona y le recibe con fiesta (Lc 15: 11-23).

Ya basta de seguir corriendo en la vida como tontos, buscando soluciones que no nos dan más que tristeza. Solamente pensemos en todos aquellos que, por aliviar sus dolores, buscan el alcohol o las drogas; otros la prostitución y así se pierden en la secularidad de un mundo que les ofrece soluciones, pero que les cobra con la vida misma. Eso es lo que la globalización con su secularismo quiere para nosotros, que nos alejemos de aquel que tiene poder para obrar en nuestras vidas y que lo único que pide a cambio es que creamos en la ideología que nos brinda, reemplazando el amor eterno de Dios por el amor al narcisismo neoliberal, que nos convierte en agnósticos, antirreligiosos, simplificando el amor a sí mismo, en una manera ególatra. ¿Por qué nos cuesta entender esto? Porque, por naturaleza somos tercos y, por ende, nos gusta sufrir. La realidad es que, al seguir el mundo y la corriente que nos ofrece disfrazada como la “verdadera libertad” (New Age), que no se rige a doctrinas y decretos religiosos, y que invita a vivir una espiritualidad inmoral sin temor a repercusiones, pero que al final, nos priva de la libertad a la que fuimos llamados en Cristo Jesús. Dios viene hoy para darnos verdadera libertad. Hoy viene a nuestro encuentro, para que tengamos vida y ésta en abundancia. Teológicamente, esto lo podemos entender desde su Encarnación (Fil 2: 6-11).

Somos creaturas hechas por las manos de Dios y en nuestro interior está estampada la gracia del Espíritu de amor que nos brinda libertad y por supuesto, está nuestra humanidad (sarx) que nos aleja de esa libertad y nos conduce por el camino del libertinaje. Dios nos creó, con libre albedrío. Dios nos da la oportunidad de conocer la vida, para que veamos lo que mejor nos conviene. Ser libres nos permite escoger entre estar encadenados al libertinaje de una espiritualidad egocentrista o al conocimiento de la Verdad que nos hace libres (Jn 8: 34). Ahora bien, tenemos que discernir teológicamente sobre esa “Verdad” de la que habla Jesús. La Verdad se refiere a Dios como el auténtico Amor (1 Jn 4:8) y si conocemos y vivimos en ese amor entonces seremos verdaderamente libres para perdonar, para aceptar a los demás tal y como son y sobre todo para que nuestras vidas sean consagradas totalmente al Señor en las buenas y en las malas. “Él nos ama y nos hace ver y experimentar su amor, y de este «antes» de Dios puede nacer también en nosotros el amor como respuesta” (Deus Caritas Est 15).

Respuesta del hombre a su amor:

¿Cómo podemos decir que creemos en él cuando nos dejamos hundir por nuestras tinieblas? Si se nos preguntara en este momento si creemos en Dios, estoy seguro de que la gran mayoría responderíamos que sí; y si la pregunta fuera si creemos que él nos ama, nuevamente la respuesta sería abrumadora: “¡Claro que sí!” Pero la pregunta que se nos hace más difícil responder es la que nos cuestiona: “¿Amas tu a Dios?” Por supuesto que la respuesta va a ser de la boca para fuera por tanto que nuestras acciones son completamente diferentes de lo que decimos. “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me rinden no sirve de nada, las doctrinas que enseñan no son más que mandatos de hombres” (Mt 15:8-9).

Cómo pretendemos decir que somos libres porque Jesús nos ha dado la verdadera libertad cuando no vivimos de acuerdo con esa libertad que decimos tener. Es qué vivir libres en Jesús es -una vez más-, abrirnos al perdón y la reconciliación. Veamos cómo es que, al vivir con odios y rencores, con iras y desprecios, que son enfermedades espirituales, nos llevan a enfermedades físicas. La verdad es que las dos están unidas una con la otra como nos lo explica la corporación médica Monte Sinaí: “Sin embargo, si esta persona con diabetes además padece niveles elevados de estrés y experimenta emociones intensas de forma frecuente, los niveles de glucosa en sangre aumentarán todavía más, y se incrementarán los efectos negativos de la diabetes. Además, cabe tener en cuenta que las emociones y la diabetes desarrollan una relación bidireccional:” (Estilo de vida | Diabetes emocional 2019). El Papa Benedicto XVI nos dice en el número 16 de su encíclica, que el amor a Dios está implícitamente unida al amor al prójimo porque “…la afirmación de amar a Dios es en realidad una mentira si el hombre se cierra al prójimo o incluso lo odia” (Deus Caritas Est 16).

Tanto nos ama Dios que solamente está en espera que retornemos a él. Ya basta de seguir la corriente absurda de la espiritualidad del New Age que la globalización ofrece como alternativa espiritual, en donde no hay más que apariencias con costes inmensos, más bien con alegría en el corazón, busquemos el amor libertador y conciliador del Padre que nos espera con los brazos abiertos para que retornemos a él. Nos dice Juan 8:47: “El que es de Dios escucha las palabras de Dios; ustedes no las escuchan por qué no son de Dios”. Cuando nos dejamos conducir por la carne y sus muchas desviaciones, y aun así nos atrevemos a decir que no nos preocupamos pues Dios de todas maneras nos ama, entonces estamos simplemente diciendo que nuestro dios es la idiosincrasia de una espiritualidad mundana que, en su ideología gnóstica que conduce al ateísmo, crea su propio dios al que puede manejar a su antojo, pues a él si le gustan todas aquellas acciones que nos separan de la Verdad del Padre. ¿De quién somos hijos? ¿Cuáles son nuestras actitudes y acciones hacia la vida y hacia los demás? Son preguntas que no son fácil de responder cuando se vive una espiritualidad alejada del amor de Dios. Pero para aquel que decide retornar y retomar el camino correcto, entonces comprenderá que todo requiere de un esfuerzo y sacrificio, pero cuando ese esfuerzo y sacrificio se hace en pos de la libertad en Cristo, entonces todo lo demás viene por añadidura (Mt 6:33).

Conclusión:

Si la globalización, a proyectado desde hace décadas y de diferentes maneras instituir un nuevo tipo de espiritualidad como el nuevo orden mundial, el ser humano tiene la herramienta para combatir los embates de esta. Es que, aunque pareciera que la sociedad en el mundo actual tiene un panorama oscuro, es necesario reconocer que, en el amor del Padre, podemos ver la luz de la esperanza que puede transformar el modo de pensar y de actuar en relación con la anímica estancia de la época moderna. Es solamente a través del conocimiento de la Verdad, como el implícito amor de Dios lo que nos conducirá por el camino que nos transporta a la vida eterna. Así mismo, esa Verdad, nos dará la fortaleza para que nuestra espiritualidad se vaya perfeccionando y en medio del dolor, el sufrimiento, la pobreza, la persecución, la discriminación por raza, sexo o color, pueda alcanzar la madurez para resistir los embates de la globalización. Porque Dios, ha querido venir una vez más al encuentro del hombre para brindarnos Shalom una vez más a nuestro Tohu-vabohu. Si el hombre responde de acuerdo con su plan perfecto de amor entonces, el político izquierdista trabajará para crear leyes que permitan la igualdad y el derechista, políticas económicas que permitan oportunidades a los pobres y marginados a salir adelante para dar de comer, vestir y poner techo sobre la cabeza de sus hijos. A los gobiernos ricos perdonar deudas externas de países tercermundistas a los cuales explota quitándoles sus riquezas naturales.

Si el hombre responde, entonces los miembros de las religiones extremistas descubrirán que la yihad es absurda y que la finalidad de la espiritualidad de su fe está enraizada en el amor de Alá, que quiere la paz y no la guerra.

Si el hombre responde, entonces se abrirá al perdón de sus deudores porque “…en el sentido de que el amor del prójimo es un camino para encontrar también a Dios, y que cerrar los ojos ante el prójimo nos convierte también en ciegos ante Dios” (Deus Caritas Est 16).

Por ende, podemos concluir diciendo que es solamente a través del amor de Dios como la sociedad retornará una vez más a Shalom.

Pensamiento final:

“Pero no; en todo eso saldremos triunfadores gracias a Aquel que nos amó. Yo sé que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni las fuerzas del universo, ni el presente ni el futuro, ni las fuerzas espirituales, ya sean del cielo o de los abismos, ni ninguna otra criatura podrán apartarnos del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor” (Rom 8:37-39)

Bibliografía:

J Rivera y J Iraburo “Síntesis de la espiritualidad católica 2013” Tomado de: http://www.gratisdate.org/archivos/pdf/55.pdf

Biblia Latinoamérica en línea, Sobicain, Centro bíblico San Pablo Tomado de: https://www.sobicain.org/biblewebapp/?bid=1&bk=70&cp=3

Mallimaci, Fortunato. (2009). Globalización y modernidad católica: papado, nación católica y sectores populares. En CLACSO, América Latina y el Caribe: territorios religiosos y desafíos para el diálogo, pp. 109-139. Buenos Aíres: Colección Grupos de Trabajo. Recuperado de http://biblioteca.clacso.edu.ar/clacso/gt/20150116031228/Malli.pdf

El sol nace para todos; letra de Antonio de Jaén; música de Ricardo Ceratto 1973

Principio, espiritualidad. Manual de entrenamiento global de los cinco principios 2008, 2009. Tomado de:  https://www.jesusisthesubject.org/wp-content/uploads/2017/08/5principio-5-spirituality_sp.pdf

Estilo de vida | Diabetes emocional 2019, Corporación médica Monte Sinaí. Tomado de: http://www.hospitalmontesinai.org/noticias/201-estilo-de-vida-diabetes-emocional

Papa Benedicto XVI, Deus Caritas Est: Tomado de Conferencia Episcopal Española C/ Añastro, 1. 28033 MADRID (España) http://www.conferenciaepiscopal.es

Todos bajo un mismo Espíritu

Hoy estamos celebrando una fecha muy importante dentro del calendario de nuestra bendita Iglesia. Celebramos el Día de Pentecostés. Esta es una fecha muy especial, no solamente porque da inició a la actividad misionera de la Iglesia como tal, pero que, a la vez nos recuerda la importancia de Dios en medio de nosotros.
Ya desde el Antiguo Testamento se nos venía anunciando tan especial momento. Joel en el capítulo 3 y verso 1ss nos cuenta que, “…después de esto: derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y profetizarán sus hijos y sus hijas; sus ancianos verán en sueños, y sus jóvenes tendrán visiones. También sobre mis siervos y mis siervas, en aquellos días, derramaré mi Espíritu.” La promesa de ese Espíritu Santo sería derramada en “aquel día.” Pero la pregunta viene a ser, ¿Cuándo es aquel día? Para esto debemos de entender que ya en el capítulo 2 del mismo libro de Joel Dios hablaba con el pueblo sobre las grandes bendiciones que vendrían sobre ellos. Pero no conforme con esas bendiciones materiales que eran visibles y palpables, Dios derramaría sobre los verdaderos creyentes, la gran bendición de su Espíritu de amor.
El día del Pentecostés, se presenta como el momento de “ese día” especial en el que Dios cumpliría su promesa. Ese fue el momento en el que el Padre sellaría con el poder de su infinito amor su presencia en medio de su pueblo. Ese instante en el que su gloria se manifestaría en medio de todos aquellos que creyeran en su Hijo Jesucristo como el verdadero Camino, Verdad y Vida (Jn 14: 6). Esto sucedería “…después de esto…” como nos dice Joel en el 3: 1. Para nosotros los creyentes cristianos la venida de la promesa del Espíritu Santo se daría después de que Dios Padre se manifestará en la carne en su Hijo Jesucristo. Está manifestación de su amor “…el cual, siendo de condición divina, no consideró como presa codiciable el ser igual a Dios, sino que se anonadó a sí mismo tomando la forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y, mostrándose igual que los demás hombres, se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte…” Fil 3: 1-10. Dios nos da su bendición en la Carne palpable de su Hijo para que, “…Si alguno come este pan vivirá eternamente; y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.” Jn 6: 51.
En ese día, los apóstoles y discípulos estaban encerrados por temor a que los tomarán presos como sucedió con el Maestro. La manera en la que lo apresaron, con golpes, insultos, humillaciones, flagelación y crucifixión, los atemorizaba. No deseaban a travesar el mismo suplicio. Es por ello por lo que, muchos de los seguidores de Cristo se desaparecieron. Ahora, alguien me podrá decir que los apóstoles por lo menos de quedaron. Sí es cierto, se quedaron, pero con miedo. Encerrados oraban y discutían entre sí las dudas que tenían en cuestión de la muerte de aquel que les prometía la vida eterna. “¿Y ahora que haremos?” Si aquel que me dijo que comiera de su Cuerpo y bebiera de su Sangre me llevaría a la eternidad se murió. ¿Qué va a ser de nosotros? Es exactamente lo que nos sucede hoy. En medio de las calamidades del mundo, con el Covid 19 por ejemplo, que nos mantiene encerrados con temor de infectarnos, con la falta de respeto del uno por el otro, como en el caso del asesinato de George Floyd por un policía blanco, con las injusticias que se ven a cada momento en donde se ve con claridad que las grandes corporaciones son las únicas que han sacado ventaja de la pandemia, mientras que los pobres sufren sin trabajos, sin vivienda, sin alimento para sus hijos y lo que más tristeza da es que son los pobres en donde hay más contaminados con el virus y por ende por su pobreza de no contar con una buena aseguranza de salud mueren por no poder cubrir los costos de la asistencia médica.
Sí, “…en aquel día” Dios promete derramar su Espíritu de amor sobre todos aquellos que en medio de los horrores que el mundo nos brinda han sabido permanecer fieles. Aun así, encerrados; con miedo a lo que nos pueda acontecer, ya sea la muerte o la vida. Pero para entender esto, debemos se reconocer que no vivimos la vida como algo que en medio del terror nos aparte de su gracia divina. ¡No! Debemos de entender que en medio de nuestros temores podemos confiar en la presencia del todo Poderoso, quien dio su vida para que cada uno de los que creemos en él, tengamos vida y, está en abundancia. Jesús nos deja su Cuerpo en la Eucaristía, para que alimentados por su Carne podamos afrontar nuestras más profundas oscuridades.
El encierro, para muchos de nosotros nos trae a la desesperación, a experimentar desolación y posiblemente depresión. Nos vemos ante una realidad que quizá nunca habríamos experimentado y eso, nos da miedo. Está bien tener miedo. “Está bien no estar bien” nos dice un comercial durante la pandemia. Está bien experimentar estos sentimientos porque eso nos demuestra que en nuestra humanidad también tenemos la necesidad de Dios. Hoy día se nos ha prohibido asistir al Templo para adorar, para congregarnos como hijos de Dios, pero no nos han prohibido adorarlo en el Templo de nuestro corazón, que es el Monte Horeb en donde se encuentra la presencia del Señor.
Dios que todo lo sabe, llega a nuestras vidas en medio de ese encierro, en medio de esos miedo y temores. Dios que nos ama con amor eterno se derrama esté día con el poder de su Amor, como ese manantial en donde brota un majestuoso río de agua viva para que nos sumerjamos en él, y de allí salgamos victoriosos, reconociendo que en su bondad somos llenos de ese Espíritu de amor.
Cuando el Espíritu de Dios se derramó en aquel día, algo espectacular sucedió. Los miedos desaparecieron y muchos de los que estaban allí maravillados pudieron escuchar el anuncio del Amor del Padre en sus corazones porque con un gran estruendo se manifestó Dios en ese lugar. Es que algo así tenía que suceder para que esa gente se diera cuenta que para Dios no hay imposibles, que era necesario que su Amor se manifestara con poder porque ese mismo ya lo había ofrecido Jesús antes de partir “…Todo poder se me ha dado en el Cielo y en la tierra y ese mismo poder se los doy a ustedes…y sepan que yo estoy con ustedes todos los días hasta que termine este mundo.” Mt 28: 19-20. Este día se hacen realidad esas promesas. No estamos solos. Aun así, estemos encerrados por la pandemia, es importante saber que el Espíritu de Dios no nos abandona. Que Dios está con nosotros porque…” puede una madre abandonar al hijo de sus entrañas, pues, aunque ella lo haga, Yo nunca te abandonaré.” Is 49: 14-15. Aleluya, gloria a Dios.
Entonces dejemos que ese Espíritu de amor llene el vacío que hay en nuestras vidas. “Porque el amor hecha fuera el temor” 1 Jn 4: 18. Recordemos que nuestras vidas están en Cristo que nos ha dejado no solamente su Cuerpo en la Eucaristía, sino que, además, nos ha dejado el Paráclito de amor para que por medio de él encontremos la paz en medio de la tormenta.
Feliz Día de Pentecostés.
René Alvarado

Gracia y misión de todo bautizado

Gracia y misión de todo bautizado

San Pablo nos habla en la introducción a su epístola a los romanos en el capítulo 1 del verso 1 en adelante tres aspectos que son su carta de referencia que le acreditan ser llamado servidor y apóstol.

Primero, Pablo se considera “siervo” de Jesucristo en la misma manera en la que Moisés y los antiguos profetas lo eran de Dios (Dt 34: 5). Ser considerado siervo de Dios era un título especial que no todos tenían y muchos perseguían. El significado de siervo viene de la palabra hebrea “ebed” que significa esclavo. El que se consideraba siervo de Dios entendía que serlo significaba que él era un esclavo y que su dueños era Dios. Pablo se ve como ese esclavo de Jesucristo y, por ende, realiza su servicio con entrega total aun en los momentos más difíciles como el día que fue apedreado: “Pero vinieron algunos judíos de Antioquía y de Iconio, y habiendo persuadido a la multitud, apedrearon a Pablo y lo arrastraronfuera de la ciudad, pensando que estaba muerto. Pero mientras los discípulos lo rodeaban, él se levantó y entró en la ciudad. Y al día siguiente partió con Bernabé a Derbe.” Hc 14: 19-22. Segundo, se consideraba por llamado divino, “apóstol por vocación”; esto lo sitúa al nivel de los otros apóstoles. Después de su encuentro con Cristo, experimenta el llamado al apostolado no porque lo sintiera así, sino que, experimenta la gracia de Dios cuando escucha la voz de Jesús: “…Cayó al suelo y oyó una voz que le decía: ‘Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?’ Preguntó él: ‘¿Quién eres tú, Señor?’ Y él respondió: ‘Yo soy Jesús, a quien tú persigues. Ahora levántate y entra en la ciudad. Allí se te dirá lo que tienes que hacer.” Hc 9: 1-6. Finalmente, reconoce que tiene la autoridad de Dios quien lo llama y envía como mandato, a anunciar y proclamar el Evangelio de Jesucristo.

En la constitución Lumen Gentium (constitución dogmática sobre la Iglesia) en el numeral 33, segundo párrafo 2 que, “…el apostolado de los laicos es participación en la misma misión salvífica de la Iglesia, apostolado al que todos están destinados por el Señor mismo en virtud del bautismo y de la confirmación…” Esto que nos dice la LG, lo debemos de hacer presente y operante en aquellos lugares en los que estamos llamados a ser la sal de la tierra (Mt 5: 13-15).

¿Pero cómo nos haremos participes de este apostolado al que somos llamados? Primero que nada, debemos de entender que cada uno de nosotros hemos sido llamados a este apostolado por nuestro bautismo.  Tomando esto en cuenta, debemos de analizar en qué estado se encuentra nuestro corazón. Recordemos que Pablo cruel perseguidor de la Iglesia, cae postrado ante la presencia de Jesús y como tal, recibe la unción al ser transformado su corazón. En ese momento Pablo reconoce que él no es el señor que toma la decisión de quién vive o muere (Rom 14: 8-10), sino que se da cuenta que es esclavo y como tal se convierte en siervo del Señor. Esa es debe de ser nuestra primera actitud para responder a ese llamado al apostolado. Debemos de descubrir en lo más profundo del corazón quién es nuestro Señor y, sobre todo, saber que le servimos únicamente a él. Esto solamente lo haremos cuando nuestro corazón como el de Pablo sea transformado; pero si nuestro interior no se rinde ante su presencia, eso significa que todavía nuestro corazón no está transformado, es decir, que no ha reconocido en su totalidad la grande presencia de Dios en nuestras vidas. Recordemos, antes de la transformación de su corazón, Pablo le servía a Dios según su criterio fariseísta y en vez de construir en amor y mansedumbre su corazón estaba lleno de odio y celo. Luego de dejarse transformar interiormente, responde al llamado de Dios a compartir su apostolado de amor y reconciliación. “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios…” Ef 2: 8.

Otro aspecto que debemos de tener en consideración para el apostolado es, el deseo profundo de amar. Si nosotros no reconocemos el verdadero amor, entonces se nos hará muy difícil responder a ese llamado. Podremos venir al grupo o vivir sopotocientos retiros, pero sino nos abrimos al Amor, no podremos realizarnos como verdaderos esclavos del Señor. Aquí hay que hacer énfasis en el aspecto de la profundidad en la que nos sometamos a ese Amor. Para esto debemos de entender los diferentes niveles de amar. Primero tenemos el amor “filos” que es un amor como su palabra lo dice, filial, es decir que, ese amor me llama a compartir en armonía con los demás miembros de mi familia o comunidad. Segundo, existe el amor “ágape” que es el amor que se manifiesta en un proceso de apertura hacia los otros en el que voy a compartir una lagrima o una sonrisa con aquellos que forman parte de mi circulo. Pero existe un tercer amor al que le llamamos “eros”. Este amor es muy particular pues es el que nos lleva a experimentar la más extrema intimidad con el ser al que digo amar. Este amor, aunque dura solamente un momento, nos conecta de una manera muy especial con nuestra pareja llevándonos a experimentar el éxtasis de una entrega total. Es aquí en este amor eros en el que de la misma manera podemos llegar desde el punto de vista espiritual esa intimidad con Dios. Además, esa intimidad espiritual nos conduce al conocimiento de Dios, lo que conlleva a la adoración y el anonadamiento. Es en este instante de éxtasis en el que perdemos la razón de pensamiento carnal y nos dejamos envolver por la grandeza de su amor. Recordemos que los dos anteriores, el filial y el ágape, nos conectan con la familia y la comunidad. El amor eros en cambio, nos conecta de una forma íntima con el ser que amamos y de la misma manera si decimos que amamos a Dios, el amor eros nos conecta en la intimidad espiritual con la presencia de Dios todo poderoso.

¿Cómo se tiene esa intimidad con Dios? Como Pablo, reconociendo que, solamente postrado ante el Señor es como nos entregaremos totalmente a ese amor. Es en este punto en el que nos despojamos de todo el ropaje carnal que llevamos con nosotros para presentarnos desnudos ante él. Es aquí en donde nos presentamos solos ante su presencia y en el cual podemos disfrutar de ese amor que nos envuelve y acaricia y sobre todo que nos lleva a experimentar que hay una razón por la cual vivir. Esto solamente lo lograremos a través de nuestra oración personal.

Como tercer punto para responder al llamado del apostolado es, entender que ser siervos del Señor no significa que tendremos una vida de servicio de color rosa. Por supuesto que el servicio está lleno de baches los cuales hacen difícil nuestra gracia. Veamos como ejemplo todos aquellos momentos que hemos deseamos tirar la toalla; por que somos perseguidos, criticados o pelados por los demás; inclusive por los mismos miembros de nuestra familia o por los hermanos de la comunidad. Otro ejemplo que hace difícil el servicio del apostolado son las enfermedades como el cáncer o parálisis que no nos permiten servir a tiempo completo. Además, existen otros factores como lo son el desánimo por ver como nuestra comunidad se desvanece o hay pleitos entre los miembros del apostolado, o posiblemente la apatía que no nos permite movernos para alcanzar almas a sus pies. Hay hermanos servidores que aun así son llamados al apostolado por su propio bautismo, que por la apatía se transforman en estatuas que tienen ojos y no ven, oídos y no escuchan… le que los lleva a no ver más allá de sus propias narices y, al final, se enfrían y se retiran. Pero como verdaderos esclavos que han tenido ese encuentro infalible con el Señor, al que un día nos postramos ante sus pies y le reconocimos como el verdadero Dueño de nuestras vidas, sabremos salir avante ante cualquier situación que se nos presente en el camino. Recordemos que somos “…la sal de la tierra; pero si la sal se desvaneciere, ¿con qué será salada? No sirve más para nada, sino para ser echada fuera y pisoteada por los hombres.” Mt 5: 13.

Pablo nos cuenta la Escritura en 2 de Corintios 12: 1-10, “…Por eso, con sumo placer me gloriaré más todavía en mis flaquezas, para que habite en mi la fuerza de Cristo.” Como verdaderos siervos de Dios, tenemos que vivir sabidos que no son nuestras fuerzas las que nos sostienen o las que nos dan ánimo para seguir adelante o que nos levantan de cada caída. Por el contrario, debemos de darnos cuenta de que, si nos sentimos fortalecidos, animados o nos hemos levantado después de cada derrumbe, es porque Dios nos da la fortaleza para seguir adelante. (Fil 4: 13).

Como cuarto punto, es necesario comprender a plenitud que, por medio del bautismo, Dios nos hace ese llamado al apostolado. Este llamado no solamente se trata de recibirlo como algo que “tenemos que hacer,” como por obligación, más bien, es dar una repuesta de amor que transforme el corazón y ya transformados vivíamos el apostolado con testimonio y amor en medio del mundo en el que nos encontramos y que está tan falto de amor.

Por último, el bautismo y luego la confirmación nos llama a vivir ese apostolado unidos al Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia. Pero como nos dice el decreto del Apostolado del Seglar en el número 2: “…Y, por cierto, es tanta la conexión y trabazón de los miembros en este Cuerpo, que el miembro que no contribuye según su propia capacidad al aumento del cuerpo debe considerarse como inútil para la Iglesia y para sí mismo.” Por lo tanto, respondamos hoy como Pablo: “…Por lo cual me complazco en las flaquezas, en los oprobios, en las necesidades, en las persecuciones y angustias, por Cristo; pues cuando soy débil, entonces soy fuerte.” 2 Cor 12: 10.

René Alvarado

Pentecostés

Pentecostés

Estamos celebrando un momento histórico muy importante dentro de nuestra bendita Iglesia católica. Celebramos 2019 años desde que el Espíritu Santo se derramó con poder. Ya desde el Antiguo Testamento, Dios hacía la promesa en la que su Espíritu de Amor sería derramado sobre todo mortal. “Y después de esto: derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y profetizarán sus hijos y sus hijas; sus ancianos verán en sueños, y sus jóvenes tendrán visiones. También sobre mis siervos y mis siervas, en aquellos días, derramaré mi Espíritu. Realizaré prodigios en los cielos y en la tierra: sangre, fuego y columnas de humo…Y sucederá que todo el que invoque el Nombre del Señor será salvo; porque en el monte Sión y en Jerusalén habrá salvación — como dijo el Señor — y entre los supervivientes, a los que llame el Señor.” Joel 3: 1-5.

Dios siempre ha deseado nuestra salvación y por ende cumple su promesa en el nuevo Pentecostés. Él lo hace de una manera muy especial, lo hace por medio de su Hijo Jesucristo a quién envió como el Cordero sacrificado por el perdón de los pecados. En Cristo se cumple el deseo profundo del Padre de derramar su Amor sobre todo “mortal” sin descalificar a nadie ya sea por joven o viejo, hombre o mujer. Esto debe de ser causa de mucha alegría en nuestro corazón; saber que Dios en su grandeza se ha despojado a sí mismo por amor y no un simple amor platónico que se da de una persona a otra. Pero porque el amor humano es limitado, es por ello por lo que vivimos tristes y amargados. Aunque venimos a misa, comulgamos y nos damos de golpes en el pecho, nuestras vidas siguen tristes porque no logramos entender el Amor tan profundo de Dios en el corazón.

Jesús les dice a sus discípulos que no se alejaran de Jerusalén, pues el Padre enviaría al otro Consolador, el paráclito, que vendría a soltarlos de todas las ataduras que los encadenaban al miedo. Ellos obedientemente se quedaron en Jerusalén y encerrados por temor a ser ejecutados, oraban y cuando llegó el momento, el Amor del Padre empezó a derramarse con ese soplo divino, el “Ruah” de Dios.

Ahora, debemos de entender que, en ese preciso momento, existe una acción de parte de Dios. Recordemos que el Padre siempre está en acción (Gén 1: 1-2, Jn 5: 17) y, es precisamente esa acción que caracterizó el Espíritu Santo en las vidas de aquellos que estaban encerrados por miedo a los romanos. Fue en ese momento en el que llenos de esa efusión que se derramaba como lenguas de fuego, cuando empiezan a darse cuenta de que Jesús ha resucitado y que, si él está vivo, entonces hay que salir de la cueva para ponerse a trabajar.

A esto es lo que nos invita hoy el Espíritu Santo que se ha derramado en nuestros corazones. Debemos tener la plena confianza que Jesús ha resucitado y que su amor transforma nuestras vidas en una manera especial y que llenos de esa euforia, debemos de salir de ese rincón que nos tiene atados a la indiferencia hacia los demás. Debemos de salir para compartir ese amor eterno con el que el buen Padre nos ama (Jer 31: 3). Cuando los discípulos fueron bautizados en aquel fuego, empiezan a hablar en “lenguas”, lo que se conoce como “xenoglosia”. Ellos empiezan a predicar la Buena Nueva a los oyentes que asombrados los escuchaban hablar en su propio idioma (es lo que hacemos hoy aquí).  Pedro comparte con el poder del Espíritu para reunir a los pueblos en una sola lengua, la lengua espiritual que se traduce literalmente en amor filial y lleno de misericordia, sin ver color de piel o que tan pobre o rico pueda ser al que le compartimos ese amor.

Hoy día, vivimos en un mundo lleno de materialismo, en donde el rico es más rico, el poderoso más poderoso, dejando al borde de la muerte a los hermanos que, sin las condiciones debidas, viven en pobreza extrema, pisoteados por el dios dinero y marginado por aquellos que, aun llamándose cristianos, les latiguean, quitándoles el pan de la boca y el techo sobre sus cabezas. Así de triste es la situación de nuestro país. Hoy vemos más indigentes botados en las calles como desperdicio de la sociedad. Niños que, por la situación de desempleo de sus padres, viven y duermen bajo los puentes, sin futuro, mientras nosotros los bautizados, los llenos de gracia, nos complacemos con “amar” al que nos ama. Nos golpeamos el pecho en el Templo aparentando ser verdaderos santos y, al salir golpeamos a nuestros semejantes cuando estos nos piden dinero para comer o para pagar un motel para pasar la noche.

Nos emos vuelto fariseos, hipócritas que blanqueamos nuestras ropas y más, sin embargo, el corazón lo tenemos lleno de podredumbre. No hay acción de nuestra parte porque seguimos escondidos en nuestras habitaciones. Tenemos miedo de compartir con los que tienen piel diferente, con los que hablan diferente a nosotros y que poseen cultura diferente. Tenemos miedo de ser compasivos y misericordiosos. Criticamos y pelamos a los que no tienen nuestra posición social, por lo que no damos de comer al hambriento ni vestimos al desnudo (Mt 25: 31-45).

Después de esa efusión, Pedro y Juan caminan por las calles de Jerusalén y al llegar al Templo, se encuentran con un tullido de nacimiento que pide limosna. Pedro le ve con misericordia y le dice: “No tengo plata ni oro; pero lo que tengo, te lo doy: ¡En el nombre de Jesucristo Nazareno, levántate y anda! Y tomándolo de la mano derecha lo levantó, y al instante se le fortalecieron los pies y los tobillos. De un brinco se puso en pie y comenzó a andar…” Hechos 3: 1-8. Pedro actuó de esa forma porque comprendió que el Espíritu de Dios le exigía una acción. Nosotros debemos de tener eso en cuenta. Necesitamos ponernos en acción si es que hemos sido bautizados con el fuego del Señor.

Debemos de darnos cuenta en el mismo ejemplo de Jesús. Él hablaba sí es cierto, pero, más que hablar él, actuaba en medio de su pueblo. Sanaba a los enfermos, resucitaba a los muertos de cuerpo y alma y daba libertad a los oprimidos (Lc 4: 18-21). Cuántos de los que estamos hoy reunidos aquí, podemos decir que estamos llenos de ese Espíritu de amor. Es que, si analizamos esto, nos vamos a dar cuenta que el Espíritu de Dios ya está en nosotros desde el mismo momento de nuestro bautismo. Quizá no hemos actuado como Dios manda porque la ignorancia nos ha tenido escondidos en nuestra habitación. Hoy es el momento en el que debemos de escuchar ese llamado de Dios a nuestros corazones. Dejemos que es efusión nos lleve a hablar en nuevas lenguas, en el idioma del amor, compartiendo con los enfermos, visitando cárceles, velando por los niños desamparados y los ancianos que se abandonan en asilos en los que los tratan como basura, compartiendo el pan con el hambriento, aceptando a los demás como aceptamos a Cristo Jesús para tenderles la mano derecha en los momentos de necesidad.

Que en este Pentecostés Dios Padre realice la obra en cada uno de nuestros corazones, rompiendo cadenas y ataduras para que, en esa libertad, podamos compartir la Buena Nueva con el mundo entero (Mt 28: 16-20). Amén, así sea. Emunah.

Nuevo año, nueva esperanza

Bendito sea Dios todo poderoso que nos permite la oportunidad de empezar un nuevo año, acompañado de la esperanza que nos da el Creador en que todo aquello que anhelamos podría realizarse, es sorprendentemente agradable para nuestras vidas.

Todo aquello que nos prometimos hacer este año que terminó y no lo pudimos lograr, se puede realizar con una nueva oportunidad en la que vamos a luchar para lograr lo que nos proponemos. Es que todo es posible para los que creemos. Esa es la verdad. Posiblemente se nos ha dicho una y otra vez que no lo lograremos, que no se puede, que es algo imposible porque no tenemos las capacidades intelectuales para lograrlo, pero todo eso se queda en el pasado. Hoy empieza una nueva carrera para lograr con positivismo todo aquello que anhelamos en la vida.

Quizá nuestro deseo es simplemente bajar de peso, tener un mejor empleo, un mejor sueldo, conseguir una casa para que nuestro sueño deseado se cumpla, o que nuestra enfermedad se cure. Pero, eso que anhelamos no lo es todo en la vida. Por supuesto que la gran mayoría de nosotros deseamos un mejor empleo, o una mejor casa, pero la realidad es que nuestras energías las desgastamos en cosas que si bien es cierto son importantes para la realización de nuestras vidas, no son lo que más nos debería de interesar. El problema es que nos hemos apartado de todo aquello que realmente importa como lo es, el amar y sentirse amado. El mundo nos impide pensar en ello y por lo mismo el amor ha desaparecido de nuestras vidas. Hoy amamos las cosas materiales (el dinero, el carro, la casa, etc.) sobre las personas; amamos más a los perros y gatos que nuestros propios hijos.  Es por ello que vivimos frustrados todo el tiempo. Quizá sea por ello que no logramos ser felices en la vida. Por ende, cada que termina un año queremos darle vuelta a la página y así, nos prometemos una vez más sin éxito, que para el próximo lo lograremos. En esta promesa de alcanzar lo que nos hará feliz, nos hace caer en una pestilente rutina que nunca nos llevará a realizarnos como personas capacitadas para ser felices.

El amar es tan importante como el mismo aire que respiramos. Cuando nos falta el oxígeno a nuestros pulmones sentimos morir, de la misma manera es el amor. El no sentirnos amados, es sentirnos despreciados y por lo mismo creamos en nuestro corazón un cierto vacío que deseamos llenar aspirando a cosas ajenas a nuestra naturaleza espiritual. Para algunos, el sentirse no amado, lo conduce a buscar el amor en medio de otros que experimentan el mismo sentido desalentador en sus propias vidas. Veamos por ejemplo mujeres que buscando sentirse amadas caen en las garras de hombres que, aprovechándose de su vacío, las envuelven en sus miserias, haciéndolas sentir basura y en eso piensan que el sentirse amada es ser abusada física y emocionalmente. Un día, Juanita, una mujer de 75 años y casada con Juvenal por 55, le dice a su esposo, “Viejo, siento que ya no me amas.” “¿Por qué dices eso vieja?” Le pregunta Juvenal. “Porqué ya no me pegas como antes…” Unos buscan llenar ese vacío en el alcohol, las drogas, la prostitución, el homosexualismo, el pandillerismo. Otros, se sienten atraídos por las ansias de poder. Para ellos el estar en control de la situación y de los demás les produce una cierta sensación de llenar su corazón, porque ellas estuvieron bajo control de alguien que las/los lastimo.

La realidad es que, por más que se busque con cosas externas llenar ese vacío, nunca se logrará precisamente porque son cosas “externas”. El vacío solamente se llena con el verdadero amor. No simplemente como un sentimiento ideológico preparado y manipulado por el hombre, sino más bien, provocado por el deseo de saberse valorado como ser espiritual. Esto significa que lo que nos va dar la satisfacción de experimentar la verdadera felicidad, será solamente cuando nos demos cuenta que el vacío lo podemos llenar solamente sintiéndonos nosotros mismos amados. Cabe expresar aquí, lo que hemos escuchado tantas veces y que más sin embargo nos cuesta asimilar: después de Dios, nadie nos va amar tanto como nosotros mismos.

Si nos damos cuenta de la profundidad de esto en nuestras vidas, entonces podremos realizar todas aquellas cosas que nos hemos propuesto por siempre. Porque el amor como una experiencia de vida, nos da lo suficiente para mantener viva la esperanza de un mejor futuro. El amarme a mí por mí, es una experiencia que nos lleva a un nivel de gracia que el amor del mundo como sentimiento no logrará conseguir jamás. Pero, el sentirme amado por mí, significa que tengo el poder de perdonar mi ser, por sentirme despreciado, por sentirme sometido(a) a los abusos de otros, por haber buscado en el alcohol, las drogas, el sexo desordenado, el homosexualismo, por el simple hecho de sentirme basura y, además, porque he cometido abusos en contra de mi persona, no solamente físicamente, pero que también los he cometido espiritualmente.

El perdón conlleva a la felicidad. Por otro lado, también debemos de sentirnos amados cuando aprendemos a perdonar a los que nos hicieron daño. Por muy grande que este daño haya sido o por muy profundo el dolor que el mismo nos haya causado, debemos de creer que hay algo más grande y poderoso que está en espera a que le abramos para que sane nuestras heridas y nos haga libres. Eso es el perdón que nos lleva al amor. Pensemos por ejemplo como el daño que nos hicieron se compara con un arbolito que se planta, pero que, en vez de ponerle agua, se le pone arena. El arbolito quizá de cierto modo crecerá, pero lo hará débilmente, se sentirá que por momentos se muere, pero que cuando deja que le quiten la arena acumulada y se deja regar con agua cristalina, ese arbolito olvidará por siempre que un día acumuló arena sin agua y crecerá hasta producir fruto y este en abundancia. Este arbolito permanecerá siempre firme, mientras siga siendo regado. Lo mismo sucede con nuestras vidas. El daño que nos causaron otras personas, se ha convertido en esa arena que no deja penetrar el agua para hacernos crecer. Si vemos hoy para atrás nos daremos cuenta que, si bien hemos crecido físicamente e intelectualmente, nuestro espíritu se ha quedado estancado en el dolor del pasado y, por consiguiente, sigue anhelando crecer en el amor. Hoy es necesario dejarnos regar por el amor, es decir, aprender a perdonar para crecer y producir frutos en abundancia. Esos frutos se verán realizados en nuestros propios hijos y de estos a sus hijos, rompiendo con ello aquella maldición que no nos permitía llenar el vacío de nuestro corazón.

Que nuestro propósito en este año que empieza, no sea nuestra prioridad simplemente perder una o dos libras, conseguir una casa nueva o un mejor salario, porque esas son cosas secundarias, más bien, busquemos como sentirnos amados y perdonados para amar y perdonar a los demás. Porque recordemos que las escrituras dicen: “Buscad primero el Reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas se os añadirán.” Mt 6: 33.

Feliz año nuevo y que la bendición del todo Poderoso los acompañe en este nuevo año.

Su hermano en Cristo

René Alvarado